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Autor: Hartmut Jaeger

Hartmut Jaeger resalta la importancia de “la palabra de la cruz.” Un escándalo y una locura para el hombre sin Dios. Pero sin ella no hay salvación. El mensaje de Cristo que se dio a sí mismo como sustituto por nosotros los pecadores resalta el amor de Dios, resalta la fealdad del pecado. El mensaje de la cruz excluye jactancia humana y muestra el poder y la gracia divina.


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PE2610 – Estudio Bíblico
La Palabra de la Cruz



Me propuse no saber entre vosotros otra cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado” (1 Corintios 2:2). Gandhi, el gran estadista de la India, aunque provenía de una familia hindú, admiraba la persona de Jesús de Nazaret. El consideraba muy importante el Sermón del Monte, pero con un Cristo crucificado no sabía qué hacer. A pesar de eso hizo construir un templo hindú en Nueva Delhi, en cuya entrada se ve –Cincelado en piedra–a Confucio enseñando, a Buda meditando y también a Jesucristo, no como predicador sobre la montaña, sino colgado en una cruz. Santos que enseñan y que hacen milagros existen en todas las religiones. ¡Pero en cuanto a Jesucristo es decisivo, que Él es el Crucificado!

El Evangelio es sobre todo la palabra de la cruz. Palabra que uno debe aceptar o rechazar. “La palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”. (1 Co 1:18). Las personas que rechazan la palabra de la Cruz están perdidas. Estemos conscientes de esto: Evangelismo no es esa experiencia bonita, sino lucha a vida o muerte. La cruz no es la cadenita en tu cuello, sino el madero de deshonra en el que murió Jesús. ¡Qué fin tuvo este hombre que solo ayudó a otros! ¿Habrá una muerte más deshonrosa que ser clavado en una cruz? No solamente era la persona más bondadosa que jamás haya vivido sobre esta tierra, sino al mismo tiempo ¡era y es Dios! El Dios a quien es dado todo el poder en el cielo y en la tierra, se deja clavar en una cruz. ¡Inconcebible!

Pero en ninguna otra parte de la historia humana queda tan claro, que Dios es tan soberano que puede convertir lo negativo más grande en lo positivo aún mucho más grande. Donde todo parece haber terminado, Dios despliega Su poder. Lo que a primera vista parece ser la derrota más grande, demuestra ser una victoria mucho más grande. ¡Es así como el madero de la deshonra se convierte en un símbolo de victoria! Solo en el evangelio como palabra de la cruz está el poder de Dios. El poder no se encuentra en el objeto, sino en la persona. El madero tan solo fue el medio de ejecución. La persona ejecutada es decisiva. Por esta razón no convertimos el medio en punto central sino dejamos a Cristo, el Crucificado, en el centro. Solamente predicamos a Cristo y a este crucificado.

Experimentar el evangelio de tal modo que personas se salvan, siempre es un encuentro con el Crucificado. Aquí se muestra todo el amor de Dios. Aquí el Hijo de Dios paga lo que ningún ser humano puede pagar, es decir el precio por el pecado, la muerte. La palabra cruz nos toca en el punto más doloroso de nuestro ser: Nos muestra que somos pecadores. Muestra que nuestra situación es tan desesperada que el Hijo de Dios tiene que colgar allá en lugar de nosotros. Hay teólogos que hablan en contra de la “teología de sangre”. Una obispa luterana alemana propuso cambiar la cruz por el símbolo más acogedor del pesebre. Pero ¿de qué nos sirve un niño simpático en el pesebre? ¡Navidad sin Pascuas quizás nos conceda regalos, pero no una salvación!

¡La palabra de la cruz, en aquel tiempo como también hoy, es una molestia! Es un escándalo, porque no cabe con la imagen de Dios que tiene el ser humano. La cruz era el lugar de tormento. La cruz era el lugar para criminales. Aquí se ejecutaba la escoria de la sociedad. Por esta razón, el mensaje del Mesías crucificado en aquel entonces para los “judíos” era un gran escándalo y para los “griegos” una ridiculez. La muerte en la cruz de Jesucristo era y es un escándalo para los judíos, porque dice Deuteronomio 21:23 “maldito por Dios es el colgado”. Hasta el día de hoy, Israel no puede captar el mensaje del Hijo de Dios en una cruz. Los “griegos” buscan sabiduría (1 Corintios 1:22). Un Dios que se hace ser humano, que incluso va a la cruz, que se deja pegar y aborrecer, según el concepto de ellos era sencillamente tonto. Alguien que se degrada de este modo no puede ser Dios. Leamos al respecto 1 Corintios 1:25: “Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”.

La “insensatez” divina – eso es Jesucristo, el Hijo de Dios, en la cruz. Aquí Dios hizo lo que ninguna sabiduría humana haría. Pero solo así era posible salvar a los seres humanos perdidos de la violencia de la muerte y del poder de satanás.

La “debilidad” divina – eso es el Hijo de Dios crucificado, exteriormente indefenso. Pero “lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”, y por medio de Su muerte, el Señor Jesús le quitó el poder a aquel que tiene el poder de la muerte, eso es al diablo. Esto lo hizo para liberar a todos los que toda la vida estuvieron sometidos a la esclavitud del pecado (compare Hebreos 2:14). ¡Qué triunfo!

La palabra de la cruz frustra todas las consideraciones humanas. Los humanos buscan sabiduría y entendimiento. Dios responde con el Crucificado. La cruz, el Crucificado y Sus últimas palabras son tan centrales, tan elementales, tan existenciales, que los enemigos de la cruz y obviamente también satanás, tienen el mayor interés en quitar “la palabra de la cruz” de su posición central. Eso haría que el Evangelio quede sin efecto, el mensaje sin fuerza y nosotros los humanos quedaríamos indefensos.

Durante una ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura se le preguntó al escritor ruso Alexander Solschenizyn, en qué habría fracasado el comunismo. Él contestó nombrando tres interrogantes a los cuales el comunismo no puede responder:

“El comunismo no tiene ninguna respuesta:
• al tema de la culpa
• al tema del sufrimiento
• y al tema de la muerte.”

A estas tres preguntas, el Cristo crucificado da respuestas claras. Eso me entusiasma. Es fantástico que podamos confrontar a la gente con eso. La evangelización sin la palabra de la cruz es vacía, hueca, sin contenido, sin fuerza y sobre todas las cosas, una evangelización de ese tipo no corresponde a la misión que Dios nos ha dado. El Evangelio como la palabra de la cruz es el fundamento de nuestra fe. Es el poder de Dios que necesitamos diariamente para poder vivir esa fe en el día a día. Por eso no pasa día alguno en que no le agradezco al Crucificado por Su acto de amor en el Calvario. Y esta comunión de fe, o mejor dicho de vida, con el Crucificado le señala a nuestro prójimo el camino hacia Él, el único Redentor.

Esa es nuestra fuente de fuerza, ya que el autor de la carta a los hebreos dice: “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (Hebreos 12:3). Este poder se hace especialmente visible cuando experimentamos nuestra necesidad de ayuda. Pablo conocía su debilidad como ser humano frágil, sentía la responsabilidad de tamaño tarea y literalmente temblaba. Pero fue justamente en esa situación que el poder de Dios se hacía visible. Nuestros pensamientos están en el Crucificado. Hablamos de manera natural de nuestro Señor amado. Al hacerlo arriesgamos que se burlen de nosotros y que nos desprecien. Eso es normal. Porque el mensaje de la cruz es un escándalo.

Pero al hacerlo notamos: Nosotros somos débiles, Él es fuerte. Cuando se agotan nuestras fuerzas, las Suyas son poderosas en nosotros los débiles. La palabra de la Cruz es poder de Dios que actúa hasta en la eternidad. La palabra de la cruz es el fundamento de nuestra seguridad. ¡La gente a nuestro alrededor ansía redención! Por eso hablamos de nuestro Salvador. La gente necesita esperanza, por eso les mostramos con nuestra vida la esperanza viva en Jesucristo. Jesucristo es nuestro centro. Él es la razón de nuestra vida. Él es nuestra meta. Él es nuestra esperanza. Él es nuestra vida. ¡Nadie es como Él!

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