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Autor: Samuel Rindlisbacher

La sangre era un elemento que tenía mucho protagonismo en el funcionamiento del Tabernáculo. En este programa, escucharemos cuál es el verdadero significado de la sangre en términos proféticos y cómo, la Sangre de Jesús es diferente a todas las demás.


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PE2891- Estudio Bíblico
Profecía en el Tabernáculo (6ª parte)



Es una alegría continuar con el estudio del Tabernáculo. En el programa anterior vimos la segunda cubierta de aquel santuario en el desierto, una cubierta de color rojo, hecho de pieles de carneros. Los carneros eran animales aptos para los sacrificios y el color rojo nos habla de sangre derramada por estos animales inocentes. Prefiguraban el sacrificio de Cristo y la sangre que Él un día derramaría en la cruz del Calvario.

Hablamos también de la función y del valor de la sangre. El ser humano adulto posee entre 4,5 y 6 litros de sangre. Es la que provee al cuerpo los elementos esenciales para la vida. Además, combate las infecciones y las alergias, elimina los desechos, ayuda en la cicatrización de las heridas y la restauración de los vasos.

Un artículo en La revista alemana GEO del 11 de noviembre de 1997 decía:

Mientras la corriente roja es pulsada en el cuerpo, calentándolo y alimentándolo, refrescándolo y protegiéndolo, da energía y evacúa los tóxicos. La sangre es capaz de todo esto porque es mucho mejor que el agua con solo algunas células y moléculas. ¡En ella corre la vida misma!

Hace más de tres mil años ya se había escrito en las Sagradas Escrituras en Levítico 17:11: «Porque la vida de la carne en la sangre está». La sangre era derramada en enormes cantidades en el Antiguo Testamento. Tan solo el rey Salomón sacrificó unos 22 000 bueyes y 120 000 ovejas para la dedicación del templo en Jerusalén. No obstante, toda esa cantidad de sangre no es capaz de perdonar ningún pecado. Hebreos 10:4,11 dice:

“Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados […] [,] ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados.”

Hace falta otra sangre, la del Señor Jesucristo, que como vemos en 1 Juan 1:7 es la única que nos limpia de pecado. No precisamos inmolar a un animal, ya no es necesario que corra la sangre, ni tampoco que una hostia sea transustanciada en el cuerpo de Cristo ni que se convierta el vino en sangre. El cuerpo de Cristo sacrificado una vez en la cruz del Calvario y Su sangre derramada son suficientes.

La Biblia testifica en Hebreos 9:28 que Cristo murió una vez «para llevar los pecados de muchos». Es así que la Cena del Señor no es un sacrificio renovado, donde se transustancia el vino en sangre y el pan en el cuerpo del Señor, ni siquiera en un sentido espiritual. No podemos dudar acerca de esto: Cristo pagó nuestra redención con Su sangre y su vida. Es por eso que podemos cantar con gozo:

Lo sé, lo sé: comprado con sangre yo soy;

lo sé, lo sé, con Cristo al cielo yo voy

La epístola a los Efesios, en el capítulo 1 versículo 7 dice: «En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia».

El único camino para ser justificado delante de Dios pasa por el perdón de nuestros pecados por medio de la sangre de Jesucristo. O tomamos en serio la Biblia y nos acercamos a Cristo o pasamos por encima de la cruz del Gólgota, por parecernos demasiado sangrienta, incomprensible e ilógica, perdiéndonos así para siempre.

Juan escribe en su Primera Epístola, que Cristo es el sacrificio de propiciación por nuestros pecados. Toda persona puede ir a Él, sin importar su nombre, apariencia, cultura o el crimen que haya cometido. Podemos ir a Dios, pues Él nos ha abierto el acceso por medio de Jesucristo. Por desgracia, muchas personas se ríen de esto o menean la cabeza con desprecio. Algunos cristianos evitan la teología de la sangre, avergonzándose de la cruz de Cristo, aunque una crucecita de adorno sigue colgada en sus cuellos, transformándose equívocamente en un símbolo de tolerancia. Ha quedado en el olvido lo que una vez dijo el apóstol Pablo en su carta a la iglesia en Corinto: «predicamos […] a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura»

Parece irracional que Jesucristo, el Dios viviente, diera Su sangre para redimirnos. Los hombres prefieren buscar un camino al cielo más comprensible o cómodo, que no implique al «varón de dolores» o a la cruz del Gólgota. Una canción lo expresa así:

He visto a los hombres, ellos buscan tarde y temprano, trabajan, van y vienen, y su vida es trabajo y fatiga. Buscan lo que no encuentran, en amor y honra y felicidad, y vuelven cargados con pecado e insatisfechos.

Elvis Presley es un triste ejemplo de esto. Él era el «rey del rock and roll». Tenía el mundo a sus pies. Poseía riquezas, poder y fama. Con todo, se sentía mortalmente infeliz, pues no encontraba lo que realmente buscaba: amor, honra y felicidad. Volvió entonces «cargado de pecado e insatisfecho», por más que en su repertorio hubiera canciones que hablaban del evangelio como, por ejemplo:

Cuando recuerdo del amor divino,
que desde el cielo al Salvador envió;
Aquel Jesús que por salvarme vino
y en una cruz sufrió por mí, y murió;
mi corazón entona la canción:
¡cuán grande es Él!, ¡cuán grande es Él!

O también:

A solas al huerto yo voy,
cuando duerme aún la floresta;
y en quietud y paz con Jesús estoy
oyendo absorto allí Su voz.
Él conmigo está, puedo oír Su voz,
y que suyo, dice, seré;
y el encanto que hallo en Él allí,
con nadie tener podré.

Elvis Presley conocía el evangelio, sin embargo, ¿tomó el último paso? Una y otra vez cayó en profundas depresiones. Finalmente se vio a aquel que era el favorito entre las multitudes en una profunda soledad, hinchado por los fármacos, el alcohol y la glotonería, y más tarde, ¡muerto!

Él sabía mucho…

Hay que dar el último paso para cruzar la meta. ¡Conviértete! Tal vez mañana sea tarde para hacerlo. ¿A dónde pretendes ir con tu conciencia? ¿A dónde con tu pecado? Jesucristo expió tus pecados y los míos. La sangre preciosa que derramó es suficiente. La oportunidad aún está abierta 1 Juan 1:9 dice: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad».

Regresemos a la cubierta roja del tabernáculo. Decíamos que no encontramos indicaciones acerca de su tamaño, aunque sabemos que era lo suficientemente grande como para envolverlo todo y cubrirlo. Esto nos habla de la suficiencia de la sangre de Cristo. Ninguna culpa ni transgresión es tan grande que no pueda ser perdonada por la sangre del Cordero.

Cuando Jesucristo murió, derramando Su sangre en la cruz de Gólgota, demostró de esa manera Su gran amor: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» dijo antes de entregarse.

Cristo nos ama tanto que dio Su propia vida por nosotros, y lo hizo con plena conciencia de ello. El Señor sabía bien lo que estaba haciendo, mientras dejaba que Su sangre y Su vida salieran de Él. Incluso cuando quisieron aliviar su dolor, lo rechazó, pues leo: «Y le dieron a beber vino mezclado con mirra; mas él no lo tomó».

¿Por qué todo esto? Porque Cristo estaba pensando en ti, pues te ama como a todos nosotros. Es por eso que, si entregas hoy tu vida pecaminosa al Señor, Él te dirá lo mismo que en Isaías 1:18:

Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.

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