La gloria inefable de nuestro alto llamado (2ª parte)

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Autor: Benedikt Peters

A lo largo de la historia la eternidad y los sucesos relatados en Apocalipsis han sido objeto de mucho estudio y especulaciones. En esta segunda parte de la serie, se especifican algunas denominaciones que se encuentran en la Palabra y muchas veces no son estudiadas con detenimiento. Entre otras son “La esposa”, “La desposada” y “La Jerusalén celestial”.


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PE2645 – Estudio Bíblico
La gloria inefable de nuestro alto llamado (2ª parte)



Amigos, en el programa anterior concluimos que la Nueva Jerusalén es llamada “la ciudad santa”. Ella nos habla de la perfecta comunión entre los salvos. Esta es la iglesia. En apocalipsis 21 vemos a la iglesia como la consumación de aquello que el Señor comenzó en el día de Pentecostés y que, continúa edificando hasta completarla, con el arrebatamiento. Enfoquémonos ahora en la naturaleza celestial de la de la desposada del Cordero o sea de la Iglesia. Leemos al respecto en Efesios 1:3 y 4: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él”. Este pasaje demuestra que la iglesia vendrá “desde el cielo”, esa será su procedencia. Por lo cual en diferentes pasajes leemos que la desposada es llamada a estar allí un día. Filipenses 3:20 nos dice: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” mostrando así, nuevamente, que el cielo es su verdadera patria. Fue así como el apóstol Pedro pudo ver en una visión que se relata en el capítulo 10 de Hechos, cómo la comunidad mundial de creyentes era bajada desde cielo en un lienzo, para ser luego nuevamente levantada hacia allí.

Apocalipsis 21:11 describe a la iglesia llena de gloria, diciendo que la ciudad tenía “la gloria de Dios”. En Juan 17:22, el Hijo de Dios oró al Padre, diciendo: “La gloria que me diste, yo les he dado”. El pasaje de Apocalipsis es precisamente la consumación de esta declaración. Detengámonos por un momento. El eterno Hijo del Dios se encarnó, vivió una vida de completa sumisión al Padre, por la cual estaba dispuesto, por obediencia, a darse en sacrificio. De este modo, según Juan 17:4, Jesús como hombre glorificó al Creador, a quien el ser humano, la corona de la creación, había deshonrado con su pecado. Por esta razón, como leemos en Hechos 3:13 “El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús” es decir, Dios lo enalteció y lo glorificó. Jesús padeció como humano y “entró en su gloria”. Él fue el primer hombre que entró en la gloria de Dios y el primer ser humano en recibir la gloria de Dios. Y esa gloria la ganó como hombre, con el fin de brindarla a sus redimidos. ¿Quién puede comprender eso?

El resplandor de las luces de la ciudad es “como piedra de jaspe, diáfana como el cristal”. Aquí se confirma, al igual que en Apocalipsis 4:3, que el jaspe simboliza la presencia visible de Dios. Cuando dice que la ciudad tiene “la gloria de Dios”, y continúa su descripción afirmando que el resplandor de sus luces es semejante a un jaspe, podemos concluir que el brillo de esta piedra simboliza la imagen visible de las características de Dios. El símbolo es muy elocuente, ya que la piedra preciosa conocida en la antigüedad como jaspe, se refiere en realidad al diamante. Así como el diamante refracta la luz en todos los colores del espectro, así también la nueva Jerusalén refractará todas las características de la gloria de Dios en toda su variedad. La creación entera podrá ver, a través de la Iglesia, la gloria de Dios, su sabiduría, su multifacético amor, su poder y su fidelidad.

Apocalipsis 21:12-14 hace referencia al muro, a las puertas y a los cimientos leemos que: “Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel; al oriente tres puertas, al norte tres puertas; al sur tres puertas; al occidente tres puertas. Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero”. ¿Cómo estará construida la Iglesia glorificada para poder reflejar la gloria de Dios? ¿Y cómo puede irradiar ya ahora algo de esa gloria como dice Efesios 3:10? y ¿Cómo es posible como leemos en 1Corintios 14:24, que un incrédulo entre a la congregación, es expuesto por la luz que en ella hay y postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros?

Eso solo es posible si la Iglesia posee estos tres elementos mencionados en este pasaje. ¿Cuáles? El muro, las puertas y los cimientos. El “muro grande y alto” significa separación, las “doce puertas” hacen referencia a la comunicación y los “doce cimientos” tienen que ver con la doctrina de los apóstoles. Un muro que rodea una ciudad hace que nadie que no pertenezca a ella, pueda entrar. Nadie que no pertenezca a la Iglesia debe introducirse en ella de forma furtiva: esta es una comunidad de personas santas y amadas por Dios que han sido compradas con sangre. De esta forma, el muro nos enseña una gran lección: la Iglesia se mantiene apartada de todo lo que es contrario al Señor y a su moral. Si queremos reflejar el carácter y la voluntad del Señor, entonces debemos ser santos en palabra, vida y doctrina: 1 Pedro 1:16 “Sed santos, porque yo soy santo”. Eso significa también: 2 Corintios 6:14-16: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”.

Por el contrario, según 2 Timoteo 2:21 debemos limpiarnos de los “utensilios viles”, de incrédulos y falsos maestros, arrepintiéndonos del adulterio espiritual. ¿Para qué se necesitan puertas en el muro? Para que se pueda entrar y salir. Y por eso el mismo salmo 122:2 dice sobre la antigua Jerusalén: “Nuestros pies estuvieron dentro de tus puertas, oh Jerusalén”. Todos los que han sido lavados por la sangre del Cordero deben, según Romanos 15:7 ser recibidos. Estos redimidos deben salir y relacionarse con la gente del mundo y ganarlos para el Hijo de Dios y llevarlos a través de la puerta a la comunión de los santos. El Señor Jesús mismo invita en este sentido diciendo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos”. El muro 12 puertas, tres puertas en cada uno de sus lados. Esto nos enseña que la Iglesia tiene la misión de alcanzar con el Evangelio, a “toda criatura” y a “todas las naciones». También como iglesia local, debemos hacer lo posible para alcanzar a la gente de todos los contextos sociales y de todas las edades a fin de ganarles para la vida verdadera.

Una ciudad auténtica debe tener ambos elementos: muros altos y puertas funcionales. Hay iglesias, hoy en día, que abren tanto sus puertas que los muros carecen de propósito. Todos y todo entra sin dificultad, permeando la congregación con supersticiones, impurezas y falsas doctrinas, haciendo que la santidad de Dios no sea visible. Contrario a esto, otras iglesias poseen tan solo muros y ninguna puerta. No porque están apartadas para el Señor, sino porque están en todo sentido alienadas de los hombres. Si realmente estuvieran, apartadas para el Señor, responderían a Su llamado en Juan 20:21: “Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes”. 1 Pedro 2:11 nos enseña que debemos ir por el mundo como extranjeros y peregrinos, porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir. Al mismo tiempo nos dice la Biblia en 1 Corintios 5:10 que no debemos esquivar a la gente del mundo, eso sería falta de amor. Y si nosotros somos faltos de amor ¿Cómo podrá ser visto el amor de Dios a través de la Iglesia?

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