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Autor: Samuel Rindlisbacher

La luz del candelabro nos habla de Jesucristo, la luz del mundo. De él dice el salmista: «El que se cubre de luz como de vestidura, que extiende los cielos como una cortina». Leemos en Juan 8 que el Señor Jesús dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».


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PE2899 – Estudio Bíblico
Profecía en el Tabernáculo (14ª parte)



Queridos amigos, en el programa pasado miramos la mesa con los doce panes de la proposición, cubiertas con incienso, que estaban continuamente en la presencia de Dios.

Vimos que los panes que son un testimonio de la fidelidad de Dios para con las doce tribus de Israel. Aunque todavía rechazan a su Mesías, vendrá el día en que este pueblo será de olor grato para su Dios, por que él dice por boca del profeta Isaías “Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará.”

Ahora dejamos por un momento la mesa de los panes de proposición y nos damos vuelta y miramos la luz que viene de las siete lámparas del enorme candelero de oro que está en frente de la mesa.

Dios había dicho a Moisés en Éxodo 25:31- 40:

“Harás además un candelero de oro puro; labrado a martillo se hará el candelero; su pie, su caña, sus copas, sus manzanas y sus flores, serán de lo mismo. Y saldrán seis brazos de sus lados; tres brazos del candelero a un lado, y tres brazos al otro lado. Tres copas en forma de flor de almendro en un brazo, una manzana y una flor; y tres copas en forma de flor de almendro en otro brazo, una manzana y una flor; así en los seis brazos que salen del candelero; y en la caña central del candelero cuatro copas en forma de flor de almendro, sus manzanas y sus flores. Habrá una manzana debajo de dos brazos del mismo, otra manzana debajo de otros dos brazos del mismo, y otra manzana debajo de los otros dos brazos del mismo, así para los seis brazos que salen del candelero. Sus manzanas y sus brazos serán de una pieza, todo ello una pieza labrada a martillo, de oro puro. Y le harás siete lamparillas, las cuales encenderás para que alumbren hacia adelante. También sus despabiladeras y sus platillos, de oro puro. De un talento de oro fino lo harás, con todos estos utensilios. Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte.”

La luz del candelabro nos habla de Jesucristo, la luz del mundo. De él dice el salmista: «El que se cubre de luz como de vestidura, que extiende los cielos como una cortina».

Leemos en el evangelio de Juan capítulo 8 que cuando el Señor Jesús enseñaba en el templo dijo a los que estaban allí: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».

La luz de Cristo ilumina nuestro camino, nos salva de tropezar, pero también saca a luz lo que hay en nosotros. La luz descubre las tinieblas.

La Biblia nos dice que Dios es el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver.

Para el hombre no regenerado es imposible mantenerse en pie delante de Dios. Esto era precisamente lo que descubrió Israel, cuando, luego de salir de Egipto, se encontró al pie del monte Sinaí. Al oír la voz de Dios el pueblo se llenó terror. Es lo que encontramos en Éxodo 20:18-19:

“Todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo, temblaron, y se pusieron de lejos. Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos.”

El ser humano teme, pues sabe que no puede permanecer delante de Dios. Génesis 3:9 nos cuenta cómo los primeros humanos se escondieron de Dios cuando dijo: “¿Dónde estás tú?”

Entonces Adán respondió: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo,

porque estaba desnudo; y me escondí.”

Acerca de Moisés, el gran caudillo de Israel leemos en Éxodo capítulo 3 versos 2 al 6: “Se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema. Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.”

Y cuando el profeta Isaías se vió en presencia del Dios Santísimo, en Isaías capítulo 6, no pudo hacer otra cosa que exclamar: «¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos».

El mismo profeta escribe en el capítulo 33 versículo 14: «Los pecadores se asombraron en Sion, espanto sobrecogió a los hipócritas: ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas?».

Allí donde está Dios, hay luz, y nada puede permanecer escondido delante de él. Cuando el Señor Jesucristo caminaba en esta tierra, todas las cosas estaban desnudas y abiertas a ante él. Él sabía lo que había en el hombre.

Cuando en el evangelio de Mateo capítulo 19, Jesús se encuentra con un joven rico. Vemos a un muchacho que aparenta ser perfecto, tiene un estilo de vida intachable y asiste a los servicios religiosos con regularidad.

Sin embargo, Jesús ve su corazón y le dice: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones».

Este joven estaba atado a su riqueza, su buena posición y su inmaculada reputación. En vez de dejarse ayudar por Jesús, se fue entristecido.

Cuando los seres humanos tenemos un encuentro real y consciente con Dios, nuestra reacción siempre será de espanto a causa de nuestro pecado.

Israel daba gritos en su encuentro con Dios en el monte Sinaí “no hable Dios con nosotros, para que no muramos”.

El gran profeta Isaías exclamó: “¡Ay de mí, que soy muerto!”
¿Porqué?

Porque Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.

Es de esta luz, pura e inmaculada, que nos habla la luz del candelabro. Si somos hijos de Dios, entonces la primera epístola de Pedro capítulo 1:14 nos llama a vivir, precisamente, en esta luz:

“Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.”

Si somos creyentes de verdad, no podemos tomar el pecado con liviandad, pues la Biblia nos advierte en su primera epístola capítulo 3 verso 8: «El que practica el pecado es del diablo».

Practicar el pecado quiere decir hacer del pecado un hábito, es decir, un acto continuo, consciente y deliberado, sin importar de qué pecado se trate.  

Pero esto no significa que el cristiano no pueda pecar. El que afirme que un cristiano no puede pecar es un hereje. La Biblia lo dice con claridad en Santiago 3:2: «Todos ofendemos muchas veces» y en 1 Juan 1:8 «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros».

Pero, el cristiano no está obligado a pecar, pues Cristo mora en su corazón. Él es más fuerte que cualquier tentación. Y si caemos, podemos acercarnos nuevamente al Señor Jesucristo y ser limpiados y perdonados.

La primera carta de Juan capítulo 2:1 expresa la voluntad y la misericordia de Dios de manera muy alentador. Allí escribe el discípulo amado:

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis;”

Esta es la voluntad de Dios para tu vida: ¡Que no peques!

Y luego continúa teniendo en cuenta la posibilidad de que caigamos:

“y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” La misericordia de Dios que te invita a correr a Cristo, tu abogado y confesarle tu pecado, porque “si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”

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