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A. W. Tozer escribió: “Un cristiano es, en realidad, un ser extraño. Siente un amor supremo por Alguien a quien nunca ha visto. Habla diariamente en términos familiares con Alguien a quien no puede ver; espera ir al Cielo por el poder de otro; se vacía para poder llenarse; admite sus errores para poder ser declarado justo, y se deja caer para levantarse. Es más fuerte cuando es más débil, más rico cuando es más pobre, y más feliz cuando se siente peor. Muere para poder vivir; renuncia para poder tener; suelta para poder conservar; ve lo que no se ve, oye lo que no se oye, y sabe lo que sobrepasa el conocimiento”.

Y el apóstol Pablo lo expresa así: “…como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (2 Co. 6:9-10).

La Biblia nos dice que la Iglesia de Jesús es un objeto de enseñanza para el mundo invisible. Por medio de ella se da a conocer la multiforme sabiduría de Dios (Efesios 3:10). Por ejemplo, los ángeles se maravillan de lo que Dios ha hecho de miserables y perdidos pecadores por medio de Jesucristo —han recibido Su Espíritu, caminan en obediencia, se apartan del mal, oran, cantan, testifican y soportan el sufrimiento aferrándose a la fe viva—.

El apóstol Pedro escribe: “a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pe. 1:8).

¿Por qué el cristiano puede tener tal seguridad? Únicamente porque Jesús, el Crucificado y Resucitado, es la seguridad en persona; solo porque hay seguridad acerca de la existencia del Padre celestial (Hebreos 11:6). Un cristiano no cree nada fantasioso, nebuloso o improbable, sino que cree en lo más seguro que existe. Y el Dios invisible le confirma desde la Eternidad esta seguridad absoluta, que también llamamos seguridad de salvación. Un cristiano cree en las Escrituras y ve al Eterno a través de ellas. Se aferra a las promesas de salvación y las experimenta. Para el discípulo, la Biblia es una guía firme y segura. Un cristiano ve más de lo que cualquier persona no creyente cree ver.

Un creyente en Jesús es capaz de sufrir la muerte a causa de su fe, porque por medio de ella ve el futuro invisible. Puede soportar el sufrimiento, porque mira la gloria que vendrá; es consolado con consuelo eterno, porque está anclado en Dios a través de Jesucristo.

Muchas señales seguras confirman la verdad trasmitida por nuestro Señor y su resurrección, y nos dan seguridad en la fe. Él no se dejó a sí mismo sin testimonio. Los que proclamaron a Jesús lo habían visto con sus propios ojos. Juan escribe: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida” (1Jn 1:1). Y en los Hechos de los Apóstoles leemos: “…a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios” (Hch. 1:3).

Con tal fundamento seguro debajo de sus pies, el cristiano, en realidad, no es para nada un ser extraño, pero ciertamente ya no cabe en este mundo. Ya los atenienses le dijeron a Pablo: “Pues traes a nuestros oídos cosas extrañas. Queremos, pues, saber qué quiere decir esto” (Hch. 17:20).

¡Que podamos ocuparnos mucho en las “cosas extrañas” de Dios y disfrutar de la seguridad que Él nos da en Cristo!

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