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Autor: Benedikt Peters

A lo largo de la historia la eternidad y los sucesos relatados en Apocalipsis han sido objeto de mucho estudio y especulaciones. Sin embargo, hay promesas y relatos que son claros y que deben servirnos como mojones de esperanza y certeza. Para conocer cuál es nuestro llamado en medio de los acontecimientos de los tiempos finales.


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PE2644 – Estudio Bíblico
La gloria inefable de nuestro alto llamado (1ª parte)



Bienvenidos amigos, hoy comenzaremos con un estudio bíblico sobre la gloria inefable de nuestro alto llamado. ¿A qué nos estamos refiriendo con este título? ¿Cuál es este llamado y por qué es calificado de esta forma? Bien, comencemos a desentrañar estos temas. En Apocalipsis 21:9 al 22:5 podemos encontrar la única descripción acerca de la gloria de aquella ciudad que ya Abraham estaba buscando, la ciudad que, Dios mismo edificó y la cual, añoramos desde que nos hemos vuelto extranjeros y peregrinos en este mundo. Desde Apocalipsis 19:1 hasta el 21:8, Juan nos muestra, de forma cronológica, un panorama de los acontecimientos más importantes, desde el juicio a la gran ramera hasta el inicio de nuestra condición eterna. Daremos un vistazo a los principales acontecimientos que se relatan: En Apocalipsis 19:1-5 podemos leer sobre la adoración en el cielo por los justos juicios de Dios. En el mismo capítulo, pero los versos 6 al 10 encontramos Las bodas del Cordero. En los versos 11 al 21 se vemos a Cristo como Rey de Reyes y el juicio a la bestia y a sus ejércitos. En el capítulo 20, los primeros tres versículos hablan del exilio de Satanás al abismo y a continuación, el comienzo del gobierno de Cristo durante mil años. Luego Apocalipsis 20:7-10 relata la liberación de Satanás, su engaño a incontables personas y su pronto juicio.

A continuación, se describe el juicio eterno sobre todos los seres humanos. Y en el capítulo 21:1-8 se habla del estado eterno. Debemos prestar atención en el hecho de que cada nuevo episodio comienza siempre con la palabra “y”. Esto nos indica que estamos viendo los acontecimientos futuros en el orden cronológico. Sin embargo, a partir de Apocalipsis 21:9, Juan no continúa describiendo la eternidad, sino que vuelve al comienzo del reino mesiánico. Habla a partir de allí acerca de la gloria de la Nueva Jerusalén, la cual descenderá del cielo a la tierra.

Podemos darnos cuenta a través de tres observaciones: En primero lugar, la descripción sigue al juicio de la ramera Babilonia. Esto es fácil de notar cuando comparamos Apocalipsis 21:9 con 17:1. De nuevo, vino “uno de los siete ángeles que tenían las siete copas”, Este mismo ángel ahora le muestra a Juan desde Apocalipsis 21:10 hasta 22:5, no solo la sentencia contra la ramera Babilonia, sino también la gloria de la desposada del Cordero. En segundo lugar, el hecho de que este pasaje describe la Nueva Jerusalén a principios del milenio se evidencia en los recursos idiomáticos que Juan usa para conectar la historia narrada. Esta porción no inicia con: “después de esto oí”, “y oí” o “y vi”. Pues, como vimos anteriormente estos son recursos que Juan sólo usa para describir acontecimientos que se suceden cronológicamente. En tercer lugar, los detalles descritos aquí no se ajustan a la descripción de la eternidad, por el contrario, parecen armonizar muy bien con el tiempo del milenio: Leemos con respecto a la Nueva Jerusalén celestial, que los reyes de las naciones vendrán hacia ella y que no entrará en ella ninguna cosa inmunda. Sabemos que no habrá naciones, ni reyes, ni cosas inmundas en la eternidad. En Apocalipsis 22:2 leemos: “En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones”.

Este pasaje habla de la necesidad que tienen las naciones de ser sanadas y cómo, dependiendo del mes, da fruto el árbol de la vida, cuyas hojas dan sanidad a las naciones, es decir, a los gentiles. ¿Será que alguien en la eternidad pueda necesitar sanidad? ¿Y se podrá decir acerca de la eternidad que transcurre en un período de tiempo capaz de ser medido según las fases lunares? En Apocalipsis 17 y 18, el ángel había mostrado a Juan cómo la RAMERA había echado a perder toda la tierra. A partir de Apocalipsis 21:9 quiere ahora mostrar cómo la ESPOSA será una bendición para toda la tierra. “… ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero”.

Ella tiene “la gloria de Dios” y en ella resplandecerán las perfecciones de Dios y llenarán el universo. Que la desposada sea, al mismo tiempo, llamada esposa del Cordero es extraño. Según el lenguaje común, una desposada aún no es esposa y una esposa dejó de ser una desposada o novia. De todas formas, la Iglesia es comparada con ambas. En 2 Corintios 11:2 leemos: “Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo”. aquí es descrita como una desposada, sin embargo, en Efesios 5:25, dice respecto al matrimonio: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”. El pueblo de Dios, amado por el Señor y leal en su amor por Dios, es ambas cosas y lo será por la eternidad. La Iglesia es “desposada” a causa de ese primer amor que deja todo de lado, el amor de una novia por su novio, y es “esposa” por el amor perfeccionado y perseverante, demostrado a través de la fidelidad. En resumen: vemos que la Iglesia perfeccionada nunca más dejará su primer amor, ni cometerá infidelidad.

Estos dos términos representan también dos aspectos del amor del Señor por la Iglesia. Ella es su desposada, porque él la ha amado con un amor exclusivo, un amor reservado tan solo para su enamorada. Él lo demostró entregándose por ella. Ella es su esposa, porque él la ama profundamente y se une para siempre con ella, no habiendo nada que, como leemos en Romanos 8:35, pueda separarla del amor de su esposo. Según Apocalipsis 21:10, la iglesia desciende desde el cielo: “Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios”. Debemos estar “en el Espíritu” para comprender los pensamientos de Dios. Juan lo estaba cuando el Señor se le reveló en la isla de Patmos como leemos en Apocalipsis 1:9. Él estaba en el Espíritu cuando vio el trono de Dios en el cielo en el capítulo 4 y cuando se le mostró a la gran ramera en el capítulo 17 — pues incluso el mal, solamente lo podemos comprender y ponderar si el Espíritu de Dios nos enseña. ¡Cuánto más debemos estar en el Espíritu si queremos captar el significado de la Iglesia glorificada!

El hecho de que Juan haya sido llevado “a un monte alto” nos remonta a Deuteronomio 34. Moisés subió a un monte alto para contemplar la herencia que Dios había preparado para su pueblo. Al igual que ellos, también nosotros debemos ser llevados “a un monte alto”, puesto que desde nuestra base terrenal de observaciones no es posible comprender nada, ya que miramos con la perspectiva de nuestra mente natural. Así como desposada y esposa hacen referencia a la relación de los redimidos con Cristo, el término ciudad se refiere a la comunión entre los salvos. La Jerusalén celestial es “la ciudad santa”, la perfecta comunión, la consumación de aquello que el Señor comenzó en Pentecostés y que, según leemos en Mateo 16:8. edifica en forma incesante, hasta ser completado el edificio, en el día del arrebatamiento de la Iglesia.

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