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Autor: Norbert Lieth

Pocos días antes de su muerte, Jesús habló a sus discípulos en el Monte de los Olivos. Este sermón contiene las más importantes declaraciones proféticas de la Biblia, que nos ayudan a ordenar cronológicamente los hechos futuros y nos desafían a alcanzar con el Evangelio a los que están afuera.


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PE2460- Estudio Bíblico
Señales de Su Venida (6º parte)


 


Amigos, retomamos hoy nuestra conversación en el capítulo 21 de Mateo. En los Evangelios se puede ver que cada paso de Jesús es un mensaje, la ilustración de un hecho profético. En este caso, inmediatamente antes de la maldición de la higuera, el Señor había purificado el Templo y los fariseos estaban muy enojados por eso. Entonces, leemos: “Y dejándolos, salió fuera de la ciudad, a Betania, y posó allí” (Mt. 21:17). Esto ocurrió la noche antes del encuentro del Señor con la higuera.

Ya aquí tenemos, pues, un indicio de que Jesús estaba por abandonar a Su nación, la cual era espiritualmente estéril. La dejó y fue a Betania, para estar con las pocas personas en Israel que todavía Lo amaban: Lázaro, María y Marta. ¿Es casualidad que “Betania” signifique, justamente, “casa de higos”? Es como si el Señor señalara aquí lo que Él estaba buscando: fruto. Dejó a los que no llevaban fruto, para estar en comunión con los que sí lo tenían.

A la mañana siguiente, caminó desde Betania en dirección a Jerusalén. Y lo que ahora nos dice el texto bíblico, refleja toda la situación de Israel en aquel entonces: en primer lugar “Vino a ella (a la higuera)”. Jesús había venido por primera vez a Su pueblo y se le ofrecía como el Mesías. Cabalgando sobre un asno, entró a Jerusalén y permitió que el pueblo le rindiera homenaje como a su Rey. Luego leemos que “tuvo hambre”. En Su primera venida, Jesús tenía hambre de poder bendecir al pueblo y también de recibir los frutos de las semillas que Su Padre había sembrado, por medio de los profetas, durante siglos.

Sin embargo, la generación judía de aquel entonces, si bien tenía hojas (una piedad externa, aparente), y si bien tenía la Palabra de Dios, no tenía frutos, ninguna fe genuina en Jesucristo. Durante unos tres años, el Señor Jesús se manifestó como el Mesías en Israel y en Jerusalén. Cuando comenzó Su ministerio público, tenía alrededor de 30 años (comp. Lc. 3:23), y probablemente murió a los 33 años. Hizo señales y milagros, y se presentó a Su pueblo como el Mesías de Dios. Pero, la mayoría no quiso creer en Él.

El Señor describió gráficamente esta situación en otra parábola, en Lucas 13: “Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera”, justo el tiempo que Jesús había asistido a la fiesta de la Pascua en Jerusalén y desempeñado allí Su ministerio público; y el relato continúa, “vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra? Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después” (Lc. 13:6-9).

En esta parábola, Israel es la viña y Jerusalén la higuera en medio de la viña. El dueño de la viña es Dios el Padre, y el viñador es Dios el Hijo (comp. Is. 3:14; 5:7; Jer. 24:5.8). Durante tres años, el Señor ministró a la higuera y trabajó en ella, pero ella no llevó ningún fruto. Por eso, se tuvo que cumplir lo que Jesús había enseñado y demostrado con Su ejemplo: “si no, la cortarás después”. Toda la generación de aquel entonces fue juzgada. Se secaron, literalmente, hasta los cimientos, fueron cortados y nunca más volvieron a dar fruto.

Pocos días después, Israel también rechazó a Jesús como su Rey, lo que Jesús había anunciado antes, en la parábola de las minas confiadas a los diez siervos en Lucas 19: “No queremos que este reine sobre nosotros”, dice el relato bíblico (Lc. 19:14). Después de no mucho tiempo, en el año 70 después de Cristo, vinieron los romanos y destruyeron la ciudad de Jerusalén hasta sus cimientos. El país dejó de existir políticamente, y los judíos fueron dispersados por todo el mundo. Literalmente, se cumplieron las palabras y las parábolas de Jesús acerca de la generación de aquel entonces.

También se hizo realidad lo que había dicho el profeta Joel, hacía ya varios siglos: “La vid está seca, y pereció la higuera; el granado también, la palmera y el manzano; todos los árboles del campo se secaron, por lo cual se extinguió el gozo de los hijos de los hombres” (Joel 1:12). Como Israel y Jerusalén quedaron secos, toda la tierra pereció. La tierra judía se transformó en un valle de lágrimas. A partir de aquel momento, los judíos en la diáspora lloraban la pérdida de su tierra, de su ciudad Jerusalén y de su Templo. Durante casi 2,000 años, cada año se decían unos a otros: “¡El año que viene en Jerusalén!”.

¡A Dios hay que tomarlo muy en serio! Él viene a usted, y también le llama a venir a Él por medio de Su Hijo Jesucristo. En Jesucristo, por Su muerte en la cruz del Gólgota, Él ha hecho todo para nosotros, para usted y para mí. Por eso, es sumamente peligroso postergar una decisión a favor de Jesucristo (comp. Job 33:29-30).

Hay muchos que desde hace años asisten a una iglesia, domingo a domingo escuchan la Palabra, quizás, incluso, cantan en un coro cristiano y oran en las reuniones de oración. Sin embargo, más allá de todo esto, nunca se han convertido. Pero, no solamente eso, sino que también conozco a ancianos y a pastores que tienen a su cargo la responsabilidad de una iglesia y no han nacido de nuevo. ¡Dichosos los que por la fe han aceptado para ellos, personalmente, al Señor Jesucristo y Su obra de salvación perfecta! ¿Cómo es en su caso? ¿Ya ha dado este paso, el más importante de su vida? Si no lo ha hecho, le animo a que lo haga hoy mismo, ahora, pues Jesús desde hace mucho está trabajando también en usted.

En la parábola de la viña y de la higuera plantada en medio de ella, Jesús advirtió que esta sería cortada. Los discípulos fueron, luego, testigos de cómo Jesús maldijo a la higuera estéril y esta en seguida se secó. Después, en Mateo 24, refiriéndose a Su regreso, el Señor dijo: “De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas. De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Mt. 24:32-34).

Seguramente cuando el Señor les contó la parábola de la higuera que comenzó a brotar, los discípulos todavía estaban bajo la impresión de la higuera que se secó. ¡Se deben haber asombrado de que Jesús hablara, de repente, otra vez de una higuera, de una generación nueva y de Su regreso! En Mateo 21, leemos que los discípulos, ante el aspecto de la higuera seca, maldecida por el Señor, “decían maravillados: ¿Cómo es que se secó en seguida la higuera? Respondiendo Jesús, les dijo: De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no solo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho” (Mt. 21:20-21).

Parece como si el Señor hubiera querido anunciar ya en aquel momento lo que pasaría en el futuro. Enseñó a Sus discípulos lo importante que era creer, en lugar de dudar como lo hacía la generación de aquella época. Fue como si les dijera: si es posible ordenar por la fe que se seque una higuera o que un monte se eche al mar, o un sicómoro se traslade allí (como dice en Lucas 17:6), entonces también ocurrirá lo humanamente imposible, y la higuera volverá a florecer y a llevar fruto. Por supuesto, no en la generación de aquel entonces, pero en una futura nueva generación judía.

La generación de aquel entonces, en medio de la cual Jesús vivió y ministró, pereció sin fruto. Pero, conforme a Sus palabras, se formará una nueva generación que presenciará Su regreso. Es lo que Jesús quiso demostrar con Su parábola profética sobre la higuera: la viña representa al Estado judío. Israel, como nación, volvió a existir en 1948. Estamos hablando aquí de su identidad nacional, y de la restauración del pueblo y de la tierra. La higuera es un símbolo de Jerusalén, que en 1967 fue “implantada” otra vez como capital en Israel. La savia que corre por las ramas y las hojas que brotan en la higuera, simbolizan la restauración espiritual de una nueva generación del pueblo judío.

Cuando Jesucristo regrese para Su pueblo, encontrará en la higuera los higos tardíos, que son los mejores higos en Israel. Los higos tardíos serán el remanente creyente de Israel. Ellos serán la generación que “no pasará hasta que todo acontezca”. Vivirán la Gran Tribulación y experimentarán el regreso de Jesús a esta Tierra.


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