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Autor: Samuel Rindlisbacher

Las paredes del Tabernáculo fueron hechas de tablas de madera común y corriente, pero cubiertas con oro puro, una imagen de la Iglesia, compuesta por personas comunes y corrientes pero cubiertas con la gloria de Cristo.


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PE2895- Estudio Bíblico
Profecía en el Tabernáculo (10ª parte)



Qué alegría que nos acompañen nuevamente en este estudio de la Palabra de Dios. Hemos visto ya varios componentes del Tabernáculo y su significado profético.  Quisiera mirar una vez más con ustedes las tablas cubiertas de oro que formaban las paredes del tabernáculo. Pero por dentro eran hechas de madera.

La madera representa la naturaleza humana. No podemos negar que somos seres humanos imperfectos. Podemos reconocer en nosotros mismos algunos elementos positivos y otros tantos negativos. A veces estamos de buen humor, otras veces sucede lo contrario. Hay días en que nada en el mundo parece poder sacarnos de nuestro equilibrio, y otros donde todo nos afecta. En la relación entre seres humanos se comprueba la veracidad de las palabras del apóstol Pablo a los Gálatas en el capítulo 5 versículo 15: «si ustedes se muerden y se devoran unos a otros, tengan cuidado, no sea que se consuman unos a otro».

El canibalismo no es un acontecimiento aislado que se da en el corazón de alguna selva, sino que podemos encontrarlo también en la jungla llamada civilización. Hay atropellos, luchas en todos los frentes, envidia y pérdida de valores. Con frecuencia nos mordemos, lastimamos e incluso devoramos. Unos se adelantan a otros a los codazos. Otros logran lo mismo con intrigas. Todo parece ser lícito si ayuda a subir un peldaño en la escalera al éxito, lamentablemente también en las Iglesias.

La madera es un material natural. Su variabilidad va desde el duro roble a la madera super liviana de balsa. Hay árboles que se orientan hacia el sol, con un crecimiento imprevisible, existen los álamos temblones que se estremecen aun sin brisa. Y Hay árboles que quedaron torcidos o pequeños por el clima hostil arriba en las montañas nevadas.

Hay cristianos que se han vuelto rígidos y duros, igual que los árboles. Otros son demasiado blandos sus convicciones son maleables como el junco.  Algunos son arrastrados por las nuevas tendencias, corriendo de aquí para allá y no logran permanecer mucho en ningún lugar. Luego encontramos a los temerosos, los tímidos, los que son abatidos por cualquier viento, que dependen de la protección de otros y de las palabras amables de los demás.

Aun así, todos ellos, sin excepción, tienen su fundamento en la redención.

Por todos ellos el Señor Jesús ha pagado un precio infinitamente grande, fueron hechos aceptos por la obra redentora del Señor y «ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús».

¿No nos enojamos a menudo con nuestro hermano o nuestra hermana en la fe? ¿No vemos comúnmente solo el lado malo de los demás? Pues, todos somos amados de Dios, hijos del Altísimo, redimidos y santos. Por eso dice el Apóstol Pablo en 2 Corintios 5: «nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne». Porque si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.

En Jesucristo se desvanecen las apariencias externas, así como la madera del tabernáculo tampoco se veía, porque había sido cubierta con oro. El oro nos habla de la gloria y la justicia otorgada por la gracia de Dios.

El oro simboliza también la nueva creación.

No era posible saber, viendo el tabernáculo, que debajo del oro, pudiera haber madera. Cada defecto había sido cubierto con oro, todo era brillante y esplendoroso, tal como anunció Isaías 61:10: «me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas»

En Jesucristo somos nuevas criaturas. Pablo explica a la iglesia en Corinto cómo Dios nos ve. Ellos luchaban con muchos problemas. Tenían pleitos, a tal punto de comparecer ante tribunales seculares. Además, hubo entre ellos que estaban ebrios a la hora de celebrar la Cena del Señor e incluso hicieron caso omiso ante un caso de grave inmoralidad. Y a pesar de todos estos horrendos defectos, Pablo saluda a esta iglesia con las siguientes palabras en 1 Corintios 1:2: «A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro».

Pablo llama a los corintios «los santificados en Cristo Jesús […] llamados a ser santos», no para encubrir su pecado o justificar sus actitudes. No, pues más adelante en su carta, él mismo juzga y reprende de manera severa su mala conducta. Su salutación sin embargo les enseñó y nos enseña que «en Jesucristo» somos de un valor infinito.

Hemos sido redimidos y comprados por Jesucristo. Nuestros pecados son perdonados por Su sangre preciosa. La Biblia dice en Apocalipsis 1:5-6: «Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre» y agrega «y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre».

En Cristo somos todos gloriosos y puros; y en el sentido más literal de la palabra dorados, somos cubiertos por Su gloria, aunque todavía existe en nosotros la madera dura y añeja. Nuestra posición en Cristo es la de santos. “santificados en Cristo Jesús”. Dios quiere que nuestra vida diaria corresponda con esta gloriosa posición, que nos conduzcamos en santidad pues somos “llamados a ser santos.”

Las tablas del tabernáculo estaban unidas entre sí formando un edificio estable. Esa unidad era posible gracias a la colocación de cuatro anillos por tabla, a igual distancia uno del otro, por los que se pasaban cuatro varas doradas. De esta manera las tablas adquirían firmeza y unidad.

Si buscamos en la Palabra de Dios una «unidad cuádruple», nos resulta llamativo el pasaje de Efesios 4:11-13, donde se describen los cuatro ministerios fundamentales dados a la iglesia:

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.

Todos en la Iglesia de Cristo tienen sus tareas, pero particularmente las tienen los líderes en la congregación local. Nadie puede exonerarse de su obligación dentro de la iglesia, aunque nuestra tarea nos parezca insignificante o poco visible.

Aún bajo el antiguo pacto hallamos ejemplos de servicio que brillan en la oscuridad, uno de ellos fue la profetisa Ana de quién leemos que

no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones.

Era una anciana, viuda desde hacía ochenta y cuatro año, y a pesar de esto, no se amargó por ello ni optó por comportarse de manera odiosa. En vez de esto, hizo suya la preciosa tarea de orar y ayunar. Día y noche estaba en el templo dedicándose a ese ministerio.

La Biblia también nos da el ejemplo de otra mujer: «Había entonces en Jope una discípula llamada Tabita, que traducido quiere decir, Dorcas. Esta abundaba en buenas obras y en limosnas que hacía».

Esta mujer tenía la capacidad de ver la pena y la miseria a su alrededor y se esforzaba por ayudar, consolar y hacer el bien.

Dios puede usar también los matrimonios de manera maravillosa: como en el caso de Aquila y Priscila leemos de ellos en Hechos capítulo 18: «Y [Apolos] comenzó a hablar con denuedo en la sinagoga; pero cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios».  Este matrimonio se tomó el tiempo de hacer un discipulado personal con Apolos.

De Bernabé y Pablo se dice en Hechos 15 que eran: «hombres que han expuesto su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo».

Se requiere de cada miembro que tome su lugar y cumpla su tarea. Por otra parte, es verdad que los ancianos y maestros cargan con una enorme responsabilidad. Que Dios nos ayude a practicar lo que el apóstol Pablo escribe a los tesalonicenses:

También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos. Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos.

Alégrate cuando en tu iglesia recibes corrección y eres exhortado, o disciplinado, porque aun el oro más precioso perdería su brillo si no fuere limpiado de vez en cuando. Donde el pecado deja de ser pecado y la injusticia ya no es injusticia, allí la luz pierde su brillo y la sal su fuerza. Como Iglesia de Dios nunca debemos olvidar que fuimos destinados a reflejar la gloria de Dios. Nuestra primera tarea como Iglesia de Cristo es glorificarlo a Él. Por lo cual el apóstol Pablo exclama con pasión: «les ruego que ustedes vivan de una manera digna de la vocación con que han sido llamados. Que vivan con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándose unos a otros en amor, esforzándose por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.»

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