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Autor: Samuel Rindlisbacher

Los cimientos del Tabernáculo estaban hechas de plata. Esa plata era el dinero del rescate (Ex. 30 y 38). ¿Qué lección trae eso para nosotros? ¿Qué nos dice esto sobre nuestro fundamento?


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PE2894- Estudio Bíblico
Profecía en el Tabernáculo (9ª parte)



Queridos oyentes, en nuestro estudio sobre el Tabernáculo, que Moisés levantó en el desierto siguiendo estrictamente todo lo que Dios le había mandado, vamos a mirar hoy con detenimiento las paredes de oro y sus bases de plata.

Leemos en Éxodo 26:15-30:

“Harás para el tabernáculo tablas de madera de acacia, que estén derechas. La longitud de cada tabla será de diez codos, y de codo y medio la anchura. Dos espigas tendrá cada tabla, para unirlas una con otra; así harás todas las tablas del tabernáculo. Harás, pues, las tablas del tabernáculo; veinte tablas al lado del mediodía, al sur. Y harás cuarenta basas de plata debajo de las veinte tablas; dos basas debajo de una tabla para sus dos espigas, y dos basas debajo de otra tabla para sus dos espigas. Y al otro lado del tabernáculo, al lado del norte, veinte tablas; y sus cuarenta basas de plata; dos basas debajo de una tabla, y dos basas debajo de otra tabla. Y para el lado posterior del tabernáculo, al occidente, harás seis tablas. Harás además dos tablas para las esquinas del tabernáculo en los dos ángulos posteriores; las cuales se unirán desde abajo, y asimismo se juntarán por su alto con un gozne; así será con las otras dos; serán para las dos esquinas. De suerte que serán ocho tablas, con sus basas de plata, dieciséis basas; dos basas debajo de una tabla, y dos basas debajo de otra tabla. Harás también cinco barras de madera de acacia, para las tablas de un lado del tabernáculo, y cinco barras para las tablas del otro lado del tabernáculo, y cinco barras para las tablas del lado posterior del tabernáculo, al occidente. Y la barra de en medio pasará por en medio de las tablas, de un extremo al otro. Y cubrirás de oro las tablas, y harás sus anillos de oro para meter por ellos las barras; también cubrirás de oro las barras. Y alzarás el tabernáculo conforme al modelo que te fue mostrado en el monte.”

Al leer estos versículos, viene a nuestra mente la descripción de la Iglesia en el Nuevo Testamento, que nos es presentado como templo de Dios y Cuerpo de Cristo, “de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”

Las tablas del tabernáculo ensambladas bien unidas entre sí, daban una premonición de la belleza y de la unidad que Dios un día sacaría a luz en la Iglesia de Cristo. Por esa unidad oró el Señor en la oración sacerdotal que encontramos en Juan 17:

“… como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.”

En la iglesia, el Señor derriba todas las barreras culturales, nacionales y sociales: «Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús».

Es lamentable lo poco que se vive este modelo en las iglesias cristianas. ¿Cuántas veces se palmea los hombros y se lisonjea a aquellos con más influencia o dinero, sin un verdadero interés por la persona?

¿Con cuánta frecuencia el hermano más sencillo pasa desapercibido? El apóstol Pablo se resistió con determinación ante este fenómeno cuando dice a los corintios, en su primera carta: «mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia»

Y en la segunda carta a los corintios excluye toda forma de acepción de personas diciendo: «De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así».

En Cristo todos somos uno. Todos éramos pecadores y merecedores del juicio divino, pero ahora somos santos y justificados. Estábamos condenados, pero ahora somos redimidos. Estábamos perdidos, pero ahora tenemos una salvación eterna. En esto descansa nuestra fe.

Vamos a fijarnos ahora en el cimiento del tabernáculo que se formaba de bloques de plata que sostenían las tablas recubiertas de oro. Estos bloques de plata nos hablan de la plata de la redención.

La plata en el Antiguo Testamento casi siempre nos habla de la redención. Era el medio común de pago para redimir a un esclavo o para rescatar un burro.

Cuando los hermanos de José vendieron a su joven hermano a los madianitas, recibieron a cambio veinte piezas de plata.

Para señalar el precio de la redención, las tablas del tabernáculo estaban apoyadas sobre dos grandes cimientos de plata, cada una de ellas de algo más de 30 kg. Esto nos muestra el alto precio que costó la redención: costó la vida del Señor Jesucristo.

Además, nos recuerda el dinero que Judas recibió de los escribas para traicionar al Señor. En Mateo 26:15 Judas pregunta a los líderes religiosos: «¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata».

Treinta monedas de plata era el precio de la traición. Sin embargo, para nosotros representan hoy el fundamento de nuestra redención. Es en este fundamento, en la muerte de nuestro Señor, que debemos basar nuestra vida. Al igual que las tablas del tabernáculo que se apoyaban sobre los cimientos de plata, nuestra vida debe basarse en Jesucristo.

1 Corintios 3:11 dice: «Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo».

Nuestra redención es doble. Así como las bases eran dos por cada tabla, nuestra vida es redimida de manera doble. Las tablas que componían la pared del tabernáculo eran de madera cubierta de oro y tenían dos espigas cada una, encastradas en las basas de plata, que las mantenían en pie.

De esa manera, el viento o las tormentas no eran capaces de dañarlas. Este es un claro mensaje de que la redención de Dios es suficiente para toda nuestra vida e incluso más allá de la muerte. Asegura nuestra vida ahora y por toda la eternidad. Abarca todo nuestro ser: cuerpo, alma y espíritu.

Hebreos 10:39 expresa la convicción de que: «…nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma».

Este versículo hace referencia al hombre interior, a nuestra alma. Romanos 8:23, sin embargo, habla del aspecto exterior del ser humano, del cuerpo: «esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo».

Y aunque ahora este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Pero no solo esto, Dios es poderoso de renovar nuestras fuerzas físicas también como dice Isaías 40:31: «Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán».

El cimiento de la redención, simbolizado por los cimientos de plata, nos brinda una gloriosa certeza.  Un pasaje que subraya esto es Colosenses 1:27: «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria». Los cristianos tenemos una esperanza gloriosa, la de la gloria venidera.

También envejecemos, pasamos noches sin dormir, tenemos hijos rebeldes y sufrimos ante la muerte de nuestros allegados, sin embargo, nadie puede quitarnos la esperanza, pues estamos cimentados en las basas de la redención: «nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas».

Nadie más que un cristiano puede exclamar con toda certeza: ¡Sorbida es la muerte en victoria! ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? … ¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!  Los cimientos de plata, el fundamento del tabernáculo, eran tan fuertes que ni la tormenta más poderosa era capaz de derribar la estructura. Como dice el Señor: «Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella»

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