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Autor: Ernesto Kraft

Continuando con la lista de los héroes de la fe de Hebreos 11, veremos las verdades que se desprenden de la experiencia de Abraham y Sara.


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PE2760- Estudio Bíblico
Héroes de la fe (5ª parte)



Abraham y Sara

Es un gusto amigos, compartir con ustedes, esta parte de los Héroes de la fe. Hoy llegamos a la primera mujer que aparece en esta lista, se trata de Sara. Escucharemos los temas que se desprenden de su experiencia. Dice Hebreos 11:11: “Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido”. Aquí la Palabra de Dios dice que también Sara obtuvo fuerzas por la fe. Ese hecho es animador porque enseña que, por la fe, hay una solución para todos los problemas, incluso para los suyos.

Sepa usted que Sara dudó de esa promesa y hasta se rio cuando le fue confirmado que se cumpliría. Esto causó trastornos y dificultades para su marido y para sí misma, porque no tenía fe e intentó salvar la situación con soluciones humanas. Colocó su esperanza en la esclava Agar, en vez de creer cuando Dios dijo que el milagro podía realizarse en su ancianidad. Pero, para Dios todo es posible. Así, también Sara, que antes no convencida por causa de su falta de fe, aprendió, con el pasar de los años, a no mirar más a sí misma y a las circunstancias, sino mirar a Dios, quien es fiel. Fue así como Sara obtuvo fuerzas: por la fe consideró fiel a Aquel que había hecho la promesa. Eso es todo, pero, además fueron necesarios años de dificultades y decepciones para que aprendiera a no mirar a sí misma, sino confiar solamente en Dios.

Tal vez usted también esté dudando de Dios, apoyándose en otros recursos, lo que solamente expresa su falta de fe. Pero usted también puede tener la misma experiencia de Sara, que tuvo que aprender a no considerarse hábil, sino creer que solo Dios puede cumplir lo que promete. Usted no necesita de fuerza interior o de algún talento especial para eso. Solamente necesita enfrentar las circunstancias que antes lo llevaron a reírse y decir: “Es imposible, no se puede.” Puede parecer así, pero la única cuestión que importa para nosotros hoy es esta: ¿considero que Dios es fiel o no? Si creo que el Señor es fiel, no hay razón para desistir y desanimarme.

Acepte el poder de Dios por la fe, pues Él permanece fiel, aun cuando usted falla. Dios siempre fue y sigue siendo fiel, y eso es suficiente también para usted. Esa es la forma en la que Dios actúa desde el inicio de la historia de la humanidad. Comienza a trabajar cuando la persona llega al final de sus posibilidades. Solamente cuando Sara y Abraham llegaron a cero, fue Dios que intervino y, de un cuerpo que estaba prácticamente muerto, hizo nacer a muchos, tantos como las estrellas del cielo.

Sí, hay esperanza para usted y su situación aparentemente sin salida. Dios empieza a actuar cuando nosotros estamos en el fondo del pozo y no vemos más solución. Cuando estamos débiles, nos volvemos fuertes. Dios se aleja cuando confiamos en nuestras propias fuerzas. En el caso de Abraham, el fruto surgió del cuerpo desfallecido. Por eso, llénese de esperanza, a pesar de que su situación parezca cada vez más perdida, porque cuando la noche está más oscura es que la mañana está más próxima.

La pregunta es: ¿acepta orientación en la debilidad? ¿Persevera sabiendo que depende de Dios y no de sí mismo? Si persistimos y nos entregamos nuevamente a Dios, Él podrá hacer maravillas por medio de nosotros, cosas que honrarán Su nombre. ¿Está preparado para hacer una nueva entrega a Dios? La gracia se fortalece en la debilidad. Dios manifiesta Su fuerza en la debilidad. Cuando las promesas no se cumplen y las oraciones no son atendidas, tenemos la tendencia a pensar que no valió la pena y que nuestra fe fue en vano. Pero, ¿será que eso es realmente la verdad?

La Biblia afirma en Mateo 24:35: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Usted también puede encontrar contentamiento y consuelo en esa verdad: Dios cumple Su Palabra. No siempre corresponde a lo que nosotros deseamos, pero un hijo de Dios nunca podrá acusarlo de no haber cumplido Su Palabra. NO hay promesa que no sea cumplida. Usted necesita tratar de confiar y no dudar, pues la Palabra de Dios merece confianza. Usted puede consolarse y contentarse con ella, confesando que hay vida después de la muerte y que aquí somos solo extranjeros y forasteros. No nos encuadramos dentro de este mundo por causa de ese principio. No basta empezar a tener fe; es necesario mantenerla hasta el fin. Permanezca firme, pues quien tiene fe tiene esperanza para esta vida y para la eternidad.

En ese sentido, hay dos extremos. Uno de ellos es no tener ninguna aspiración por el hogar celestial. El otro es solamente hablar de las cosas del futuro con Cristo o del Arrebatamiento, olvidándose de la vida aquí en el mundo al argumentar que “pronto todo se acabará, y no necesitamos preocuparnos más”. Quien dice creer en Dios y aspirar por el cielo, también debe enseñar con su conducta presente cuánto desea agradar a Dios. Proclamemos que tenemos una esperanza maravillosa, pero también vivamos como quien va a presentar cuentas a Dios acerca de sus hechos. Así convenceremos a muchos a seguirnos en ese camino. Quien dice esperar a algo mucho mejor también debe vencer en los sufrimientos y reveses de la vida, afirmando con Pablo, como en Romanos 8:18: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” y Hebreos 11:15-16: “Pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad”.

Quien tiene fe quiere más de lo que el mundo le puede ofrecer. El creyente desea lo celestial. Es triste constatar que un cristiano puede quedarse tan preso de las cosas materiales que no sigue lo que está escrito en Colosenses 3:2: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. ¿Será que eso no es razón suficiente para que el Señor tenga vergüenza de ser llamado de “Dios de ellos”? En Cristo, Dios se hizo uno con los pecadores. Jesús se humilló tanto que Hebreos 2:11 afirma: “Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos”. Se volvió igual a nosotros en todo y entonces llevó sobre Sí nuestros pecados con el fin de darnos las condiciones de volver a tener comunión con el Padre. Eso ya es posible en ese mundo lleno de perversiones, y será perfecto en la eternidad.

Dios no solamente preparó una ciudad para Sus hijos, sino que Él mismo estará presente y tendrá plena comunión con ellos, sin cualquier posibilidad de ruptura o interferencia. ¿Ya tiene usted esa alegría de poder decir que Dios es suyo y que usted le pertenece a Él? Él es mi Dios, que no me desampara. Me ama y me cuida hasta en los menores detalles. Sin Su voluntad, ningún pelo cae de mi cabeza. Todo eso debería llevarnos a aspirar las cosas celestiales y a considerar las terrenales como nada en comparación con lo que está preparado para nosotros en el cielo. ¿No deberíamos estar llenos de alegría y gratitud por tener a un Dios que está con nosotros y nos trata como a Sus propios hijos? No tengamos vergüenza de anunciar Su nombre públicamente. Él, quien tendría buenas razones para avergonzarse de ser nuestro Dios, no lo hace. Él merece toda la gratitud y honra por darnos ese regalo enorme de poder decir: “Él es mío”. Recuerde que usted puede tener comunión con el Creador y Donador de todo lo que es bueno. ¿Quién es igual a Él? Lo mejor nos fue dado en Jesucristo.

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