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Autor: Wilhem Busch

La pregunta “¿vale la pena ser cristiano?” se responde rápidamente al ver la obra de Cristo en la cruz, y el gozo, la paz, el consuelo y la esperanza que vienen con ella.


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PE2380 – Estudio Bíblico
¿Vale la pena ser cristiano? (2ª parte)



Amigo, ¿cómo estás? En el programa anterior conversamos sobre cómo Dios no es una fantasía, y él se aceró a la humanidad a través de Jesucristo. Bien, ahora quizá tú estés pensando “bueno, yo entendí eso; ahora cómo tengo que hacer para recibir una vida con Dios, para estar cerca de él? ”. La Biblia da una respuesta clarísima en una sola frase: “¡Cree en el Señor Jesús!”

Sí, tal vez te parezca una cuestión sencilla, amigo. Pero, primeramente es necesario que de verdad entiendas lo que significa “creer”. Porque algunos tienen una idea totalmente equivocada acerca de la fe: alguien mira su reloj y dice: “Ahora son exactamente las siete y veinte. Lo sé con seguridad”. Otro que no tiene reloj dice: “Creo que son las siete y veinte”. Pero cuando la Biblia nos llama a “creer en el Señor Jesucristo” se está refiriendo a otro tipo de certidumbre. Para que comprendas la diferencia te lo explicaré con una experiencia que tuve hace algún tiempo:

Hace algún tiempo prediqué en la capital de Noruega, en Oslo. El sábado por la mañana estaba previsto que yo regresara en avión a Alemania, porque al día siguiente tenía que hablar en una gran reunión en la ciudad de Wuppertal. Pero la cosa se puso fea desde el principio: El avión ya tenía una hora de retraso por la niebla. Finalmente pudimos abordarlo con destino a Copenhague, donde debíamos hacer un trasbordo. Estando ya a la altura de Copenhague, el piloto, de repente, cambió de rumbo y se puso a volar en direción a Suecia. Por el altavoz nos explicó que Copenhague estaba tan sumergido en la niebla que no podíamos aterrizar, por lo cual íbamos a volar a Malmö, Suecia. ¡¿Qué tenía que ver yo con Suecia? ¡Yo quería llegar a Alemania, para poder predicar al otro día! Finalmente aterrizamos en Malmö. El aeropuerto estaba atestado de gente, porque llegaban aviones sin parar, a causa de la niebla que se había extendido por todas las ciudades cercanas. Yo me había hecho amigo de un comerciante austríaco y ambos nos preguntábamos adónde iba a parar todo esto. La gente gruñía y se quejaba como siempre ocurre en situaciones semejantes. De pronto, oímos que por el altavoz decían: “Un avión de cuatro motores volará ahora en dirección a Alemania. Aun no sabemos exatamente dónde aterrizará, pero todos los que quieran ir al sur pueden embarcar”. La cosa era bastante insegura, y a nuestro lado una mujer en seguida gritó: “!Ni loca me subo a ese avión! ”. El austríaco comentó: “¡Un vuelo así rodeado de niebla es incierto … y no sabes dónde tocarás tierra!”. En ese momento, con la mujer gritando y el austríaco sembrando dudas y temor, pasó a mi lado el piloto con su uniforme azul, y una expresión totalmente seria y concentrada. Uno notaba que sabía la responsabilidad que tenía, que la cosa no estaba para bromas. Entonces me animé y le dije a mi amigo: “¡Mire! a esta persona podemos encomendarnos. ¡Venga! ¡Vamos a embarcar, este hombre es de confianza!” Y así lo hicimos. Entramos en el avión y en el momento en que dejamos el suelo firme y se cerraron las puertas de la nave, nuestra vida estaba en manos de este hombre. Pero teníamos confianza. Yo puse mi vida en sus manos. ¡Esto es lo que significa creer! Se trata de confiar su vida a otro.

“¿Cómo recibo la vida con Dios? ¡Cree en el Señor Jesucristo!” O, dicho de otra manera: ¡Sube al avión de Jesús! Al subir al avión en Suecia yo tuve la impresión de que mi amigo el austríaco quería quedarse con un pie en el aeropuerto y con el otro entrar al avión. Pero eso no era posible. O bien se quedaba fuera, o bien se entregaba enteramente al piloto. Y así es con Jesús. Uno puede vivir con un pie sin Jesús, y con el otro embarcarse en Su avión. Eso no funciona. Cree en el Señor Jesucristo; la vida con Dios solo la recibes si lo arriesgas todo. Amigo, ¿a quién mejor puedes entregarte que al Hijo de Dios? ¡Nadie en todo el mundo ha hecho tanto por mí como Él! Me amó tanto que murió por mí. ¡Y también por ti! Nadie nos ha amado jamás como Él. ¡Qué necio sería no confiar en él! Y en el momento en que entregas tu vida a Jesús has comenzado tu vida con Dios.

Amigo, ¿quieres entregar tu vida a Jesús, y embarcarte con Él ahora? ¡Entonces dícelo! Él está aquí; Él está a su lado. Él lo oye. Dile: “Señor Jesús, te doy mi vida.” En mi juventud, cuando tomé esta decisión, yo oré de esta manera: “Señor Jesús, ahora Te entrego mi vida, pero no puedo prometerte que voy a ser bueno. Para ello tienes que darme un nuevo corazón, porque tengo un carácter muy malo. Pero lo que soy te lo entrego todo a ti. Haz tú algo conmigo.” Este fue el momento en que me embarqué con ambos pies con Jesús, cuando entregué el timón de mi vida a Aquel que me compró con su sacrificio.

Volvamos ahora a la pregunta central de esta serie: ¨qué ganas entregando tu vida a Dios? Si quisiera contarte todas las ventajas de una vida con Dios y de la comunión con Jesús, tardaría meses y no terminaría. ¡Es tanto lo que ganamos…!

Recuerdo lo que sucedió hace ya muchos años durante una conferencia en la ciudad de Düsseldorf, en Alemania. Se había reunido muha gente a escuchar a un hombre letrado que trataba de demostrar que Dios no existía. No faltaban las ovaciones y los aplausos: “¡Viva! ¡No hay Dios! ¡Qué bien, podemos hacer lo que queramos!”. Finalizado su discurso se preguntó si alguien en el público quería manifestar otra opinión. Por supuesto, nadie se atrevió. Todos pensaban que a semejante erudito no se le podía contradecir. Seguramente muchos no estarían de acuerdo con todo lo dicho pero, ¿quién iba a tener el valor de pasar adelante y subirse a la plataforma, estando allí mil personas vitoreando y aplaudiendo? Sin embargo, una anciana prusiana vino desde el fondo del salón, se subió al estrado y dijo: “Señor conferenciante, usted acaba de hablar durante dos horas sobre su ateísmo, permítame hablar ahora cinco minutos de mi fe. Quiero contarle a usted lo que mi Señor, mi Padre Celestial ha hecho por mí. Mire, cuando yo era una joven esposa, mi marido tuvo un accidente en la mina y me lo trajeron muerto a casa. Ahí quedé yo con mis tres niños, y en aquel entonces las instituciones sociales eran muy escasas. Ante el cadáver de mi marido podía haberme desesperado, pero ya ahí mi Dios comenzó a consolarme como ningún ser humano pudo consolarme. Lo que la gente me dijo me entró por un oído y me salió por el otro. Pero el Dios vivo me consoló verdaderamente. Y entonces le dije: ´¡Señor, ahora Tú tienes que ser el padre para mis hijos!’ Por las noches a menudo no sabía de dónde sacar el dinero para dar de comer a mis niños el día siguiente, y entonces, yo se lo repetía a mi Salvador: ´Señor, Tú sabes muy bien en la miseria en que estoy, ¡ayúdame!’ – Y entonces la anciana se dirigió directamente al orador: “Él jamás me desamparó ni me defraudó. Y Dios ha hecho aun más: envió a Su Hijo, el Señor Jesucristo. Él murió por mí y resucitó y me ha lavado de todos mis pecados con Su sangre preciosa. Ahora soy una anciana y pronto voy a morir, pero mire: Él me ha dado además la seguridad de tener la vida eterna. Cuando yo cierre aquí los ojos, entonces me despertaré en el cielo, porque soy de Jesús. ¡Todo esto ha hecho Él por mí!

Amigo, igual que en la época en la que ocurrió esta conferencia, en estos días no es extraño escuchar a gente que está permanenetemente atacando al evangelio. Entonces yo me pregunto, ¿qué ganan ellos con su incredulidad? No tengo la impresión de que tengan paz en su corazón y sean ahora más felices. Lo que sí te puedo asegurar por mi experiencia de vivir junto a Dios es que sí se gana mucho. Yo no habría soportado mi vida, si no tuviese paz con Dios por Jesús. Hubo horas en las que pensé que mi corazón se iba a desgarrar. Cuán pronto puede ocurrir una desgracia, y ahogarnos todas esas palabras fanfarronas, mientras extendemos las manos en la oscuridad preguntándonos: “¿No hay nadie que me pueda socorrer?”. Y a ti también te puede ocurrir, porque nadie está libre de las pérdidas, de los problemas, de los tiempos de crisis. En esos momentos en que nadie nos puede dar consuelo, allí está Dios. Eso es lo glorioso: cuando ninguna persona humana puede ayudar, tener a Jesús, quien nos ha comprado en la cruz con Su sangre y quien resucitó, y poder decirle: “¡Señor, dame Tu paz!” ¡Y como un río impetuoso entra en el corazón la paz que Él da! Eso sucederá también en el momento de su muerte, amigo. ¿Cómo será tu muerte? Nadie podrá ayudarte; aun la mano más querida tendrás que soltarla alguna vez. ¿Cómo será? ¡Irás a la presencia de Dios! ¿Quiere presentarte allí cargado con todos tus pecados? Pero si tomamos la mano fuerte del Salvador, entonces podemos morir tranquilos, sabiendo que él nos ha comprado con su sangre y nos ha perdonado todos nuestros pecados.

¿Qué gano yo viviendo mi vida con Dios? Te lo diré, amigo: paz con Dios; gozo en el corazón; amor hacia Dios y hacia el prójimo; incluso ser capaz de amar a mis enemigos y todos los que me molestan y me causan problemas; gano consuelo en las desdichas, de forma que cada día el sol luce sobre mí; gano una esperanza segura de la vida eterna; el Espíritu Santo; gano el perdón de los pecados; paciencia… Y podría seguir enumerando muchas cosas más.

¡Ser de Cristo es algo maravilloso! ¡Deseo que tú, amigo, puedas poseer esa riqueza y esa felicidad!

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