Sublime Gracia (1ª parte)
20 marzo, 2018
Rico en Misericordia
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Autor: William MacDonald

Dios acepta a aquellos que no lo merecen, aquellos que, de hecho, merecen todo lo contrario, pero que confían en el Salvador del pecador. ¡Esto es gracia! Es el regalo de lo Mejor del cielo para lo peor de la tierra. Son las riquezas de Dios a expensas de Cristo.


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PE2261 – Estudio Bíblico
Sublime Gracia (2ª parte)



Estimados amigos, la gracia es una hebra de oro que atraviesa el Nuevo Testamento. Ésta formaba parte de la salutación acostumbrada de Pablo (“Gracia y paz”). Él frecuentemente ensalzaba la gracia que no sólo lo había salvado, sino también llamado a ser un siervo de Dios.
Repasemos algunos de los pasajes principales que tratan de la gracia:

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad…. Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia (Jn. 1:14 y 16).

Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (Jn. 1:17).

Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús (Ro. 3:24).

Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia
(Ro. 6:14).

Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos (2 Co. 8:9).

Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad (2 Co. 12:9).

No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo (Gá. 2:21).

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe (Ef. 2:8 y 9).

Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres (Tit. 2:11).

Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca (1 P. 5:10).

Fue la gracia soberana de Dios la que nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo; nunca sabremos por qué nos escogió. Fue la maravillosa gracia la que envió al Hijo de Dios a este planeta para ser un hombre. Fue la sublime gracia la que condujo al Señor Jesús a la cruz del Calvario para morir en nuestro favor.

La gracia nos salvó de la pena del pecado –una eternidad de horror en el infierno. La gracia nos redimió del mercado de esclavitud del pecado. La gracia nos reconcilió con Dios. Por gracia somos justificados, santificados y glorificados. ¿Qué fue, sino la gracia, lo que causó que nosotros seamos morada del Espíritu Santo, quien es la garantía de nuestra eterna seguridad y las arras de la herencia que será nuestra un día?

Fue la gracia maravillosa la que nos hizo hijos de Dios, herederos de Dios y coherederos con Jesucristo. En el momento en que somos salvos, somos bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales –muestras inmaculadas de la gracia de Dios. Y Su gracia no quedará satisfecha hasta que estemos en la gloria con Cristo y seamos conformados a Su imagen bendita. No es de extrañar que Jhon Nelson Darby preguntase:
Y ¿es así? ¿Como Tu Hijo seré yo?
¿Es ésta la gracia que Él por mí ganó?
Padre de gloria (¡sobrepasa todo pensamiento!),
En gloria, ¡a Su propia semejanza bendita me trajo!

Si vemos que la salvación es toda por gracia, podemos tener plena certeza. Podemos saber que somos salvos. Si la salvación dependiese en lo más mínimo de nosotros mismos y de nuestros miserables logros, nunca podríamos saber con certeza que somos salvos. No sabríamos si ya tendríamos suficientes buenas obras o si estarían bien. Pero cuando la salvación depende de la obra de Cristo, no tiene que haber ninguna duda persistente.

Esto mismo es verdad en nuestra eterna seguridad. Si nuestra seguridad dependiese de algún modo de nuestra habilidad de resistir, podríamos ser hoy salvos y mañana perdidos. Pero mientras toda nuestra seguridad dependa de la capacidad del Salvador para guardarnos, podemos saber que estamos eternamente seguros.

Aquéllos que viven bajo la ley son instrumentos impotentes del pecado, porque la ley les dice qué hacer, pero no les da el poder para hacerlo. La gracia da a la persona una perfecta posición ante Dios, le enseña a andar como es digno de su llamamiento, la capacita para hacerlo por la morada del Espíritu Santo y le recompensa por hacerlo.

Bajo la gracia, el servicio se convierte en un privilegio gozoso, no en un deber legal. Los creyentes son motivados por amor, no por miedo. La memoria de lo que sufrió el Salvador para proveer salvación, inspira a los pecadores salvados para derramar sus vidas en servicio devoto.

A veces se ataca la enseñanza de la salvación sólo por gracia, porque se dice que fomenta el pecado: “Si eres salvo por gracia, puedes ir y vivir de la manera que te plazca”. La verdad es que la apreciación correcta de la gracia de Dios provee la mayor motivación para una vida santa. Se hace por amor lo que nunca se hubiese hecho bajo el miedo del castigo. ¿No era esto lo que quiso decir Agustín cuando dijo: “Ama a Dios y haz lo que quieras”?

Una vez que recibimos la gracia de Dios, nos convertimos en adoradores para siempre. Nos preguntamos: ¿Por qué me habrá escogido a mí? ¿Por qué derramó el Señor Jesús Su sangre, Su vida, por alguien tan indigno como yo? ¿Por qué, no sólo me salvó del infierno, sino también me ha bendecido ahora con toda bendición espiritual en los lugares celestiales, y me ha destinado a gozar la eternidad con Él en el cielo?

Por supuesto, Dios quiere que Su gracia se reproduzca en nuestras vidas, y que se transmita a otros a través nuestro. Él quiere que mostremos gracia en nuestro trato con los demás. Nuestra “palabra” debe ser “siempre con gracia, sazonada con sal” (nos dice Col. 4:6). Debemos empobrecernos para que otros sean enriquecidos (nos exhorta 2 Co. 8:9). Debemos mostrar favor y aceptación a los indignos y a los desagradables.

Si realmente vamos a representar a nuestro Señor y Salvador, debemos mostrar la misma gracia que lo caracterizó a Él en Su vida en la tierra. Augustus Toplady proclamó:

Fue Su gracia la que escribió mi nombre
en el libro eterno de la vida;
Fue Su gracia la que me dio al Cordero,
Quién llevó mi intensa angustia.
¡Salvado tan sólo por gracia!
Esta es mi declaración:
Jesús murió por la raza humana,
y Jesús murió por mí.

Oh, que Tu gracia inspire siempre
con divino poder mi alma;
Seas Tú la aspiración de toda mi fuerza,
y Tuyos los días de mi vida.
¡Salvado tan sólo por gracia!
Esta es mi declaración:
Jesús murió por la raza humana,
y Jesús murió por mí.

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