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Autor: Samuel Rindlisbacher

¿Queremos una vida genuina? La encontraremos tan solo en Jesucristo. Mientras nos esforcemos por justificarnos delante de Dios a través de nuestros medios, transitaremos un camino equivocado.


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PE2903 – Estudio Bíblico
Profecía en el Tabernáculo (18ª parte)



¿Qué tal, amigos? En el programa de hoy, hablaremos del efecto que la Ley de Dios genera en la vida de las personas, ese anhelo que la Ley despierta.

El sacerdote podía entrar delante del arca, en el Lugar Santísimo, una sola vez en el año, en el gran día de la expiación, llamado Yom Kipur. Ese día, el sumo sacerdote se acercaba con la sangre del sacrificio al arca del pacto y la rociaba en la cubierta del arca para buscar reconciliación. Sobre este gran día leemos en Levítico 23:27-30:

“A los diez días de este mes séptimo será el día de expiación; tendréis santa convocación, y afligiréis vuestras almas, y ofreceréis ofrenda encendida a Jehová. Ningún trabajo haréis en este día; porque es día de expiación, para reconciliaros delante de Jehová vuestro Dios. Porque toda persona que no se afligiere en este mismo día, será cortada de su pueblo. Y cualquiera persona que hiciere trabajo alguno en este día, yo destruiré a la tal persona de entre su pueblo.

Para que el sumo sacerdote fuera digno de este servicio, debía cumplir al pie de la letra ciertas reglas que leemos en Levítico 16:2: «Y Jehová dijo a Moisés: Di a Aarón tu hermano, que no en todo tiempo entre en el santuario detrás del velo, delante del propiciatorio que está sobre el arca, para que no muera; porque yo apareceré en la nube sobre el propiciatorio».

Para Israel la reconciliación se relacionaba con el reposo. No podía llevarse a cabo ningún trabajo. Quien traspasara estas reglas debía ser ejecutado, por lo que había un peligro real de perder la vida. La Biblia nos muestra con esto la santidad de Dios y lo intolerante que es con el pecado. Aunque servir en el tabernáculo, delante del arca del pacto, significaba un gran privilegio, el miedo por no satisfacer las demandas de Dios era un factor influyente. Dios había dicho y encontramos en Levítico 19:2: «Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios». Tenían miedo de no estar a la altura de las exigencias de la ley. Era el temor del hombre imperfecto frente a un Dios santo.

En Deuteronomio 27:26 la ley dice: «Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas». Muchas exigencias y mucho terror. ¿Cuál es entonces la función de la ley? ¿Animarnos a una mayor autodisciplina, molernos, quebrarnos o llevarnos al borde de la locura? ¡No! La exigencia de la ley debe despertar en nosotros el anhelo por un Redentor.

Moisés sabía que la ley no puede redimir al hombre, por eso dijo como leemos en Deuteronomio 18:15: «Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis». Este profeta es Jesucristo. Esta es la razón por la que encontramos en Juan 1:45 el diálogo de Felipe y Natanael: «Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret».

Jesucristo cumplió con todas las exigencias de la ley. El tiempo del temor por estar ante la presencia de Dios llegó a su fin, pues llegó uno más grande que la ley: ¡Jesucristo! Estar en Él significa que, de acuerdo a 2 Corintios 5:17 «Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas».

La diferencia decisiva

Cuando Pablo dice las «cosas viejas» también se refiere a las exigencias de la ley. Para una mejor explicación, leamos Hebreos 9:3-4:

“Tras el segundo velo estaba la parte del tabernáculo llamada el Lugar Santísimo, el cual tenía un incensario de oro y el arca del pacto cubierta de oro por todas partes, en la que estaba una urna de oro que contenía el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto.”

¿Dónde se encontraba la urna con el maná, la vara de Aarón y el altar de incienso? Es interesante cómo el Antiguo Testamento ubica estos elementos de manera distinta al pasaje de Hebreos 9. Dice en Números 17:8-10 respecto a la vara de Aarón que Moisés la tuvo que poner delante del arca, y no adentro:

“Y aconteció que el día siguiente vino Moisés al tabernáculo del testimonio; y he aquí que la vara de Aarón de la casa de Leví había reverdecido, y echado flores, y arrojado renuevos, y producido almendras. Entonces sacó Moisés todas las varas de delante de Jehová a todos los hijos de Israel; y ellos lo vieron, y tomaron cada uno su vara. Y Jehová dijo a Moisés: Vuelve la vara de Aarón delante del testimonio, para que se guarde por señal a los hijos rebeldes; y harás cesar sus quejas de delante de mí, para que no mueran.”

También, según Éxodo 16:33 la urna con el maná estaba delante del arca:

“Y dijo Moisés a Aarón: Toma una vasija y pon en ella un gomer de maná, y ponlo delante de Jehová, para que sea guardado para vuestros descendientes.”

¿Por qué estas pequeñas diferencias encierran un gran significado? ¿Qué podría significar que el Nuevo Testamento diga que la vara de Aarón y la urna con el maná estaban en el arca del pacto y que el altar de incienso se encontraba en medio del Lugar Santísimo y que el Antiguo Testamento afirme, por lo contrario, que la vara de Aarón y la urna con el maná se guardaban fuera del arca del pacto, y que el altar de incienso se encontraba fuera del Lugar Santísimo?

Me gustaría explicar esto con palabras sencillas: en el Antiguo Testamento la gracia fue suprimida por la ley. Mientras estuvo la ley, no pudo irrumpir la gracia. La ley no cede, es implacable y dura. Ella misma dice que aquel que errare en una sola letra es reo de muerte, dice «ojo por ojo, diente por diente». Sin embargo, la urna con el maná representa la vida, la vara de Aarón la resurrección de los muertos y el altar de incienso una vida santa y agradable a Dios. La ley no podía dar estas cosas. Se veía comprometida por el pecado. Empero, cuando vino Jesucristo, todo se hizo realidad en Él.

Romanos 10:4

“Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree.”

La gracia que otorga la reconciliación, da la vida y despierta la esperanza, no pudo irrumpir mientras la ley estaba en vigor. Bajo la gracia, hecha realidad en Jesucristo, el mensaje del maná se cumple, pues Él dijo lo que leemos en Juan 6:35: «Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás». La vara de Aarón también cumplió su propósito en las palabras de Jesús de Juan 11:25: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá». Incluso el altar de incienso, el altar del olor grato, encontró su cumplimiento cuando en el bautismo de Jesús, Mateo 3:17 se oyó la voz del Padre que dijo desde el cielo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia».

Sí, hubo maná en el tiempo de la ley, sin embargo, no era capaz de satisfacer el hambre de por vida, pues al segundo día ya comenzaba a desmejorar. También la vara de Aarón había reverdecido, y hasta llevado fruto, pero el milagro duró poco tiempo. Aun el sacrificio de olor grato que se había de quemar dos veces al día encontró pleno cumplimiento en Jesucristo.

¿Queremos una vida genuina? La encontraremos tan solo en Jesucristo. Mientras nos esforcemos por justificarnos delante de Dios a través de nuestros medios, transitaremos un camino equivocado. Ahora, si nos apoyamos confiados en lo que Jesucristo hizo por nosotros en la cruz del Gólgota, recibiremos de Dios la justicia por medio de Él. Jesús cumplió por nosotros todas las exigencias de la ley, por lo que podemos vivir una auténtica relación con el Señor. Un vínculo verdadero no está caracterizado por el temor, sino por el cariño, la consideración mutua, el respeto, la estima, el aprecio y la gratitud, en síntesis, por el amor.

¿No te gustaría comenzar una relación así con Cristo, por amor y gratitud, puesto que Él cargó sobre Él tu culpa y sufrió en tu lugar el juicio de Dios? Él murió para regalarte la vida eterna. ¡Ve a Cristo! Él quiere perdonar tus pecados y darte vida eterna.

Este es un paso que verdaderamente vale la pena.

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