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Autor: Esteban Beitze

Con una corta pero profunda oración, Jabes dejó atrás un pasado marcado por el dolor y fue llevado a una vida de excelencia espiritual.


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PE2405 – Estudio Bíblico
Jabes, un hombre que oró (1ª parte)


Amigo, ¿cómo se encuentra? Hoy quisiera comenzar preguntándole: si le digo el nombre Jabes, ¿podría usted ubicarlo en la Biblia? Bueno, se trata de un hombre a quien el texto bíblico dedica solo dos versículos en medio de una extensa genealogía: un versículo habla de su nacimiento y el otro de una oración a Dios. ¿Por qué querría Dios destacar a Jabes del resto de los nombres de aquella lista? Pues bien, creo que tiene mucho para decirnos, y lo iremos viendo a lo largo de esta serie.

1 Crónicas 4:9-10 lo presentan así: “Y Jabes fue más ilustre que sus hermanos, al cual su madre llamó Jabes, diciendo: Por cuanto lo di a luz en dolor. E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo que pidió”. Quisiera, amigo, que primero conversáramos sobre el pasado de Jabes. Él era de la tribu de Judá y fue estigmatizado por su madre con el nombre que le dio. En el mundo bíblico se le daba mucha importancia al nombre: muchas veces reflejaba una situación personal o social del momento, un deseo para el futuro y hasta características que marcarían su vida, como por ejemplo Jacob (más tarde llamado Israel) e inclusive Jesús mismo. En hebreo, Jabes suena como la palabra que significa “dolor, sufrimiento, tristeza o aflicción”. El nacimiento de Jabes, fue evidentemente un momento muy difícil para la madre de Jabes. Quizás tenía que ver con el parto mismo que pudo haberse complicado. Así lo parece insinuar la NVI: “Con aflicción lo he dado a luz”. Un caso similar tenemos en el nacimiento del hijo de Raquel. De tan complicado que fue el parto, ella falleció en ese momento. Pero antes, al darse cuenta que se estaba muriendo, llamó al bebé Benoni, que significa, “Hijo de mi dolor”. Luego Jacob, el marido, quizás para borrar el recuerdo triste acerca del fallecimiento de su esposa preferida y no estigmatizar al hijo, cambió el nombre por Benjamín, que significa “Hijo de mi mano derecha”. Este episodio lo podemos leer en Génesis 35.

En el caso de Jabes, puede ser también que haya sido una circunstancia que afligió profundamente a la madre en el momento del nacimiento. No leemos nada del padre. Quizás no estaba o los había abandonado, y con esto faltaría el sostén de la familia. Quizás era una situación difícil relacionada con la conquista de la tierra, o la falta de alimento, etc. Sea cual fuera la situación por la cual estaban pasando, algo afligió tan profundamente a esta mujer, que llamó a su hijo Jabes, nombre con el cual quedó estigmatizado de por vida. Su vida quedó asociada con la angustia en su familia. ¿Cuánto habrá sufrido de adolescente, por las burlas de los otros muchachos? Cuando joven, ¿qué jovencita se querría casar con alguien donde hasta el nombre suena a tristeza y pareciera anticipar tragedia? Si se presentó en algún lugar para conseguir trabajo, ¿cómo le habrá ido con tal estigma? Con seguridad, su vida no fue fácil.

Hoy en día, se sabe de muchos que quedaron marcados de por vida, quizás no tanto por el nombre, pero sí por situaciones vividas en el pasado, en su infancia, en la familia. Quizás fue un hijo no buscado, no amado, producto de una violación, abusado de chico, sufrió el divorcio de los padres o vivió traumas en la familia. Los pecados de otros pueden afectar la vida de muchos y por mucho tiempo. A esto le podemos sumar infinidad de circunstancias adversas que marcan nuestras vidas. A veces son errores, malas decisiones o pecados cometidos que dejan su marca indeleble. Muchas veces parece que el pasado no nos quiere soltar, o para ser más exactos, nosotros seguimos aferrados a él. El sufrimiento marca a las personas. Algunos que fueron muy humillados, buscan entonces, con mucho esfuerzo marcar una diferencia. A veces es por los estudios, el trabajo, el deporte, etc. Algunos buscan volverse héroes de alguna forma para que los reconozcan. No importa el sacrificio, con tal de que el estigma, sea borrado. Algunos optan por tapar con humor la profunda tristeza interior. Se vuelven los payasos del grupo que con sus chistes y ocurrencias hacen reír a todos, mientras que en su interior permanece el estigma del dolor. Otros quedan amargados de por vida y amargan la vida de otros. Son aquellos que constantemente encuentran algo que criticar o burlar en el otro. Esto evidencia un gran trauma, problema o pecado sin solucionar en la vida, el cual se tiene que tapar. A esto todavía tenemos que añadir, que muchos en lugar de encontrar una solución, todavía acrecientan el dolor. ¡Cuántos terminan mal! Algunos procuran ahogar sus recuerdos dolorosos y sus miedos en el alcohol, las drogas y aún llegan a quitarse la vida.

Quizás algo de todo esto que he mencionado forma parte de tu experiencia de vida. Amigo, quisiera invitarte hoy a que miraras el ejemplo de Jabes. Él no usó métodos dañinos como la droga, el alcohol o el éxito, para despegarse de su marca del pasado. Su objetivo y la estrategia utilizada fueron bien diferentes a lo que estamos acostumbrados a ver en el mundo. Jabes fue un hombre que decidió marcar la diferencia en medio de sus hermanos. En vez de entregarse al vicio o la amargura, fue una persona que decidió cortar con los efectos del pecado en el único lugar donde se logra esto: en Dios a través de la oración. Creo, amigo, que todos podemos aprender muchísimo de la corta oración de este hombre. Realmente no me parece que sea en vano que aparezca allí en la Biblia, en medio de tan larga genealogía.

¿Sabe cuál es una de las cosas más destacables de Jabes? Que no es recordado por un acto heroico que haya protagonizado, ni por suicidarse por no saber lidiar con su pasado. Encontró la solución a su pasado y futuro, marcando una diferencia en el presente. Y esto lo hizo bajo la premisa de acercarse a Dios y derramar su corazón delante de Él.

Jabes se acercó a Dios. Esta forma de actuar es la única correcta y la única realmente efectiva. No buscó su ayuda en hombres sino en el “Dios de Israel”. Lo buscó a Él. A Él oró. Derramó su corazón frente a Dios, y Le dijo lo que sentía, lo que necesitaba, lo que anhelaba. ¿Por qué acudió a Él? Es que el “Dios de Israel” era el que los había elegido a él, su madre y su familia, como pueblo Suyo, como especial tesoro, como “ovejas de Su prado”. Este era el Dios de la promesa a Abraham, el que hizo los extraordinarios milagros en Egipto, el que rescató al pueblo de la cautividad, el que abrió el Mar Rojo Fue Él quién les abrió el Mar Rojo. Jabes buscó y se acercó al único que podía hacer lo humanamente imposible. Fue el Dios de Israel quién les dio la Ley y habitó en medio de Su pueblo. Fue Él también quién hizo secar al Río Jordán para que pudieran pasar a poseer la tierra prometida. No importaron murallas, gigantes, muchos pueblos hostiles y sobre todo, la incapacidad y desconocimiento del pueblo. Él les entregó la tierra. Este es el Dios al cual también nosotros tenemos que acudir con nuestras aflicciones presentes o pasadas. Como dice el Salmo 103:3-4, “Él es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias; El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias”.

¡Qué lástima que tantas veces buscamos en personas, en lo material, en los placeres, fiestas, pasatiempos o en nosotros mismos, la solución a nuestros problemas, dolores del pasado, aflicciones del presente y preocupaciones del futuro! ¿Por qué no acudimos al que sí puede solucionar los problemas de nuestra vida, al que nos quitará las preocupaciones acerca del futuro? Jesús nos invita en Mateo 11:28, diciendo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. Y luego, en Juan 6:35 agrega: “… Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. No importa cuanta destrucción haya en nuestra vida, cuánta destrucción el enemigo de nuestras almas haya logrado hacer, porque: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”, señala 1ª Juan 3:8. ¿Cuántas veces nos lastimamos el alma, corremos desesperados de aquí para allá, nos matamos trabajando, nos angustiamos, envidiamos lo que tienen otros, nos amargamos porque no nos salen las cosas y a otros sí, y nos desesperamos por nuestros problemas, dificultades o necesidades? Acordémonos de la triple promesa del Señor y apliquémosla a nuestra vida: “Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Lc.11:9). Esto fue lo que hizo Jabes y también tú puedes experimentar lo mismo. ¡Te encuentras solo a una oración de distancia de ello!

Amigo, lo animo para que en este mismo momento dirija su oración al Señor. Haga uso de sus promesas, pídale que limpie su pasado con la sangre que Jesucristo derramó en la cruz, que borre su maldad pero también aquellas heridas que otros le dejaron. ¡Confíe, Dios tiene el poder para hacer todas las cosas nuevas!

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