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Autor: Wim Malgo

El que ora tiene que sincerarse delante de Dios y permitir que Dios quite los obstáculos que impidan la contestación. Dios pone a prueba el corazón del que ora de verdad. Wim Malgo anima al oyente orar con entrega sacrificial. Aquellos que dejan que Dios les pruebe así, no temerán la última gran prueba, sino tendrán recompensa en el Tribunal de Cristo.


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PE2621 – Estudio Bíblico
Oración y Prueba (3ª parte)



En programas anteriores aprendimos sobre la estrecha relación de la oración y la prueba. Y hoy llegando al final de esta serie, queremos agrupar los conceptos y ver, por último, el objetivo final de las pruebas que enfrentamos. Anteriormente compartíamos que mientras oramos, el Señor al mismo tiempo alumbra y examina nuestro corazón. Es como si un reflector divino alumbra profundamente nuestro corazón, dejando expuestos a la luz también sus más oscuros rincones. Vimos que esto puede causar dos situaciones: uno, que la persona deje de orar al verse expuesta y desafiada a cambiar o dos, puede seguir el ejemplo de Jesús y en su estrecha relación con el Padre por su búsqueda intencional en oración. Esto lo irá transformando y guiando en su peregrinaje espiritual.

Los efectos de ponerse bajo la prueba del Señor en oración pueden ser resumidos en varios aspectos: humillación, sinceridad, fe, obediencia, seriedad y eficacia. Nuestra vida espiritual debe estar bien construida. El valor de un edificio no es determinado por su belleza, sino por su fundamento y la firmeza de los mismos. Existen admirables castillos espirituales, que fueron construidos según el modelo de libros o de hombres, con palabras lindas y actividades prácticas. Pero cuando son puestos a prueba, se derrumban en sí mismos. No estaban construidos sobre las Palabras eternas de Jesucristo, sino en el aire y sin fundamento. Las pruebas de Dios también se caracterizan en que las personas son guiadas por un camino difícil. Hablamos de la prueba a la fe de Abraham. Dios le pide el sacrificio de su único hijo, el cuál significaba el cumplimiento de la promesa que le había sido dada y ahora aparentemente tendría que devolver. Esto parecía no tener lógica alguna.

Hoy conocemos el final de la historia, cómo en el límite Dios siguió fiel a su promesa y Abraham no sufrió pérdida. Pero lo maravilloso es que ¡Abraham resistió la prueba! Él no contaba con la información que nosotros tenemos, pero fue fiel a Dios. Si tomamos como ejemplo a Moisés encontramos en Deuteronomio 8:2 que dijo al pueblo de Israel reunido: “Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos«. El Señor nos pone a prueba dándonos posibilidades de elección. Leemos de esto en 1 Reyes 3:5: “Y se le apareció Jehová a Salomón en Gabaón una noche en sueños, y le dijo Dios: Pide lo que quieras que yo te dé”. Dios también nos pone a prueba dándonos tareas difíciles. En Juan 6:5-6 leemos: «Cuando alzó Jesús los ojos, y vio que había venido a él gran multitud, dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que coman éstos? Pero esto decía para probarle; porque él sabía lo que había de hacer«. Estos son algunos de los diferentes métodos de prueba de Dios, que Él usa para Sus hijos.

Las pruebas que enfrentamos aquí sirven para que podamos resistir la última gran prueba, ya que como dice el Apóstol Pablo en 2 Corintios 5:10: «…es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo«. Luego del arrebatamiento de la Iglesia de Cristo, cada uno deberá comparecer ante el tribunal de recompensa de Jesucristo. Entonces vendrá la última gran prueba, cuya descripción encontramos en 1 Corintios 3:13: «…la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará«.

Cuando el Señor Jesús nos nombra la mayor y, también la más difícil condición para el verdadero discipulado, hay solamente muy pocos que la comprenden. Pues el estorbo para el verdadero discipulado, ¿no es la incapacidad de renunciar a la propia vida? A pesar de esto, el Señor Jesús hace justamente de esto una condición explícita, cuando dice en Lucas 14:26 y 27: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”.

Permítanme tratar de decirlo de manera muy práctica, con la ayuda del Espíritu Santo: No puedes entregarte a ti junto con tus amigos a Dios. Si al estar delante del altar de Dios, crees en tu corazón que estás todavía en los brazos de la persona que te ama y que los que se aman pueden entrar juntos y los que son amigos pueden entrar juntos como amigos por esta sublime Puerta al supremo Santuario, estás completamente equivocado y tienes por delante una dura decepción. ¡Ve solo! ¡Deja todo atrás! No puedes consagrar a Dios a tus hijos, a tu esposa, a tu amigo, a tu padre o a tu madre, tampoco tu propia vida como algo que te pertenece a ti. Debes dejar todo y echarte a los brazos del Señor, como un mero ser humano consciente de sí mismo. Así buscándolo, Lo hallarás.

Cuando se dice que la entrega al Dios vivo se realiza al traerle a Dios nuestros dones, nuestros bienes, nuestros amigos, entonces es una equivocación de graves consecuencias. Debemos dejar todo esto y renunciar para siempre a nuestro derecho a nosotros mismos. Es lo que Jesús quiere decir. Una persona santificada puede ser artista o músico. Puede servir con estos dones a su prójimo, como lo dice 1 Pedro 4:10: «Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios«. Cuando uno le sirve al prójimo con sus dones, sirve con esto indirectamente al Señor. Pero servirle a El mismo, o sea, seguirle a Él, exige infinitamente más, a saber, la propia vida. La mayoría de mis lectores lo han pasado por alto hasta hoy.

Por ejemplo, mientras un artista o músico crea poder dedicar sus dones artísticos a Dios, vive en un engaño. La entrega de nosotros mismos es la esencia de la consagración a Dios, no la dedicación de nuestros dones. Nosotros debemos entregarnos totalmente a Dios. Recién cuando hemos obedecido Su máxima condición para el discipulado de Jesús que se expresa en las palabras: “…y aun también su propia vida…”, El usa nuestros dones en una manera maravillosa. Fue así también en mi vida: Antes que pudiera anunciar la Palabra, el Señor me llevó a entregarle mi vida.

Cada uno que ha entregado verdaderamente su propia vida, también resistirá la última gran prueba después del arrebatamiento ante el tribunal de Cristo, pues Él dice en Mateo 10:39: «El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará«. Hay otros cinco pasajes bíblicos que demuestran la misma verdad. Pero en Mateo 16:25, el Señor lo dice aún algo más enfáticamente: «Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará«. En otras palabras: El que sí quiere servir al Señor con sus dones, pero quiere organizar su vida él mismo, la perderá. Y citando Mateo 16:26: “… ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?

Para terminar, querido oyente, quisiera hacerle, por mandato del Señor y Maestro, la pregunta decisiva: ¿Quiere verdaderamente perder, o sea, entregar ahora su vida vieja, ambiciosa, avara, crítica, impura, orgullosa y soberbia por amor a Jesús? ¡Dele hoy, ahora, la respuesta!

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