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Autor: Fredy Peter

En esta serie de programas, hemos visto la descripción que Pablo realiza, en la carta a los filipenses, del entorno que había en la iglesia en Roma. Algunos buscaban lo suyo propio y no lo que era de Cristo Jesús. Por otro lado, estaba Timoteo, quien reflejaba el mismo sentir y corazón que Pablo para la obra del Señor. Y como estudiamos en el programa anterior aparece la figura de Epafrodito, quien es un obrero fiel y dedicado a la obra de Dios, probablemente el portador de esta carta a los Filipenses. Sobre él seguimos escuchando.


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PE2694- Estudio Bíblico
La carta de Pablo a los Filipenses (20ª parte)



El sentir de un siervo

En el programa anterior de esta serie sobre la epístola del Apóstol Pablo a los Filipenses, escuchábamos que, Pablo, preso en Roma escribe sobre su situación, sobre el apoyo que ha sido para su vida la presencia y compañerismo, así como el sentir de Timoteo y su fiel apoyo en el trabajo en Roma, en donde de acuerdo con Filipenses 2:21: “…todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús”. Asimismo, encontramos la descripción de Epafrodito, un hermano proveniente de Filipos, quien, si bien no ocupaba un cargo de apóstol o mano derecha del mismo, reflejaba con su disposición y servicio, el mismo sentir de Cristo Jesús en servicio y amor. La manera en la que Pablo prepara el regreso de Epafrodito a Filipos es un ejemplo de comunicación clara, prudente y también llena de amor. Dice en Filipenses 2:27: “Pues en verdad estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él, y no solamente de él, sino también de mí, para que yo no tuviese tristeza sobre tristeza”.

Recordemos que como mencionábamos en el programa anterior Epafrodito había llegado a Roma tras un extenso viaje cruzando Macedonia por la conexión este-oeste, la llamada Vía Egnatia. Luego llegó al mar Adriático en la actual Albania, cruzó el mar cerca de Durrës o de Apollonia, y probablemente llegó a la costa italiana en la región de la actual ciudad de Brindisi. A continuación, su camino lo llevó a través de la famosa Vía Appia hasta el destino. Teniendo en cuenta los medios de transporte disponibles y el recorrido de aproximadamente 1100 kilómetros, fue toda una travesía que requirió decisión y coraje.  Todo esto para hacer llegar a Pablo noticias y una ofrenda de la iglesia de Filipos. ¿Se habrá debilitado Epafrodito en el largo y dificultoso camino y durante el viaje en barco, especialmente difícil en primavera y en otoño? ¿Sufrió quizás de la así llamada “fiebre romana”, que afectaba regularmente a la ciudad de Roma en forma de epidemias? No lo sabemos, pero el hecho fue que Epafrodito estuvo cerca de la muerte.

Constatamos con asombro que incluso en la presencia de un apóstol en cuyo ministerio habían ocurrido grandes señales y milagros de sanidad, era posible que se enfermaran los amigos más cercanos. Dios permite enfermedades en las vidas de los creyentes e incluso en Sus siervos más consagrados, sin que esto tenga algo que ver con pecado. Muchas situaciones nos sirven de corrección y educación, otras son pruebas y desafíos que Dios usa Romanos 8:28 dice que: “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”, pero a pesar de este conocimiento nos preocupamos, nos cuestionamos o sentimos “angustia”, como Pablo durante el probablemente largo proceso de sanidad de Epafrodito.

En este sentido, podemos ver que la oración resulta un bálsamo para estas horas de incertidumbre. El hermano autor Wilfried Plock formuló tres sencillos principios sobre los cuales se basa la oración de fe de acuerdo con el ejemplo del leproso en Mateo 8:2, y el centurión que va a Jesús pidiendo sanidad para su siervo en Mateo 8:8. En el caso del leproso leemos: “Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme«. Como primer punto podemos ver que, la fe da por sentado el poder que hay en Jesús. Implícitamente dice algo así como: “Señor, tú puedes”. En segundo lugar, en el mismo pasaje vemos que el respeto añade: “…si quieres”. Es decir: “Señor no estás obligado a hacerlo”. Y tercero, en Mateo 8:8 encontramos: “Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará”. Podemos entender entonces que la humildad agrega: “Y si lo haces, yo no soy digno de ello”.

Aquí y ahora, a nuestro alrededor, seguramente vemos muchos problemas de enfermedad, los cuales claramente son permitidos por el Señor. Asimismo, lo vemos en la vida de Job, en el capítulo 3 del libro, y de esta manera también lo experimentó el apóstol Pablo. Sin embargo, hay algo que creemos con gran certeza y que se expresa en 1 Corintios 10:13: “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentado más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”. Exactamente esto pudo experimentar Pablo con respecto al sufrimiento de su siervo Epafrodito.

En el capítulo 2 versículo 28 continúa: “Así que le envío con mayor solicitud, para que, al verle de nuevo, os gocéis, y yo esté con menos tristeza”. Pablo podría haber dicho: “Vamos, Epafrodito, no te hagas el hipersensible. Respeto tus sentimientos por los filipenses, pero no exageres. Yo soy prisionero aquí, sufro en la cárcel y necesito tu servicio”. ¡Pero no lo hizo! A pesar de sus propias tristezas, Pablo nunca olvidaba las preocupaciones y los sufrimientos de los demás. Y quizás fue justamente esta abnegada actitud del corazón de Pablo la que le sirvió de ejemplo a Epafrodito y le hizo actuar de la misma manera.

Epafrodito no había fracasado ni se había hecho inútil en el servicio. Pablo no quería dejar ninguna sombra de duda con respecto a su inesperado regreso. Nadie es un fracasado porque suspende su ministerio por razones de salud o porque se ha gastado en el servicio para Jesús. Dios conoce nuestras motivaciones y todos nuestros hechos, y esto vale también para todo lo que hacemos con desinterés y sin que nadie lo vea: Recordemos lo que dice Hebreos 6:10: “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún”.

A pesar de esto, era importante que los filipenses fueran informados del increíble servicio desinteresado de Epafrodito. Por eso, Pablo les dice con entusiasmo en los versículos 29 y 30: “Recibidle, pues, en el Señor, con todo gozo, y tened en estima a los que son como él; porque por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí”. En el servicio a Pablo Epafrodito hizo más de lo que se le ordenó. Puso en peligro su vida; tomó tan en serio la misión que le había sido encomendada por su iglesia y en representación de ella, que se gastó en el servicio. Ahora entendemos quizás un poco mejor por qué las acepciones posteriores de su nombre, como “amable” y “atractivo”, van muy bien con el carácter de este hombre.

Estos versículos nos dan una maravillosa descripción del carácter, de la compasión, del sufrimiento y del desinterés de un consagrado siervo de Jesucristo y nos dan un ejemplo de cómo comportarnos con él. No honremos el éxito ni el poder, la riqueza, la trayectoria, popularidad o belleza, sino más bien demos honra a los siervos y mensajeros de Dios. También debemos reconocer el trabajo y el esfuerzo de un siervo cuando su manera de actuar no se corresponde exactamente con nuestros planes e ideas. “Recibidle, pues, en el Señor, con todo gozo, y tened en estima a los que son como él”, nos exhorta Pablo en el versículo 29.

¿Cómo tratamos a los siervos y mensajeros? Y ¿de qué manera somos nosotros mismos siervos y mensajeros? ¡La Iglesia necesita hermanos y hermanas con el sentir que tenía Epafrodito! Dios nos dé a todos gracia para lograrlo.

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