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¿De que tienes miedo? Conozco personas que le tienen miedo a los perros, otras le tienen miedo al agua, algunas a las alturas, otras a la velocidad. Incluso conozco a alguien que le tiene miedo a las mariposas. El hecho es que muchos de nosotros tenemos miedo de cosas más profundas… Miedo a la traición, miedo a la impotencia, miedo a la soledad, miedo a perder el control sobre nuestras propias vidas. Algunas de estas cosas son naturales e incluso deberían temerse. El problema es cuando nuestros miedos nos dominan. Por ejemplo, si teme el conflicto hasta el punto de no presentar una queja legítima por temor a una reacción violenta, ciertamente tiene un problema.

En el pasaje sobre el endemoniado gadareno (Lucas 8:26-37), hay un relato sobre el miedo que me llamó la atención. La historia es conocida. En resumen, Jesús llega a la orilla oriental del Mar de Galilea y allí encuentra a un hombre dominado por muchos demonios. Se le describe como alguien peligroso y que ni siquiera las cadenas pudieron detenerlo. Jesús expulsa a los demonios y les permite ir a una piara de cerdos, lo que hace que todos los cerdos mueran. Luego, quienes cuidaban los cerdos llaman a la gente de la ciudad y, en ese momento, la historia adquiere un nuevo nivel de complejidad:

“Y los que apacentaban los cerdos, cuando vieron lo que había acontecido, huyeron, y yendo dieron aviso en la ciudad y por los campos. Y salieron a ver lo que había sucedido; y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido, y en su cabal juicio; y tuvieron miedo. Y los que lo habían visto, les contaron cómo había sido salvado el endemoniado. (v37) Entonces toda la multitud de la región alrededor de los gadarenos le rogó que se marchase de ellos, pues tenían gran temor. Y Jesús, entrando en la barca, se volvió.”.

Observen que el pueblo, al ver al hombre sanado, no se regocija ni da gracias, ¡sino que tiene miedo! En el versículo 37 tenemos el informe de que esas personas le pidieron a Jesús que se fuera, ya que estaban dominados por el miedo. Esta expresión, “pues tenían gran temor”, me provocó curiosidad.

Primero quería entender: ¿por qué tenían miedo? Al parecer no había duda de que había ocurrido un milagro. ¿Por qué entonces el miedo?

Reflexionando y hablando con algunos amigos, la única respuesta que encontré fue que la gente tenía miedo, no de Jesús, sino quizás del espíritu o “dios” a quien adoraban en esa región. Recordemos que esa región si bien en un inicio habían sido dadas a las tribus de Manasés, a la de Rubén y a la de Gad. En los tiempos de Jesús, aunque había judíos esparcidos por toda la región, en general se puede decir que era un territorio gentil. Sus ciudades eran esencialmente griegas, adoraban a sus deidades y seguramente seguían sus rituales y liturgias.

Esos hombres, habiendo sido dominados por el miedo a esas deidades, no querían saber nada de este poder que venía de Jesús. Entonces, dominados por el miedo, pensaron que lo mejor era pedirle a Jesús que se fuera, recordándome y dando por hecho el terrible dicho: “Mejor malo conocido que bueno por conocer”.

Reflexionando en estos pensamiento, vino a mi mente la cantidad de veces que el pueblo de Israel, durante su viaje por el desierto, afirmó que sería mejor volver a la esclavitud que continuar en libertad. Así, estas personas prefirieron – por miedo – permanecer en esclavitud.

Inmediatamente comencé a pensar en otra pregunta: ¿a qué tengo miedo? Incluso más que eso: ¿este miedo me controla? ¿me domina?

Creo que muchos cristianos han vivido durante años atrapados por el miedo. Podría ser miedo a la amargura, podría ser una relación familiar que debería abordarse, o quizás un pecado oculto que todavía los domina. El hecho es que el miedo les impide tomar posesión de la libertad que está en Cristo. El apóstol Juan escribe sobre esto en el hermoso texto de 1 Juan 4:16-18:

Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”.

Aquí vemos que el antídoto contra el miedo, la confianza en el amor de Dios. Esta me parece la promesa central del evangelio mismo. Confiando en el amor de Dios, confiando en su gracia y salvación, podemos superar el miedo que nos rodea.

Ten en cuenta que confiar en el amor de Dios significa dejar de confiar en todas las demás estrategias que has utilizado para protegerte. Cuando justifico mi amargura, elijo no confiar en que el amor de Dios es suficiente para mí.

Cuando no logro confrontar a alguien cercano a mí acerca de su pecado contra mí, estoy demostrando que mantener esta relación, incluso si no es saludable, es más importante que confiar en el amor de Dios.

Cuando continúo practicando un pecado oculto, dejo en claro que el placer de ese pecado es lo que me “salva” de mi dolor y mis necesidades.

Tenemos muchas razones para temer. Vivimos en un mundo peligroso que yace en el maligno. La realidad es que tendremos que afrontar mucho sufrimiento en esta vida.

La pregunta es: ¿Qué haremos ante estos “valles de sombra de muerte”?

Mi oración es que tú y yo podamos cultivar cada vez más la confianza en el amor de Dios, porque esta nos dará la victoria sobre el miedo que puede dominarnos hasta el punto de preferir la esclavitud a la libertad en Cristo.


Artículo publicado primeramente en chamada.com.br

1 Comment

  1. Rafael Deamontt dice:

    Dios les bendiga grandemente .Saludos les escribe su hermano en Cristo Rafael desde Venezuela y me gustaría recibir los estudios bíblicos escritos y también los devocionales .Un abrazo a la distancia .

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