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Autor: Ernesto Kraft

Josué fue nada más ni nada menos que el encargado de guiar al Pueblo de Dios en la entrada a la Tierra Prometida. Un hombre de una fe destacable, pero que tiene mucho por enseñarnos.


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PE2766- Estudio Bíblico
Héroes de la fe (11ª parte)



Josué

Queridos oyentes llegamos hoy al verso 30 del capítulo 11 de Hebreos. Aquí leemos: “Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días”. La fe es un poder que nos hace experimentar a Dios en Su fuerza y en Sus ilimitadas posibilidades. Leemos que por la fe cayeron las fuertes y altas murallas de Jericó. Humanamente, eso no es comprensible, pues para derrumbar muros tan fuertes sería necesario más que solo rodear la ciudad durante siete días. El pueblo de Israel finalmente llega a la tierra prometida y ahora necesita conquistarla. La primera cosa que necesitamos para vencer en la fe es tener una promesa. En Josué 6:1-2 leemos: “Ahora, Jericó estaba cerrada, bien cerrada, a causa de los hijos de Israel; nadie entraba ni salía. Mas Jehová dijo a Josué: mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra”.

Necesitamos tener cuidado con la manera en la que creemos. No podemos creer solamente porque en Marcos 9:23 dice: “todo es posible a aquel que cree”. Dios puede hacer todas las cosas, pero se mantiene en sintonía con Su Palabra. Por ejemplo: no podemos orar para que Dios salve al mundo entero automáticamente, porque eso significaría que ya no necesitaríamos evangelizar. U orar para que Dios castigue al vecino malo y, como resultado de esa oración, el vecino resbale y se caiga. Dios es Omnipotente, pero también está en contra de tales prácticas. Cuando los discípulos pidieron fuego del cielo para destruir a los samaritanos, Jesús les contestó que no deberían practicar ese tipo de fe. Cuando vivimos en obediencia a la Palabra de Dios y a Su voluntad, experimentamos los milagros del Señor en nuestra vida. Josué no explicó a Dios cómo hacer para derrumbar las murallas, sino que solamente creyó e hizo lo que el Señor le ordenó.

No es una tarea cualquiera el tener delante de uno las altas murallas de Jericó, sin poseer armamento alguno y solamente rodear la ciudad en silencio durante una semana. La instrucción para que el pueblo rodeara la ciudad en silencio tenía su propósito. Leemos en Josué 6:10: “Y Josué mandó al pueblo, diciendo: vosotros no gritaréis, ni se oirá vuestra voz, ni saldrá palabra de vuestra boca, hasta el día que yo os diga: Gritad; entonces gritaréis”. Un único comentario de alguien del pueblo sería suficiente para llevar a todos al desánimo y a la incredulidad.

Una simple palabra como: “¡Todo eso no tiene sentido alguno! ¡Hasta ahora no pasó absolutamente nada; las murallas todavía no se han movido ni un milímetro!”, podría haber desmotivado a todos. Nuestro desafío diario es vivir lo que está escrito en Proverbios 3:5: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia”. En 2 Corintios 10:4-5 leemos: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”. Esa fue el arma utilizada por el pueblo de Israel contra la ciudad cerrada de Jericó.

Es importante utilizar las armas que Dios dice son poderosas. El arma de los israelitas fue el silencio: rodearon la ciudad, callados. Entre nosotros, esa es un arma poco utilizada, pues nuestra tendencia es elegir el camino de los gritos y de la violencia. La Biblia también habla del silencio en el trato de las mujeres con sus maridos. Leemos en 1 Pedro 3:1: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas”. ¡El silencio es un arma poderosa, capaz de destruir fortalezas! Tal vez el corazón de su marido parezca ser una muralla impenetrable. Rodéelo en silencio durante algunos días. Escoja el camino que la llevará al éxito.

Observe que, después que el pueblo rodeó la ciudad el primer día, nada pasó. Cuando los ciudadanos de Jericó descubrieron la estrategia de los israelitas, comenzaron a reírse de ellos con más intensidad. Pero si usted tiene una promesa, no desista; la estrategia humanamente despreciada es poderosa para destruir fortalezas. ¡Por eso, siga, dé vueltas alrededor de Jericó! ¡Los muros se caerán, no desista! Después de la séptima vez que los israelitas rodearon la ciudad, recibieron el cumplimiento de la promesa.

También en la historia de Naamán podemos observar la importancia de la perseverancia. Naamán experimentó la sanidad de su enfermedad solamente después de la séptima inmersión en el río Jordán. Si usted todavía está en la tercera o en la cuarta vuelta, no desista. ¡En la séptima vez usted verá la solución! Ese principio también puede ser aplicado en la oración. Elías nos enseña a perseverar, en 1 Reyes 18:43-44 encontramos: “Y dijo a su criado: sube ahora, y mira hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: no hay nada. Y él le volvió a decir: vuelve siete veces. A la séptima vez dijo: “yo veo una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Y él dijo: ve, y di a Acab: unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te ataje”.

¡Cuando utilizamos las estrategias correctas para alcanzar las promesas, haremos grandes proezas con Dios! A pesar de ser débiles y miserables, veremos altas murallas cayendo y lo imposible se volverá posible. Hebreos 10:36 dice: “Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa”. Jericó significa “perfume,” “bálsamo” o “local perfumado”. Alcanzar una victoria es como un bálsamo que nos motiva y fortalece. La victoria sobre Jericó fue un evento así para el pueblo de Dios. Vale la pena perseverar hasta alcanzar la victoria, pues será un “bálsamo” o “local perfumado.” Testificar la conversión de un marido, de los hijos o parientes, por ejemplo, es una victoria tan grande que nos motiva a seguir confiando en Dios. No se deje engañar por lo que ve, por las sugerencias de su raciocinio o por lo que los hombres dicen. Siga firme y espere ver la acción de Dios.

No deje que su condición, aunque que sea de debilidad, enfermedad o impotencia, se vuelva un argumento para dejar de creer. Vemos en el ejemplo de Josué 6 que la acción de Dios no depende de la fuerza humana. No fueron los gritos de los hombres ni su fuerza física que hicieron caer las murallas, sino solamente la fe en Dios, de forma que Dios fue el hacedor. Haga su parte, y Dios hará la de Él, como leemos en el Salmo 37:5: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará”. ¡Dios siempre actúa de esa forma! Y cuando adoptamos, en obediencia, los principios de la Biblia, no habrá lugar para ninguna vanagloria para nosotros mismos.

Nosotros no podemos derrumbar las murallas de un corazón endurecido, solamente Dios puede hacerlo. Pero podemos ser instrumentos y, por la obediencia, ser siervos usados por Dios. ¿Todavía trabaja usted con el Señor, o usted es esclavo de la lógica y de la incredulidad? ¿Grita cuando debería mantener silencio, volviéndose así incapaz de vencer las fortalezas del enemigo? Para aquellos que trabajan con Dios y lo consideran su fuerza, vale el versículo del Salmo 84:7 que dice: “Irán de poder en poder; verán a Dios en Sion”.

¿Es Dios visto y glorificado por medio de nuestra fe? Si es visto y glorificado en nuestra vida, entonces estamos en comunión con Él. ¿Servimos a los demás con los dones y talentos que Dios nos dio? Honre a Dios con su fe y obediencia. Como dice Salmos 108:13 “En Dios haremos proezas, y él hollará a nuestros enemigos”.

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