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La crisis del coronavirus: una reacción global con muchas consecuencias.

¿Qué significado tiene todo esto a la luz de la profecía bíblica?

Un comentario al respecto.
De seguro, a esta altura, han escuchado y leído mucho acerca del coronavirus, y es probable que no haya pasado desapercibido las consecuencias que esta pandemia ha generado. Como en toda crisis, hay privilegiados y desafortunados. Algunos se benefician –al menos durante un tiempo– y otros caen en desgracia. Para muchos, las consecuencias de la pandemia no desaparecerán simplemente con la supresión de las medidas reglamentarias: si bien puede desecharse con facilidad el uso de las mascarillas, las secuelas de quienes han perdido familiares, trabajo, su vida o incluso su confianza en Dios, seguirán estando. Otras repercusiones duraderas son las crecientes restricciones a nuestras libertades personales, los radicales cambios económicos y políticos, y una digitalización progresiva, además de una impetuosa nacionalización para “el bien y la protección del ciudadano inmaduro”.

Si bien hace tiempo que estas políticas están en marcha, puede que avancen con excesiva rapidez luego de esta pandemia, si lo comparamos con su crecimiento hasta la fecha. Por ejemplo, Bill Gates afirmó que la pandemia del coronavirus sería la ocasión perfecta para continuar con el desarrollo e implementación de la tecnología del microchip. Sí, a veces el ser humano ve en las crisis un golpe de “suerte”, como en el caso de la indecible “histeria climática”, sin la que nunca se hubiera impuesto la utilización de los autos eléctricos.

No obstante, no pretendo con este artículo hablar de aquellos que posiblemente sacarán beneficios de estos acontecimientos. Tampoco es mi intención especular acerca del surgimiento y la propagación del virus. Lo que me fascina, y a la vez me alarma, es cómo de la nada, en el correr de unas pocas semanas, todas las naciones fueron sacudidas en sus cimientos. Y no ha sido a causa de una guerra mundial, de tensiones políticas de países emergentes, de alguna organización terrorista o por el cambio climático, sino producto de un simple virus. Como caído del cielo, hizo que de forma repentina se cerraran las fronteras, se decretara el confinamiento, se cerraran muchos negocios, se prohibieran las manifestaciones, comenzara el rastreo de celulares, se racionalizara el papel higiénico, se prohibiera hacer bromas vinculadas a la pandemia, se robaran muchos desinfectantes, se tuviera aversión por tomarse de las manos y besarse en la mejilla, y que –aunque difícil de creer– los infectados fueran clasificados como personas con vidas dignas o indignas. Todos estos son escenarios que hasta entonces solo conocíamos en películas de ciencia ficción o Estados totalitarios.

Fuese lo que fuese, varias veces me sentí como si estuviera mirando la película equivocada o teniendo una pesadilla. A diario, e incluso a cada hora, las medidas contra el virus se intensificaban. Con cada noticia, un nuevo impacto. Todo eso resultaba extraño, emocionante y fascinante al mismo tiempo, por lo que pensé en el pasaje de 1 Tesalonicenses 5:3: “[…] que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán”. Toda esta crisis mostró lo rápido que podemos ser quitados de nuestro “mundo seguro” y lo poco que se necesita para que la verdades bíblicas anunciadas hace unos 2000 años se cumplan. Por ejemplo, en Mateo 24:7-8 el Señor Jesús, en su discurso acerca del fin de los tiempos, dijo a sus discípulos: “Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores”.

Quiero aclarar que las palabras del Señor Jesús aún no se han cumplido con el covid-19, pero podemos sospechar que esta pandemia pasada y todavía presente dejará a este mundo no arrepentido preparado para el juicio. Sí, el apocalipsis está cerca, y como dice Habacuc 2:3: “Aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará”.
Observemos otra aseveración profética que comienza a cumplirse ante nuestros ojos y que paso a paso podría hacerse realidad. Apocalipsis 13:11-18:
Después vi otra bestia [un humano anticristiano] que subía de la tierra; y […] hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra […]. Y engaña a los moradores de la tierra […]. Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase. Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca […].

Durante mucho tiempo, estos fragmentos fueron del todo incomprensibles, pero hoy día, en la era de Internet y los medios de comunicación, pensar en una “imagen que habla” y que es vista y oída al mismo tiempo por todo el mundo, no nos resulta difícil de imaginar. Tampoco nos parece tan extraña la idea de una marca en la mano o en la frente, gracias a la tecnología del microchip y su uso actual. Pero el punto al que quiero llegar, frente a los últimos acontecimientos que se aventuran, es la idea de que ya nadie podrá comprar o vender. Esto sucede hasta cierto punto en nuestros días: quien no cuenta con acceso a Internet, no posee un teléfono inteligente o no sabe manejarlo, no accede a ciertas ofertas. Puede que por el momento no se trate de algo de gravedad, siempre y cuando existan otras alternativas. Sin embargo, el lazo alrededor de nuestro cuello, aunque todavía está flojo, se va apretando más y más. Esto también se nos ha revelado de manera despiadada en los últimos acontecimientos relacionados al coronavirus.

Pues, ¿qué cambios hemos experimentado? Para protegerse del contagio, los negocios han pedido a los clientes que paguen con tarjeta y no con papel moneda. Incluso hubo comercios que se negaron a recibir dinero en efectivo, por lo que el cliente se veía obligado a hacer la compra con tarjeta de crédito a través de un teléfono inteligente. Si bien los esfuerzos por eliminar el dinero en efectivo no son nuevos, el ciudadano “patético e incorregible” tiene un gran apego por los billetes y las monedas, de modo que si no se establecen medidas coercitivas, es posible que el pago electrónico lleve décadas en ser aceptado de forma mayoritaria. En resumen, debe obligarse al “ciudadano inmaduro” al uso de la tarjeta de crédito y dinero electrónico. De seguro, esta forma de pago ha crecido en aceptación con esta pandemia, ya que parece servir como medida de prevención –al menos eso es lo que se afirma–.

En los últimos años, sobre todo en China y los países escandinavos, los pagos electrónicos han aumentado enormemente su aceptación. Tanto es así que Suecia se ha puesto como objetivo ser libre de billetes y monedas para el 2030. Hoy mismo, el pago a través del teléfono móvil se ha vuelto el método preferido en este y otros países, sobre todo en las generaciones más jóvenes. De seguro se preguntará: ¿qué puede estar mal con eso?, después de todo esta práctica conlleva muchos beneficios y comodidades. Pero seamos cautelosos. Hablamos de un paso más hacia el control del ser humano y una nueva puerta hacia la vigilancia total. Y si bien este no es el objetivo prioritario de aquellos que se esfuerzan con vehemencia por eliminar el efectivo, llegaremos necesariamente a este punto, tal como ocurre en China, donde el pago electrónico es practicado en todas partes y cuenta con la aprobación de la mayoría de sus ciudadanos. Es así como el ciudadano chino se encuentra a merced del Estado. Si alguien se adhiere a la corriente política estatal, recibe bonificaciones y premios, pero si no llega a los niveles de lealtad exigidos por el Estado, puede que al utilizar su tarjeta para comprar un boleto de avión, le sea negada la compra en base a la desaprobación del Estado. ¡Greta Thunberg debe estar muy contenta! En estos asuntos inescrupulosos, China es el precursor –es de esperar, pues poco le importan los derechos humanos–. Sin embargo, Estados Unidos y toda Europa trabajan en la introducción de las criptomonedas (monedas digitales), que tarde o temprano podrían reemplazar los billetes tradicionales. Como ya se dijo, no necesariamente es algo malo, aunque en definitiva es una piedra más en la construcción del camino que nos lleva hacia lo que Apocalipsis ya había predicho hace 2000 años, donde de seguro el Anticristo las utilizará para sus fines.

Las transacciones anónimas con dinero en efectivo, como todavía son posibles, se volverán cada vez más dificultosas hasta que no se puedan llevar más a cabo. Además, aquellas técnicas que pretenden impedir el lavado de dinero, la evasión de impuestos y los pagos ilegales, también golpearán de lleno al ciudadano común y honrado. Sus propiedades podrán ser apropiadas por el Estado, sus pequeños ahorros debajo del colchón no tendrán valor cuando el dinero en efectivo se quite de circulación, por lo que seremos totalmente dependientes de la buena voluntad de los bancos y el Estado. Sin duda, lo más criticable de todo esto es que nadie tendrá alternativa. Quienes apuesten por la digitalización, no tendrán problema; pero quienes no quieran –por la razón que sea– o no puedan, no tendrán otra opción si quieren comprar o vender. Podemos citar aquí al presidente del Dachgesellschaft Deutsches Interim Management (DDIM): “Cuando se cierre la última ventanilla del banco, hasta el crítico más fuerte de la digitalización no tendrá más remedio que realizar sus negocios bancarios en internet.”

Como ya dije, el ser humano estará obligado a ir por este camino. Sí, vivimos en un tiempo interesante, en el que el rompecabezas de la profecía bíblica comienza a completarse. Nadie podrá comprar ni vender, si el Estado no lo autoriza. Esta es la otra cara de una digitalización ampliamente elogiada y deseada en muchos lugares. Sin duda tiene sus ventajas, pero a su vez coarta la libertad y la opinión individual del ciudadano, haciéndolo más controlable. Cuanto más avance la digitalización, tanto más transparente se volverá el ser humano, quien se muestra condescendiente con estos avances, pues es tentado por las ventajas y beneficios de estos servicios. Así lo percibe hoy, aunque el tiempo le dirá si su percepción es tal. Con respecto a esto, podríamos citar también a uno de los gerentes y consultores de gestión de Interim: “Cuanto más beneficios promete la innovación, menos relevancia tiene la protección de datos y la privacidad. Después de todo, las personas se rigen por el principio del placer”.

Los cristianos deberíamos mantenernos sobrios en cuanto a esto. No necesitamos expresarnos en contra de todo avance tecnológico –¡lo que también puede significar un retroceso!–, y negarnos a todo cambio. No, de ninguna manera. Podemos aprovechar muy bien estas cosas, tal como lo hemos hecho de varias maneras en la obra misionera Llamada de Medianoche durante la crisis del coronavirus –pensemos solo en nuestras ofertas en la tienda en línea–. Sin embargo, debemos estar alertas y no dejarnos acaparar por todos estos avances. Vivimos en este mundo, por lo que no podremos evitarlo todo, aunque sí somos capaces y responsables de mostrar a la gente el destino de todo esto, lo que la Biblia dice al respecto y el terrible final que les espera a todos aquellos que no creen en Jesucristo y se dejan seducir por los deleites de este mundo. Tanto la digitalización como la globalización pueden ser herramientas útiles para la propagación del evangelio, pero del mismo modo llegarán a ser una maldición, cuando los poderes anticristianos se revelen en su totalidad.

Hoy día, la prevención por el covid-19 ha justificado el control global, con el fin de proteger al ciudadano –medidas que incluso son aceptadas y requeridas por todos–. El ministro de salud en Alemania no fue el único que propuso rastrear la localización de los teléfonos móviles para vigilar el cumplimiento de las medidas de cuarentena. En este caso, es interesante la poca resistencia de la población, cuando sí la hubo en otras ocasiones donde la justicia intentó frustrar delitos potenciales a través de esta medida, alegando en esa ocasión por su derecho a la privacidad y protección de datos. Llama la atención, además, la existencia de la prohibición probatoria, es decir, que nadie según la jurisprudencia alemana puede ser investigado sin sospechas concretas. Esto dificulta en ocasiones el trabajo de la Policía a la hora de desenmascarar posibles terroristas o delincuentes. Sin embargo, todo parece aceptarse desde el coronavirus, por ejemplo, que alguien localice los teléfonos para garantizar que las personas estén cumpliendo con las medidas de confinamiento.

No trato con esto de hacer un análisis de lo legítimas o sensatas que son las medidas preventivas que se han tomado para evitar la propagación del virus, sino comunicar mi asombro frente a la rápida aceptación y aprobación del público en general. El hecho es que la exigencia del ser humano porque se respete su libertad sin limitaciones, encuentra su límite una vez que se siente perjudicado por la libertad del otro. Sí, cuando se puede sacar un beneficio personal de las restricciones, entonces las libertades y derechos personales –sobre todo las de otras personas– pasan a un segundo plano. Otro asunto interesante es el juicio hecho a la globalización como responsable de diversas crisis, a través de mensajes globalizados que pretenden combatir los problemas del mundo. Esto es como intentar echar al diablo con el diablo.

Tanto la salvación del clima como la lucha contra la pandemia son misiones globales que obligan a los Estados individuales a renunciar a su independencia nacional. El ex primer ministro británico Gordon Brown, por ejemplo, exigió la creación de una “forma temporal de gobierno mundial”, ya que los Gobiernos nacionales son incapaces de enfrentar por sí solos la crisis actual (la pandemia del coronavirus), por lo que debería existir una respuesta global.

Este tipo de evolución y la exigencia de un “gobierno mundial” no son nada nuevo, pero ahora se realimentan con el fin de preparar el terreno para el venidero gobernador mundial anticristiano.

Para terminar, es prudente mencionar y enfatizar que mi buena voluntad no alcanza para estimar cuándo, qué y cómo sucederán en los próximos años nuevos acontecimientos relevantes para la historia de la salvación. El dinero en efectivo quizá se mantenga por algunos años más y los primeros intentos de implementar la criptomoneda quizá fracasen. Los Estados nacionales todavía podrán hacerse valer por algún tiempo y la UE quizá tenga que ser reformada por completo. ¿Qué y quién viene después de Donald Trump y cómo seguirán las cosas para Israel? Tal vez nada de lo que hoy tememos que suceda, ocurrirá el próximo año. Sin embargo, gracias al coronavirus, pude reflexionar sobre lo rápido que suceden las cosas, eventos que nunca hubiésemos imaginado.

¿Quién sabe qué será lo próximo que hará temblar al mundo? Pero una cosa sé con seguridad, que la Biblia siempre ha tenido y tendrá la razón, porque como dice el Señor Jesucristo: “Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt. 24:35). Tenemos el privilegio y el gozo de haber depositado nuestra fe en nuestro Señor y Dios Jesucristo, mirar hacia el futuro sin miedo y llenos de confianza, porque el Señor llegará a la meta, y nosotros con él: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33); “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Jn. 5:4-5); “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo […]. El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén” (Ap. 22:12, 20-21).

Thomas Lieth

1 Comment

  1. Allen dice:

    La honra y la gloria sea a nuestro Dios y padre y por su hijo Jesucristo, hermanos gracias a Dios por este ministerio que nos ayuda a conocer y a entender con más claridad su palabra y cumplimiento.
    El Señor bendiga sus vidas, el Espíritu Santo les siga guiando en santidad y obediencia y siendo instrumentos en las manos de Dios para bendición de la iglesia en todo el mundo.

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