Jabes, un hombre que oró (10ª parte)
13 abril, 2020
¿Control perdido?
21 abril, 2020
Jabes, un hombre que oró (10ª parte)
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Autor: Esteban Beitze

Con una corta pero profunda oración, Jabes dejó atrás un pasado marcado por el dolor y fue llevado a una vida de excelencia espiritual.


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PE2415 – Estudio Bíblico
Jabes, un hombre que oró (11ª parte)



Amigo, ¡qué alegría poder estar completando junto a usted una nueva serie de estudio bíblico! Hemos visto que Dios obró en gran manera en la vida y el entorno de Jabes. Vimos que todas las peticiones que Jabes hizo, el Señor se las concedió. Pero le podemos añadir un resultado aún más profundo. Según la descripción que se nos hace de este siervo de Dios, también vemos un resultado aún más importante que obtuvo por medio de esta vida de fe en su Señor. De acuerdo a este breve relato de 1 Crónicas 4:9, tenemos un hombre que “fue más ilustre que sus hermanos”. La expresión “ilustre”, cuya raíz primaria significa “sentir peso”, connota algo numeroso, rico, honorable, insigne. Aunque algunas versiones traducen como más “importante” u “honorable”; la mayoría usa la expresión “ilustre”. Fue un hombre que tuvo “más peso” para el Señor. Es como si el Señor pesara la vida de Jabes y encontrara en él a una persona que llenó las expectativas que tenía para con él. En Jabes, Dios encontró un hombre que lo honró, y respecto a tales personas Dios dice en 1 Samuel 2:30: “Yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco”. Por el hecho mismo que el Señor lo bendijera y diera un aumento del territorio, ya se había destacado en la sociedad en la que vivía. Pero esto no fue todo. Fue considerado más ilustre que sus hermanos. Ya el mismo relato de la lista de nombres en este capítulo lo demuestra: no se da ningún detalle adicional que haya destacado por ejemplo a Fares, Hezrón, Carmi, Hur, Sobal o Recaía; pero sí se destaca a Jabes.

Aquél, en cuya vida, el Señor ocupa un lugar prioritario, aquél que espera todo del Señor, se vuelve más ilustre para su entorno, pero sobre todo, para el Señor mismo. Esto es lo que también nosotros debemos aspirar. Abraham, por ejemplo, se apoyó en las promesas de Dios sin ver nada y le obedeció. Como resultado recibió una descendencia que se compara con “las estrellas en el cielo y la arena que está a la orilla del mar”, dice Génesis 22:17. También se le prometió como posesión perpetua, la tierra de Israel. Pero sobre todo, el hecho que se explica en Génesis 12:3, que por medio de él y su descendencia serían benditas “todas las familias de la tierra”. En cuanto a su vida, en muchas áreas podemos hablar de un “territorio extendido”. Pero los títulos que lo hacen más ilustre son: “amigo de Dios”, según señala Santiago 2:23, y “padre de todos los creyentes”, según Romanos 4:11. Él cumplió con las expectativas que Dios tenía para él. ¡Su vida sí tenía peso espiritual!

En este mismo sentido podríamos seguir nombrando a David. Era el más chico en la familia y hasta tenido en poco por sus hermanos. Pero David tenía un lema para su vida que podemos leerlo en el Salmo 16:8: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido”. Por esta razón pudo dar testimonio en el mismo Salmo 16:5 y 6: “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado”. Como ya dijimos, su heredad se amplió como ningún rey antes, y fue primordial para la extensión mayor del reino bajo su hijo Salomón. Aunque desde el punto de vista humano, aún hoy se lo considera el rey más trascendente, lo que lo hizo realmente “ilustre” fue el hecho de ser reconocido en 1 Samuel 13:14 como “el varón conforme al corazón de Dios”.

Por lo tanto, los que quieran ser considerados verdaderamente ilustres a la manera de Dios, tienen que imitar el ejemplo de este tipo de hombres. Dios se convirtió en su esencia, prioridad y meta absoluta. Cumplieron con el objetivo que Dios se había trazado para con sus vidas. Tenían “peso” delante del Señor. Esto los hizo ilustres. Si queremos lo mismo, tenemos también el ejemplo de otro personaje bíblico “ilustre”. El Señor Jesús lo destaca diciendo en Lucas 7:28, que “entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista”. La clave para que el Señor llegara a darle tal reconocimiento se debe a la filosofía de vida de Juan el Bautista la cual se registra en Juan 3:30: “Es necesario que Jesús crezca, pero que yo mengüe”. Si queremos ser considerados realmente ilustres por Dios, entonces Él tiene que convertirse en el centro y lo más importante de nuestra vida. Mientras la vida está llena de uno mismo, es como un soplo: no permanece y se desvanece sin dejar nada provechoso. En cambio, cuando una vida es despojada del YO, y se la llena del Señor, entonces sí tiene “peso”, y peso que perdura para la eternidad. Es ahí cuando se vive en plenitud. Tenemos que cumplir con los objetivos que el Señor tiene para nuestras vidas. Esto se logra con una búsqueda diaria de Su voluntad en el estudio de la Palabra, la oración, y sobre todo la obediencia a lo que hemos comprendido de Su voluntad. En otras palabras, nos tenemos que convertir en “siervos, o sea esclavos de Jesucristo”. El esclavo se destacaba por estar absolutamente sujeto al Señor. Este es título más ilustre que un creyente puede tener. Hoy en día, existe un afán por ser reconocido, ser tenido en cuenta o resaltar en la sociedad. Lamentablemente esto se trasladó también a los creyentes. Los títulos, el reconocimiento por logros trascendentes, riqueza, comodidad, belleza o poder, es lo más importante para muchos. Pero lo que realmente hace trascender delante del Señor es el ser siervo. Jesucristo dijo cómo debía ser el que sería considerado “ilustre” para Él, en Marcos 10:42-45: “Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. Amigo, el siervo fiel y prudente será reconocido por la eternidad. Que nuestra bienvenida en cielo sea la de un “ilustre”, y que como señala Mateo 25:21 nos digan: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”.

Ahora amigo, no quisiera finalizar este estudio sin plantear también una seria advertencia. Muchas veces Dios nos quiere bendecir y ampliar nuestro territorio, pero nosotros mismos somos los que lo impiden. No voy a volver a repetir lo que ya estuvimos viendo, como la necesidad de fe, de oración, de no pedir algo para gastar en nuestros deleites, la dejadez o falta de compromiso con el Señor, y tener en cuenta la soberanía de Dios. Pero el pecado permitido en nuestras vidas es el principal factor que limita la bendición de Dios. Por ejemplo, Abraham no tuvo bendición de Dios mientras estaba fuera del territorio al cual Dios lo había guiado. Mientras estuvo en Egipto, solo tuvo problemas internos, externos, matrimoniales y deshonró al Señor. Es la falta de trato honorable de un esposo a su esposa que también frena aquello que Dios tenía previsto dar; también la falta de amor al necesitado frena el actuar de Dios; el hecho de haber cometido un daño al prójimo y no haberlo solucionado frena también el actuar de Dios, o simplemente el hecho de no obedecer a lo que Dios guía y ordena será una limitación para su obrar y bendición. El pecado frena, limita, estorba y origina pérdida en lugar de ganancia, insatisfacción en lugar de satisfacción, limitación de la bendición de Dios en lugar de la plenitud de ella. Pero aquellos que deciden vivir para el Señor, buscándolo, confiando en Él, ellos también serán recompensados por el Señor.

Concluyendo entonces, deberíamos hacer lo que nos señala el autor de la carta a los hebreos, capítulo 12:1-3: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar”. El Señor tiene preparada una gran lista de obras que quisiera realizar en y a través nuestro. ¿Estamos listos para que el plan del Señor se cumpla en nuestras vidas en toda su plenitud? ¿Estamos dispuestos a sumarnos a la lista de personas que pusieron al Señor en primer lugar en sus vidas, esperaron mucho de Él y se convirtieron en ilustres para Dios y los demás? Amigo: ¡deseo de corazón que también puedas aplicar y experimentar en tu vida los principios que tuvo Jabes y que aplicó en su oración! Y como dice 1 Pedro 5:10-11: “el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén”.

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