La gloria inefable de nuestro alto llamado (3ª parte)

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Autor: Benedikt Peters

A lo largo de la historia la eternidad y los sucesos relatados en Apocalipsis han sido objeto de mucho estudio y especulaciones. Existen varios pasajes dedicados a la descripción de la ciudad Santa, y no son simples datos, sino que tienen un profundo significado para la Iglesia.


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PE2646 – Estudio Bíblico
La gloria inefable de nuestro alto llamado (3ª parte)



El pasaje de Apocalipsis 21:14 dice: “Y el muro de la ciudad tiene cimientos”. Efesios 2:22 dice que la Iglesia está edificada sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas, eso significa, sobre todo, que se ha construido sobre la base de sus mensajes y enseñanzas. Hechos 2:42 lo resume como “la doctrina de los apóstoles”. Claro que estos cimientos no se basan tan solo en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo. Tanto es así que los autores neotestamentarios citan, muchas veces, pasajes del Antiguo Testamento, para establecer las bases del Nuevo. Podemos afirmar entonces que la Iglesia debe considerar tan solo la Palabra de Dios como su fundamento, sin excepción. Una iglesia edificada en parte por la Palabra de Dios y en parte por las doctrinas humanas, como ser la psicología, la gestión de empresas o las estrategias de mercado, no resiste a los desafíos del tiempo. El fundamento fallará y la casa se derrumbará. El Señor lo dijo ya en Mateo 7:24-27: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina”.

Por esta razón, una iglesia que desea ser un reflejo de la gloria de Dios debe orientarse de manera radical y exclusiva por la Palabra de Dios, descansando en su fundamento. Apocalipsis 21:16 dice que la altura, el largo y el ancho de la ciudad son iguales, teniendo la forma de un dado, tal como el lugar santísimo del templo de Salomón. Es posible que esto signifique que el pueblo de Dios alcanzó la plenitud de su tamaño, es decir, que la Iglesia ha llegado por fin a su medida completa. Ahora puede, como el Apóstol Pablo escribió en Efesios 3:18 y 19 comprender “la anchura, la longitud, la profundidad y la altura” de la salvación divina, habiendo llegado así a “toda la plenitud de Dios”. Apocalipsis 21 :16 dice entonces “… La longitud, la altura y la anchura de ella son iguales”. La ciudad tiene una simetría divina, todo está equilibrado a la perfección, en su lugar y en perfecto equilibrio. Qué diferente es todo aquí en la tierra. Cada uno de nosotros, como también nuestras congregaciones, somos incompletos. Sin embargo, en la Nueva Jerusalén todo estará equilibrado y en su sitio. Habremos alcanzado, en ese tiempo, toda la plenitud de Dios. El número doce es la base de todo, ya que significa que el pueblo de los redimidos estará administrado de manera perfecta por Dios.

Al igual que en los primeros cuatro capítulos de Números— cada uno figurará en el registro de nacimientos cada uno será conocido por su nombre y cada uno tendrá su lugar designado. El resultado será armonía perfecta y una reciprocidad sin tristeza. Efesios 4:16 dice “de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”. Esto es porque cada uno estará justo donde Dios, en su sabiduría, lo ha puesto. En nuestra condición terrenal, la armonía del cuerpo de Cristo se ve interrumpida una y otra vez por nuestro interés personal, nuestra envidia y nuestra ilusión de superioridad. No obstante, la Iglesia glorificada será tal y como Dios ha decretado que sea. Entonces, la Iglesia exenta del pecado, sólo tendrá naturaleza divina. El jaspe que forma los muros es una figura de la gloria de Dios. Es precisamente Su gloria la que actúa como un muro de protección y división, prohibiendo y evitando la entrada de impurezas a la ciudad. Si dejáramos que la gloria de Dios se revelara un poco más en nuestras vidas, no se introducirían tantas inmundicias en la Iglesia. Si viviéramos para Dios, en santidad y amor, no cerraríamos todas las puertas por temor, como leemos en Juan 20:19 que hicieron en aquel entonces los discípulos por miedo a los judíos. Contrario a esto, podríamos dejarlas abiertas en todo tiempo, como en la Nueva Jerusalén, donde nunca hay noche.

Hechos de los Apóstoles ilustra muy bien esto. La Iglesia, en los primeros días, era dirigida de tal modo por el amor y la santidad divina, que era difícil que algo impuro entrase o se quedase en ella. Leemos en Hechos 4:34-35: “Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad”. Este fue un testimonio poderoso acerca del amor que se tenían los discípulos. A este acontecimiento le sigue en Hechos 5:1-11 la mentira de Ananías y Safira, y el subsiguiente juicio de Dios. Esa fue una revelación poderosa de aquella santidad que según Salmos 93:5 conviene a la casa de Dios. Leemos en Hechos 5:13 que: “De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente”. Pero esto no significa que la gente no se salvara; por el contrario, Hechos 5:14 declara: “Y los que creían en el Señor aumentaban más”.

Apocalipsis sigue describiendo a la Nueva Jerusalén diciendo: “La ciudad era de oro puro”. Leemos en los siete mensajes a las iglesias cómo el Señor aconseja a la iglesia en Laodicea a comprar oro y vestiduras blancas. Así como las vestiduras blancas hacen referencia a la justicia divina, el oro simboliza también la divinidad. El oro, un elemento que no podemos fabricar, posiblemente sea un indicio de la naturaleza divina. En la Nueva Jerusalén, la naturaleza adánica ya no obstaculizará el actuar de la naturaleza divina, la cual nos fue dada con el nuevo nacimiento. En 2 Pedro 1:4 leemos que: “nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” y en 1 Juan 3:2 encontramos la esperanzadora noticia de que: “…seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. Esto significa que ninguna de las cosas que nos asedian aquí día a día como: necedad, pecado, pereza, impureza o falta de conocimiento; podrán aún empañar nuestra dichosa comunión con él y con los demás creyentes. Todo es oro puro, sin mácula, sin escoria y así es la naturaleza divina; esta y solo esta gobernará y determinará la comunión de los redimidos.

Sigue diciendo el pasaje de Apocalipsis que estamos estudiando: “Los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe […]”. El primer elemento nombrado es el jaspe. ¿Qué podemos aprender de esto? El jaspe representa el carácter y la gloria de Dios. Dios ha querido redimir a los pecadores y unirlos en una comunión perfecta. La primera y primordial razón de su accionar es la revelación de su gloria. Dios creó todo y todo existe por “su voluntad”, tanto la creación como la redención. Todo está hecho para la alabanza de su gloria. Por eso decimos con el Salmo 103:22: “Bendecid a Jehová, vosotras todas sus obras, en todos los lugares de su señorío”.

La iglesia es transparente como el vidrio limpio. Y encontramos en Apocalipsis 21:21: “la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio”. Para designar una calle se utiliza la palabra griega plateia, con el mismo significado del término italiano piazza. La piazza es todavía hoy muy similar a las calles de la ciudad de los siglos tempranos: un lugar de encuentro, no necesariamente una pista para correr. Los santos disfrutarán de un trato entre sí basado en la pureza y el amor divino. Nada pecaminoso podrá perturbarlo. Nada solapado romperá la comunión, ya que esta será “como el vidrio transparente”. Andaremos, como señala 1 Juan 1:7 en la luz, con una comunión perfecta unos con otros.

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