Qué significaba para mí ser musulmán

¿Qué viene después del coronavirus?
29 junio, 2020
Trata de personas
31 julio, 2020
¿Qué viene después del coronavirus?
29 junio, 2020
Trata de personas
31 julio, 2020
Viaje varias veces a La Meca con mi padre, pero una de esas veces marcó mi vida de manera especial. Nunca olvidaré lo que sucedió en ese lugar.
Kaaba Mecca Saudi Arabia

El hijo de una familia noble marroquí conoce a Jesucristo. Aquí nos cuenta cómo fue crecer como musulmán y sin preocupaciones materiales, y por qué nunca cambiaría a su Señor por sus antiguos privilegios.

Todos los musulmanes creen que la Biblia fue modificada por los judíos. Según su opinión, la verdadera Biblia, escrita por Dios, fue llevada al cielo por Jesús cuando intentaron crucificarlo. Por esta razón, Jesús no murió en la cruz. Por lo tanto, no pagó el alto precio de nuestros pecados ni fuimos salvos de ellos. Esta era también mi convicción durante mi vida en Marruecos. Una certeza difícil de abandonar si uno es musulmán.

Es necesario aclarar algo de mucha importancia. Quizá sea la primera vez que lees algo sobre el islam. Tal vez conozcas y creas lo que siempre has escuchado en los medios de comunicación.

En primer lugar, quiero aclarar un punto en el que muchos están mal informados: la diferencia entre árabes y musulmanes. Los árabes son un pueblo con raíces en Oriente Medio y África del Norte, cuya lengua además es el árabe. Sin embargo, ser árabe no significa ser musulmán. Alguien nacido en una región palestina puede ser árabe, pero pertenecer, sin embargo, a una familia cristiana. En otras palabras, también hay árabes cristianos.

Ser musulmán es un tanto diferente. Cuando hablamos de un musulmán, no hablamos necesariamente de un árabe. En Brasil, por ejemplo, algunos brasileños se han convertido al islam, por lo que a pesar de ser musulmanes, no son árabes, sino brasileños.

Es de lamentar que muchos tengan una opinión distorsionada de lo que es un musulmán. ¿Qué es lo primero que viene a tu mente cuando escuchas la palabra musulmán?, ¿terrorista, terrorista suicida, pedófilo, un polígamo casado con cuatro mujeres? ¿Tendrá que ver todo esto con aquello a lo que has sido confrontado hasta ahora? Seguramente podría llenar página tras página repasando las palabras despectivas utilizadas en Occidente para describir la imagen que los occidentales tienen de los musulmanes.

Si también piensas así, te pido que reveas tu punto de vista, ya que sabemos que los medios de comunicación influencian fuertemente nuestras opiniones. Recuerda que nuestra lucha no es contra los musulmanes, los budistas, los católicos o alguna otra religión, sino contra Satanás y sus ángeles caídos. Yo amo al pueblo musulmán. En un tiempo fui uno de ellos y mi familia pertenece a este hasta el día de hoy, sin embargo, me opongo a la teología radical que predican. Una vez más, ser árabe es una cosa, ser musulmán es otra.

El 25 % de la población mundial es musulmana, seguidora del islam.

El islam se basa en cinco pilares:

El primer pilar del islam es la shahada, ‘credo’. Toda persona que quiera adoptar el islam como su religión, debe comprometerse a dar este primer paso: ir a una mezquita, elegir a un líder religioso y hablar con él de su deseo de convertirse en musulmán. Luego, cuando toda la multitud está presente, levanta en medio de ellos el dedo índice, pasa al frente y repite con voz fuerte y clara las palabras del líder en lengua árabe, el “lenguaje de Dios”: “Yo creo que Alá es el único Dios; yo creo que el último profeta es Mahoma”.

Después de que el nuevo convertido ha expresado su fe, los presentes confirman su testimonio con las palabras: “¡Allahu Akbar, Allahu Akbar!”, que significan: ¡Dios es el más grande!

El segundo pilar es la salat, ‘oración’. Los musulmanes oran cinco veces al día en dirección a La Meca –hacia la casa de Dios que se encuentra en Arabia Saudita–. Cuando un musulmán ora, no habla con Dios como lo hacemos nosotros, pues no lo considera un amigo de confianza o un padre amoroso. Su oración consiste en rituales y la repetición de citas memorizadas del Corán.

Los seguidores de Jesús tienen el privilegio de acceder con libertad a la presencia del Padre. Sabemos que él se ocupa de los impuros, débiles y enfermos. Un musulmán, sin embargo, debe purificarse antes de orar, lavándose las manos, los pies, los ojos y las orejas, pues Alá no habla con personas impuras y sucias. Una imagen clásica que se nos viene a la mente cuando pensamos en un musulmán es un hombre con vestimenta blanca, orando de rodillas. Sin embargo, nosotros, que fuimos lavados por la sangre de Cristo, sabemos que nuestra vestimenta espiritual es más blanca que la nieve.

Hablar acerca de este pilar del islam me hace recordar la vivencia de un amigo. Se encontraba en Dubái, trabajando como representante de una empresa. Mientras presentaba su proyecto a los musulmanes presentes, observó cómo al escuchar el llamado a la oración desde la mezquita, todos salían de la sala. No querían, por nada en el mundo, perderse la hora de la oración.

Él me contó con profunda reverencia cómo Dios había hablado ese día a su corazón: “¿Cómo quieres contarle de Jesús a esta gente que ora cinco veces por día, si tú mismo no llevas una vida de oración?”. No pretendo decir con esto, mi querido lector, que debemos orar cinco veces al día, ni que los musulmanes oran de la manera correcta y al Dios verdadero. Tan solo deseo despertar en ti el deseo de buscar la presencia de Dios de todo corazón. No podemos hablar con alguien de Jesús, si nosotros mismos no nos relacionamos de manera íntima con él.

El tercer pilar es el zakat, ‘limosna’. Esta palabra es entendida por muchos como peyorativa, cuando es utilizada sobre todo para designar lo que “sobra”. Sin embargo, no es igual para el mundo musulmán. Es más, su significado literal es “aquello que bendice mi dinero”.

Todo musulmán tiene un compromiso con los pobres y los débiles. Este pilar es muy importante y se basa en la donación del 2,5 % de todos los ingresos monetarios y patrimoniales, los cuales son guardados para un musulmán en necesidad. Vale la pena realizar algunas reflexiones sobre este pilar. El zakat es realizado una vez al año y solo Alá sabe a quién le sobra y a quién no. De modo que se trata de un compromiso que debe cumplirse con toda fidelidad y cuidado.

Recuerdo como mi padre se encerraba en su oficina cuando llegaba en Marruecos el tiempo del zakat. En compañía de un contador, sacaba cuentas de lo que había adquirido ese año. Luego donaba este porcentaje de lo que Dios le había dado en ese período de tiempo. Un amigo musulmán me dijo un día que si todos los que dicen ser musulmanes dieran el zakat, no existiría ningún musulmán pobre.

El cuarto pilar es el asiyam, ‘ayunar’. Este pilar representa el mes más conocido de los musulmanes. Incluso aquellos que entienden poco de religión han oído hablar alguna vez del mes de ramadán – un mes significativo, no solo por la renuncia a ingerir alimentos durante treinta días, sino también en lo referente al simbolismo de la fe y la religión.

Según la interpretación islámica, en este mes Alá se reveló al profeta Mahoma a través del arcángel Gabriel. Al mismo tiempo, Dios creó el cielo y la tierra. Además, es en este mes cuando Dios perdona los pecados a los musulmanes que ayunan y oran durante esos treinta días.

Quien vivió alguna vez en un país musulmán o viajó en el tiempo de Ramadán a alguno de estos países, entenderá lo siguiente: ese es el tiempo en que todos los musulmanes llegan a ser “santos”. Los ladrones, los incrédulos, los musulmanes no practicantes, los niños, los jóvenes, las personas mayores, todos cumplen de manera literal todo el ritual de ayuno. Quizá te preguntes el porqué. La respuesta es que este mes –más allá de todas las características mencionadas– es en primer lugar el mes de juicio. Un tiempo donde el diablo y los demonios están atados, con el fin de que el pueblo adore tan solo a Alá.

Debemos mencionar además que el ayuno va desde el amanecer hasta la puesta del sol. Durante este tiempo se prohíbe comer, beber o tener relaciones sexuales. Se trata de un tiempo exclusivo para la oración y la adoración. No obstante, como en toda religión, también hay muchos en el islam que, si bien se abstienen de todo, su práctica no es espiritual.

A partir de los quince años se debe comenzar con el ayuno. Recuerdo muy bien cómo mi padre, cuando tenía tan solo ocho años, me animaba a ayunar por lo menos algunas horas por día. Este entrenamiento tenía el fin de ayudarme y motivarme a ser, una vez que llegase el día, un seguidor fiel de la fe islámica.

Como buen hijo y sobre todo como un niño obediente a todas las prácticas religiosas, ayuné durante algunos días del Ramadán. Como es costumbre, a la puesta del sol había un banquete alrededor del cual se reunían a comer todos los miembros de la familia. Y yo, el hijo de ocho años, fui honrado con un lugar especial en la mesa. Todos me felicitaban por ser ya de niño tan “piadoso de Alá”. De mi parte, me sentía complacido y estaba contento de “haber cumplido con mi obligación”.

El quinto y último pilar es el hach, ‘peregrinaje’. Este pilar simboliza el día en que Mahoma, el profeta, regresó a su ciudad de La Meca, luego de su expulsión.

La Meca es la principal ciudad de la región del Hiyaz,​ en la actual Arabia Saudita.

Todo musulmán está obligado a viajar por lo menos una vez en la vida a ese lugar. En determinado mes, debe salir de su país, y visitar esta ciudad en Arabia Saudita, considerada la cuna del islam. Una vez que se encuentra allí, debe repetir las actividades que el profeta practicó en ese lugar. Por ejemplo, en el centro de La Meca hay un edificio negro y cuadrado llamado la Kaaba. Los musulmanes creen que este lugar ha sido edificado por Abraham e Ismael, y que simboliza “la casa de Alá”. Por esta razón, un musulmán, tal como se dice que lo hizo Mahoma, debe caminar siete veces alrededor de este edificio, alabando a Alá, adorándolo y glorificando su nombre.

Viaje varias veces a La Meca con mi padre, pero una de esas veces marcó mi vida de manera especial. Nunca olvidaré lo que sucedió en ese lugar. Un año antes de viajar a Europa para estudiar, hicimos juntos esta peregrinación. Caminamos alrededor de la Kaaba, cuando de repente, la mano fuerte de mi padre me sostuvo y me apretó contra la pared del edificio. Me cubrió con un velo blanco y comenzó entre lágrimas a rogar: “¡Oh, Dios! Muestra tu gracia a mi hijo y a todos sus descendientes. Protege a mi hijo, sea donde sea que esté”.

Cuatro años después entregué mi vida a Jesucristo, y estoy convencido que el Dios verdadero cumplió ese día la oración de mi padre.

 

Me gusta decir que todo musulmán absorbe, ya con la leche materna, las doctrinas del islam. Incluso si más adelante no es un musulmán practicante, sabrá todo acerca de la religión. Recuerdo el nacimiento de mi hermana. Apenas había llegado al mundo cuando todos querían celebrar su llegada y conocerla. La familia había esperado emocionada a la niña. Mi padre fue el primero en alzarla en brazos, hablándole fuerte y claro a sus diminutos oídos: ¡Alá es el único Dios verdadero, y Mahoma el último profeta! Él quería asegurarse de que la primera palabra que mi hermana escuchara fuera el nombre de Alá, para que un día anduviese en sus caminos.

A los dieciséis años, ocurrió un gran cambio en mi vida. Me fui de Marruecos para continuar en Francia mi estudio de ingeniería en computación. Para un marroquí resulta muy difícil establecerse en Europa, por tratarse de mundos tan diferentes. Ya no podía disfrutar la independencia que había logrado, todavía era muy joven allí.

Apenas llegué, mi padre llamó. Quería saber si había llegado bien, aunque no tardó en preguntarme afligido: “¿Hay una mezquita cerca de allí?”. En ese momento tuve el presentimiento de que mi vida espiritual era más valiosa que mi propia persona. Trasladé esa misma actitud a mis encuentros con mis compañeros de estudio. Me los imaginaba quemándose en el infierno si no aceptaban a Alá en su vida como único Dios y a Mahoma como el último profeta. Ese pensamiento me entristecía.

Recuerdo mi primer día de clases en la universidad, cuando vi a toda esa gente diferente. A nadie le importaba si alguien era negro o blanco, musulmán, ateo o cristiano, árabe o europeo. Era uno entre tantos, pero creía en lo profundo de mi corazón que yo, Mehdi, era mejor que todos los que allí se encontraban, pues según mi convicción, no eran otra cosa que sucios pecadores.

Es importante decir que aun en Francia llevaba una vida de “niñito de mamá”, si bien había tenido siempre actitudes exageradas. No olviden que crecí en una familia adinerada y poderosa. Lamentablemente, la familia real marroquí vive en un país que le pertenece. Aquel que no vive bajo un gobierno marroquí, no se imagina la dimensión de esto. La mayor parte del país, las empresas e incluso la arena de la playa son parte de su propiedad. Cuando sales del país en avión, sabes que te has subido a una de las pertenencias de la familia real.

Habiendo crecido en un entorno de ese tipo, nunca tuve preocupaciones por el dinero. Al entrar a un comercio, no me preocupaba por el precio de las cosas, sino que sencillamente escogía lo que me gustaba. Eso era todo. En nuestra casa paterna teníamos tres empleadas. Una de ellas fue mi nodriza después de mi nacimiento y mi cuidadora la mayor parte del tiempo. Yo no necesitaba ocuparme de absolutamente nada.

Acostumbrado a depender de la servidumbre, me encontré solo en una vivienda en Francia. Tuve que cocinar, limpiar y llevar a cabo tareas que no sabía cómo hacerlas. Recuerdo que en dos ocasiones, cuando se ensució mi ropa, me la quité y la tiré; luego fui a una tienda y compré ropa nueva. Después de todo, no tenía ni idea de cómo se encendía un lavarropas…

En ese tiempo comí siempre fuera, sin preocuparme de los gastos. Y los fines de semana, siempre regresaba a Marruecos, sin importarme el costo del viaje.

No cuento todo esto con el fin de alardear ni mostrar lo que mi familia y yo poseíamos. No estoy ni un poco orgulloso de eso, sino que me avergüenzo de haber llevado un estilo de vida tan desenfrenado y derrochador. Todo esto lo relato con el propósito de mostrarles que no cambiaría la salvación de Cristo por nada de lo que en otro tiempo tuve y pude disfrutar. Antes no tenía valor, pero ahora sí. Hoy puedo decir: “Pertenezco a la verdadera familia real. Soy un hijo del Rey de todos los reyes, y por encima de mí se encuentra la sangre más valiosa del mundo, la sangre vertida en el Gólgota”. Ningún dinero en el mundo puede pagar el precio tan alto que Jesús pagó por nosotros, derramando su sangre en la cruz. Nadie puede adquirir la vida eterna con dinero. Incluso una familia real, con todas sus posesiones, no es capaz de comprar esta dicha.

Nada de lo que existe en la tierra es capaz de darme la paz que recibí al convertirme en una propiedad de Jesucristo –una paz que me fue obsequiada por gracia–. Esta misma paz es la que quiero trasmitirte a ti y a todas las personas que aún no conocen a Jesucristo –en especial a aquellos que pertenecen al pueblo musulmán–.

Hermano Mehdi

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Elija su moneda
UYU Peso uruguayo