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Autor: Wim Malgo

La gratitud profunda lleva a la alabanza, y con esto a cumplir con el propósito de Dios con tu vida. A la vez es el mejor antídoto contra el egocentrismo, te ayuda a no compararte con otros, te abre los ojos a la salvación de Dios y abre el camino a la contestación de Dios.


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PE2618 – Estudio Bíblico
Los efectos del agradecimiento y la alabanza (3ª parte)



Estimados oyentes, el programa pasado terminamos comprendiendo que la alabanza y el agradecimiento nos introduce en el secreto del continuo abastecimiento con fuerza. Pero agradecer y alabar significa al mismo tiempo ofrecer sacrificios al Señor – ¡y ahí muchos se quedan estancados! El Salmo 50:14 nos exhorta: «Sacrifica a Dios alabanza, y paga tus votos al Altísimo«. Recién en el versículo 15 dice: «E invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás«. Lo que significa en realidad este «sacrificar a Dios alabanza«, lo podemos ver y experimentar cuando andamos por el camino que nos lleva hasta el Lugar Santísimo. Como ya hemos constatado, se nos abre la puerta del Santuario cuando agradecemos por el Don inefable de Dios, Jesucristo, y Lo alabamos por Su preciosa sangre que derramó y por Su carne, o sea, «Su cuerpo» que sacrificó por nosotros. Así lo dice Hebreos 10:19-22: «Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero…«.

Entrar con alabanza y agradecimiento por la puerta hasta llegar a la presencia del Dios santo significa entregarse a sí mismo, haciéndose uno con Aquél que se entregó por nosotros; esto es lo que significa «por Su sangre…por Su carne». Entonces comprendemos de repente el significado de las palabras: «Sacrifica a Dios alabanza.» Tenemos la tendencia de separar las cosas inseparables a los ojos de Dios, las cuales Él ha juntado. Por ejemplo, no podemos ser uno con Jesús y vivir al mismo tiempo para nosotros mismos. 2 Corintios 5:15 dice al respecto: «Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos«. Tampoco podemos agradecer a Dios sin ofrecerle al mismo tiempo gozosamente sacrificios. El que separa agradecer y sacrificar, pierde Su gozo en el Señor. Cuando las palabras: «¡Te agradezco, Señor!» no son acompañadas de una verdadera entrega a El, entonces no hallarán eco en Su corazón, porque a los ojos del Señor serán meramente palabras vanas.

Leí acerca del hombre considerado el más rico de la tierra desde 1987 a 1994: El japonés Yoshiaki Tsutsumi, cuya fortuna se elevaría a unos 20 mil millones de dólares. Podríamos pensar que vive abrazado al mundo de gozo. Lamentablemente, este pobre rico es avaro, sin humor y no tiene amigos. ‘Los amigos sólo quieren tu dinero, y nunca más lo recibes de vuelta’ dice, citando una sabiduría recibida de su padre. Tsutsumi posee 40 empresas en las cuales trabajan 50.000 empleados para él. Su meta es: ganar cada vez más dinero. Esto seguramente lo hace cada vez más rico, pero no feliz ni contento.

David dice en el Salmo 116:17-18: «Te ofreceré sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre de Jehová. A Jehová pagaré ahora mis votos delante de todo su pueblo«. Especialmente en el Antiguo Pacto, el agradecimiento y el sacrificio eran una misma cosa. Todos los cinco sacrificios del Antiguo Testamento representaban proféticamente el sacrificio único de Jesucristo en la cruz del Gólgota. Cuando alguien quería agradecer al Señor, esto tenía que realizarse basándose en Levítico 3:1: «Si su ofrenda fuere sacrificio de paz, si hubiere de ofrecerla de ganado vacuno, sea macho o hembra, sin defecto la ofrecerá delante de Jehová«. Existe un poderoso servicio sacerdotal a través del agradecimiento y de la alabanza. Es mi ferviente deseo que llegues a estar interiormente tan quieto que reconozcas de veras y con asombro la naturaleza y los efectos del verdadero agradecimiento y de la alabanza y comiences a practicarlo.

En el Salmo 65:1-5 leemos: «Silencio habrá delante de ti, y alabanza en Sion, oh Dios; y a ti se cumplirá el voto. ¡Oh tú, que escuchas la oración! Hasta ti viene todo hombre. Las iniquidades prevalecen contra mí; más nuestras transgresiones tú las perdonas«. El constatar sólo teóricamente: ¡Oh, tú que escuchas la oración!, no nos sirve absolutamente nada, sino que tenemos que experimentarlo prácticamente. Pero lo maravilloso es: Cuando hay silencio delante del Señor y Lo alabamos y Le cumplimos los votos, se nos abre el Santuario y experimentamos el ser saciado con el bien del Señor. Así lo leemos en el versículo 4: «Cuán bienaventurado es el que tú escoges, y acercas a ti, para que more en tus atrios. Seremos saciados con el bien de tu casa, tu santo templo«. Luego sigue la experiencia del conocimiento meramente teórico de que Dios escucha las oraciones. Pues el resultado del verdadero agradecimiento y de la alabanza de Dios es un mundial y poderoso servicio sacerdotal y la respuesta del Rey: «Con grandes prodigios nos respondes en justicia, oh Dios de nuestra salvación, confianza de todos los términos de la tierra, y del más lejano mar«.

¡El que reconoce estas relaciones, llega a un conocimiento más elevado de los efectos del agradecimiento y de la alabanza, y esto respecto a la sublime Persona de Dios! Si este agradecimiento y esta alabanza de Dios son la suprema expresión de la fe, entonces tenemos aquí también la respuesta a la pregunta cómo mi débil fe puede ser nuevamente fortalecida. El Señor Jesús no puso límites para los que creen, pues dijo en Marcos 9:23: «Al que cree todo le es posible«. ¿Cómo, pues, se podrá fortalecer mi fe, conforme a esto? La respuesta es: ¡Por alabar a Dios! En nuestros círculos se habla mucho de la oración, pero bastante poco de la alabanza. Sin embargo, la Biblia destaca la alabanza mucho más que la oración. Todo el cosmos y todos los seres vivientes deben alabar al Creador. El Salmo 145:10 dice: «Te alaben, oh Jehová, todas tus obras«.

Y en el Salmo 148:1-14 leemos: «Alabad a Jehová desde los cielos; alabadle en las alturas. Alabadle, vosotros todos sus ángeles; alabadle, vosotros todos sus ejércitos. Alabadle, sol y luna; alabadle, vosotras todas, lucientes estrellas. Alabadle, cielos de los cielos, y las aguas que están sobre los cielos. Alaben el nombre de Jehová; porque él mandó, y fueron creados. Los hizo ser eternamente y para siempre; les puso ley que no será quebrantada. Alabad a Jehová desde la tierra, los monstruos marinos y todos los abismos; el fuego y el granizo, la nieve y el vapor, el viento de tempestad que ejecuta su palabra; los montes y todos los collados, el árbol de fruto y todos los cedros; la bestia y todo animal, reptiles y volátiles; los reyes de la tierra y todos los pueblos, los príncipes y todos los jueces de la tierra; los jóvenes y también las doncellas, los ancianos y los niños. Alaben el nombre de Jehová, porque sólo su nombre es enaltecido. Su gloria es sobre tierra y cielos. El ha exaltado el poderío de su pueblo; alábenle todos sus santos, los hijos de Israel, el pueblo a él cercano. Aleluya«. Los Salmos 149 y 150 también tienen como contenido el mismo tema sublime: la alabanza de Dios.

Estimado oyente, ¿conoces este poderoso servicio sacerdotal a través del agradecimiento y de la alabanza? Como ya mencioné, es mi ferviente deseo que llegues a estar interiormente tan quieto que reconozcas de veras y con asombro la naturaleza y los efectos del verdadero agradecimiento y de la alabanza y comiences a practicarlo.

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