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Autor: Samuel Rindlisbacher

La cubierta de pelo de cabra nos muestra a Jesús como profeta. Y al admirar la cuarta y más colorida cubierta, que tenía querubines artísticamente bordados en ella, vemos la hermosura de Cristo como la describen los cuatro evangelios.


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PE2892- Estudio Bíblico
Profecía en el Tabernáculo (7ª parte)



¿Qué tal? En el programa anterior vimos la segunda de las 4 cubiertas que formaban juntas el techo del tabernáculo en el desierto. Al acercarnos desde arriba vimos primero una cubierta gris, hecha de pieles de tejones, debajo de ella una cubierta roja de pieles de carnero y al levantarla descubrimos una tercera cubierta tejida de pelo de cabra.

Ella nos muestra a Jesucristo en su oficio de Profeta, pues eran los profetas que muchas veces se vestían de pelo de cabra. Es probable que el pelo oscuro de cabra se utilizara también para el cilicio, en este sentido también nos habla de la tristeza por el pecado, la cual según 2 Corintios 7:10 produce arrepentimiento para salvación.

La cuarta cubierta se podía ver debajo de la tercera, o lo que era aún más fácil, entrando al tabernáculo y mirando hacia arriba. De esa cubierta leemos en Éxodo 26:

“Harás el tabernáculo de diez cortinas de lino torcido, azul, púrpura y carmesí; y lo harás con querubines de obra primorosa. La longitud de una cortina de veintiocho codos, y la anchura de la misma cortina de cuatro codos; todas las cortinas tendrán una misma medida. Cinco cortinas estarán unidas una con la otra, y las otras cinco cortinas unidas una con la otra.”

Antes de seguir, me gustaría hacerte una pregunta: ¿Cuál sería tu primer pensamiento si te preguntaran cómo te imaginas a Jesucristo?  Durante Su vida en la tierra sus compatriotas lo consideraron un rabí sin precedentes, que tenía autoridad en Sus enseñanzas y era fiel a la ley. Para los escribas era un hombre demasiado permisivo.

Un joven rico no pudo entender la actitud de Cristo frente a las finanzas. El teólogo Nicodemo temía ser visto con Él durante el día.

Dondequiera que Jesús fuera, los más despreciados de la sociedad lo acompañaban: cobradores de impuestos, guerrilleros, poseídos y prostitutas. Ellos se sentían bien recibidos por Jesús, sin embargo, los teólogos, los intelectuales, los ricos y los nobles expresaban desprecio por Él. Fueron los pobres, los lisiados y los excluidos de la sociedad quienes lo recibieron.

¿Cómo es Jesús? Él reprendió a uno de Sus mejores amigos diciéndole: «¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres».

En otra ocasión tomó un látigo y sacó a latigazos a los vendedores y cambistas del templo. Volcó sus mesas y los echó afuera.

Ministró con misericordia a los enfermos, sanó a los ciegos, lloró por la muerte de Su amigo Lázaro y por el mal que vendría sobre su amada ciudad Jerusalén. Lleno de compasión se sentó junto al pozo de Jacob con una mujer excluida y despreciada, perdonó a la mujer adúltera, y aún en la hora de Su muerte halló palabras de esperanza para un ladrón arrepentido.

Los primeros en adorarle como el Rey que había nacido fueron pastores con olor a oveja, y los primeros en seguirle fueron pescadores sin educación. Jesús es diferente.

Esto lo demuestran las distintas cuatro cubiertas del tabernáculo.

La primera que era de pieles de tejón nos habla de la falta de atractivo que parecía tener Jesús. Isaías 53 lo expresó así: «… le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos».

La segunda cortina, de pieles de carnero teñidas de rojo, nos muestra al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo: a Jesús, quien murió por los pecados de todos los hombres en todo tiempo y lugar.

La tercera, de pelo de cabra nos revela cómo Dios nos dio de Su justicia divina sin que podamos aportar nada de nuestra parte, tal como dice Pablo a los Romanos: «Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús»

La cuarta cubierta, la que estudiaremos hoy, fue hecha de cuatro colores distintos y nos habla de la plenitud de Cristo.

De Él dice Colosenses 2:9: «En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad». Esta plenitud divina es expresada de manera artística en los cuatro colores de esta última cubierta: lino blanco, azul, púrpura y carmesí.  —Carmesí es un rojo vivo como la sangre arterial y la purpura es un rojo tirando a violeta—

 Esta misma variedad de colores podemos ver también en los cuatro evangelios en el Nuevo Testamento. Los evangelios son como cuatro potentes focos que iluminan hacia un mismo punto: a Jesucristo.

En el Antiguo Testamento se necesitaba para todo juicio por lo menos dos testigos. Deuteronomio 19:15 advierte solemnemente: «Un solo testigo no bastará para condenar a un hombre acusado de cometer algún crimen o delito. Todo asunto se resolverá mediante el testimonio de dos o tres testigos.»

Dios confirma la verdad del Nuevo Testamento acerca de la obra y la persona de Jesucristo, no sólo dando dos testigos, sino dos veces dos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Jesucristo es presentado en cada uno de ellos desde un punto de vista diferente.

Mateo nos muestra a Jesús como el Rey. El color del vestido real era el rojo púrpura o escarlata. El vendrá para ser Rey, aunque en su primera venida los vistieran de púrpura o escarlata para burlarse de Él.

Leemos que, desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!». Tanto Mateo como el rojo púrpura del tabernáculo nos hablan de Jesucristo como el Rey de los judíos.

Marcos nos muestra a Jesús como el siervo de Dios que dice: “el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos

En el tiempo de Jesús existía la práctica oriental de lavar los pies del visitante. Al esclavo de segunda categoría le correspondía la tarea de desatar la correa del zapato del visitante y al de tercera categoría, la de lavar sus pies. Esto precisamente revela lo que quiso decir Juan el Bautista cuando exclamó acerca de Jesús: «Él es el que viene después de mí, a quien yo no soy digno de desatar la correa de la sandalia».

Jesús se hizo el más bajo de los siervos cuando tomó el lebrillo con agua y lavó los pies de Sus discípulos. Es interesante que este acontecimiento no se encuentra en el evangelio de Marcos, sino en el de Juan. No obstante, el papel de siervo que destaca Marcos va más allá de lavar los pies de sus discípulos: Él dio su vida en rescate por muchos, ofreció Su propia vida y derramó su sangre de color carmesí en la cruz por ti y por mí.

El médico Lucas es el escritor del tercer evangelio y nos muestra a Jesús como el hombre perfecto. Nuestro Señor conoció el cansancio, la tristeza, el gozo y el dolor, se alegró con los invitados de una boda y se cansó al punto de dormirse en una barca que se hundía a causa de una gran tormenta. Sin embargo, en medio de todas estas facetas humanas, nos encontramos con su pureza. El color blanco en el tabernáculo es el color de la inocencia y la pureza. Esta blanca inocencia era tan visible que el mismo gobernador dijo delante de una multitud que deseaba Su muerte: «Ningún delito hallo en este hombre».

Jesucristo es el hombre perfecto, sin pecado. Así lo atestigua hebreos 4:15: «fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado».

Jesús es el hombre que Dios desea para la humanidad: puro, santo y agradable delante del Padre celestial.

Por último, en el Evangelio de Juan vemos a Jesucristo como el Dios eterno: el que fue, es y será por la eternidad. De su origen celestial nos habla el color azul del tabernáculo. Jesús dice: «Yo soy el pan vivo que descendió del cielo, si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre».

Estimado amigo, ¿has comido de este pan, tienes vida eterna? Si no es así dile ahora mismo a Jesucristo: “Señor creo en ti, perdona mis pecados y lávame con tu sangre carmesí. Te recibo como mi Señor y Salvador.” Y dice la Biblia: “a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, Dios les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

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