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Autor: William MacDonald

Dios acepta a aquellos que no lo merecen, aquellos que, de hecho, merecen todo lo contrario, pero que confían en el Salvador del pecador. ¡Esto es gracia! Es el regalo de lo Mejor del cielo para lo peor de la tierra. Son las riquezas de Dios a expensas de Cristo.


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PE2260 – Estudio Bíblico
Sublime Gracia (1ª parte)



¡Hola! Nuevamente junto a ustedes para comenzar con un nuevo tema: “Sublime Gracia”. En el Salmo 111:4 leemos:
“Clemente y misericordioso es Jehová”.

Dios acepta a aquellos que no lo merecen, aquellos que, de hecho, merecen todo lo contrario, pero que confían en el Salvador del pecador. ¡Esto es gracia! Es el regalo de lo Mejor del cielo para lo peor de la tierra. Son las riquezas de Dios a expensas de Cristo.

La gracia de Dios es soberana. Esto quiere decir que es de la clase más elevada, y ofrecida de acuerdo con el buen parecer de Dios. Él no tenía por qué salvar a ninguno de nosotros. James Packer escribe: “Sólo cuando se comprende que lo que decide el destino de cada hombre, es el que Dios haya resuelto o no salvarlo de sus pecados, y que se trata de una decisión que Dios no está obligado a tomar en ningún caso, se puede comenzar a comprender la perspectiva bíblica de la gracia”.

La gracia es inmerecida. No hay nada que la atraiga en los hombres y mujeres pecadores. Al contrario, si recibiesen justicia, perecerían eternamente. No es simplemente que los hombres y mujeres caídos tengan una falta total de mérito; es que han acumulado una enorme cantidad de “desmérito”.

La gracia es un don o regalo gratis. Es algo que no se puede comprar. No se puede ganar por medio de buenas obras o por tener un buen carácter. Cualquier idea de ganar el favor de Dios por integrarse en una iglesia, o por cumplir los sacramentos, por dar limosna, obedecer los Diez Mandamientos, o por vivir rigiéndose por la Regla de Oro, no entran aquí. Si pudiésemos ganarlo o merecerlo, sería una deuda y no sería gracia, tal como Pablo señaló en Romanos 4:4 y 5: “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada
por justicia”.

Temple dijo: “La única cosa propia con la que contribuyo para mi redención es el pecado del que necesito ser redimido”.

La gracia es abundante. Es mayor que nuestros pecados, y brota como una corriente poderosa desde el Calvario; suficiente para todos, pero tan sólo eficiente para los que la reciben.

Dios puede ofrecer Su gracia a los perdidos por la obra de Cristo en el Calvario. Por Su muerte sustitutoria y Su resurrección, el Señor Jesús satisfizo plenamente las demandas de la justicia divina y pagó por entero la deuda que merecían nuestros pecados. Dios puede justificar al impío cuando éste recibe al Salvador por fe. Y cuando lo recibe, recibe también todos los beneficios de Su obra expiatoria.

Por su parte, los pecadores no quieren recibir la gracia divina. El pensar que no pueden salvarse por sí mismos, o por sus obras, hiere su orgullo. En su independencia de Dios, se resisten a ser sujeto de Su caridad. Quieren creer que hay algo que ellos pueden hacer, o ser, para merecer el cielo. Pero, todo aquel que no esté dispuesto a estar infinitamente en deuda, no puede ser salvo.

Los hombres y mujeres pecadores, no sólo no quieren que Dios les muestre Su gracia, sino tampoco les gusta que Dios muestre Su gracia a otros. Son como los fariseos, a los que Jesús dijo en Mt. 23:13: “Cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando”.

No hay un atributo de Dios que sea mayor que otro. Todos son perfectos. Aun así, de alguna manera, la gracia de Dios ha apelado a los creyentes como la principal, en la galaxia de las excelencias divinas. En verso y en prosa se ha ganado un lugar predilecto. Por ejemplo, Samuel Davies escribió:
¡Gran Dios de maravillas! Todos Tus caminos
Son exposición de Tus atributos divinos;
Pero la deslumbrante gloria de Tu gracia
Es, de Tus maravillas, la que más brilla.
¿Quién como Tú, oh Dios perdonador?
O ¿quién tiene gracia tan gratuita y rica?

Dios siempre ha sido un Dios de gracia –tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Pero este aspecto de Su carácter se reveló en una forma nueva y llamativa con la venida de Cristo.

La gracia es una hebra de oro que atraviesa el Nuevo Testamento.
Ésta formaba parte de la salutación acostumbrada de Pablo (“Gracia y paz”). Frecuentemente ensalzaba la gracia que no sólo lo había salvado, sino también llamado a ser un siervo de Dios.

Aquí tenemos algunos de los pasajes principales que tratan de la gracia:

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad…. Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia (Jn. 1:14 y 16).

Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (Jn. 1:17).

Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús (Ro. 3:24).

Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia (Ro. 6:14).

Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos (2 Co. 8:9).

Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad (2 Co. 12:9).

No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo (Gá. 2:21).

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe (Ef. 2:8 y 9).

Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres (Tit. 2:11).

Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca (1 P. 5:10).

Fue la gracia soberana de Dios la que nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo; nunca sabremos por qué nos escogió. Fue la maravillosa gracia la que envió al Hijo de Dios a este planeta para ser un hombre. Fue la sublime gracia la que condujo al Señor Jesús a la cruz del Calvario para morir en nuestro favor.

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