Fuerza para el último tramo de la carrera

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Autor: Esteban Beitze

¿Ha sentido que su vida espiritual está estancada?, ¿Qué las tribulaciones son demasiadas y parece no tener fuerzas ni voluntad? El Señor quiere impulsarnos recordándonos por qué hemos llegado hasta hoy, de su mano y no darnos por vencidos.


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PE2989 – Estudio Bíblico
Fuerza para el último tramo de la carrera



Amigos, es una realidad que cuando servimos al Señor, muchas veces experimentamos decepciones y desánimo. Escuchamos de otros creyentes lo bien que les sale todo en su iglesia o en el ministerio, y podemos pensar: “Lamentablemente, no es ese mi caso”.

Pero debemos saber que todo el mundo tiene retos y pruebas, no todo lo que hacemos funciona. Puede ser la pérdida de miembros en la congregación; tal vez el abandono hacia nosotros. Pueden ser problemas familiares, laborales, de salud, o incluso la pérdida de alguien muy querido. También puede ser un trato injusto o experimentar oposición por causa del Evangelio. Tal vez el ministerio no produjo el fruto esperado y el sentimiento de que todo el esfuerzo ha sido en vano.

Puede ser hartazgo y decepción de todo.

¿Existirá alguna solución?, ¿podremos seguir así?

Prestemos atención a la noticia que sigue, y que retomaremos al final

En el conocido maratón de Nueva York de2022 participaron 50.000 personas, de ellos más de 2.000 no llegaron a la meta, sino que se rindieron antes. El tiempo medio de la carrera completa suele ser de unas cuatro horas. Pero en el maratón de 1986, se estableció otro récord. Un hombre llamado Bob Wyland tardó 4 días, 2 horas y 48 minutos en cubrir la distancia. No tiene piernas y se desplazaba utilizando únicamente los brazos para apoyarse en el suelo.

¿Por qué más de 2.000 personas con piernas sanas y sin impedimento para correr se ven incapaces de terminar la carrera, mientras que alguien que ni siquiera puede caminar perseveró hasta el final, en contra de todo pronóstico?

Consideremos la vida de un gran misionero, el apóstol Pablo. Iba de camino a Jerusalén, aunque el Espíritu Santo había predicho que sería encarcelado allí. Podría haber elegido quedarse en Europa y continuar con su bendito ministerio de establecer iglesias. ¿Por qué debería exponerse innecesariamente al peligro y arriesgar la cárcel? Las palabras de Pablo en Hechos 20:24 nos dan una idea de su postura: “de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo”.  Y siguió su camino.

Quien no conoce la vida del apóstol Pablo, quizás piense: “Hablar es fácil. No conoce mis problemas.”

Pero la realidad de Pablo no era para nada fácil. En Hechos 20:19 habla de su servicio al Señor “con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas”. En la segunda carta a los corintios enumera sus pruebas: azotado cinco veces por los judíos, golpeado tres veces con varas, apedreado una vez. Tres veces, hasta ese momento, sufrió de naufragios. Estuvo constantemente en peligro en sus viajes a través de desiertos, mares, ríos y caminos solitarios. Estuvo en peligro entre judíos y paganos, e incluso entre hermanos falsos. Sufrió toda clase de temores y penurias, a lo que se sumaba la constante preocupación por los hermanos y las congregaciones; y así podríamos seguir enumerando sus problemas.

Pero aun así leemos en Hechos 20:24 dice: “Pero de ninguna cosa hago caso…”, y continúa hacia Jerusalén.

Ya en la ciudad, Pablo estuvo a punto de ser linchado, cayó preso y sufrió calumnias, pero se mantuvo firme. Durante dos años estuvo en prisión en Cesarea, luego vivió la desastrosa travesía a Roma, con el cuarto naufragio, con la mordedura de una serpiente incluida. Llegado a Roma, leemos en Hechos 28:16 permaneció atado con una cadena a un soldado romano durante dos años. Si nos ponemos en su lugar, podríamos decir: ¡qué injusticia, qué impertinencia!, ¡cuatro años encarcelado sin veredicto y además inocente! Y de nuevo, ¡cuánto tiempo! Pero Pablo no se desesperó. No se dejó llevar a pensar que ya nada tenía sentido. Al contrario, utilizó este tiempo para seguir predicando el Evangelio, y escribió las maravillosas cartas a los Efesios, Filipenses, Colosenses y a Filemón.

Después de eso fue liberado por un tiempo. Entonces bien podría haberse dicho: “Ya he sufrido y trabajado bastante. Ahora es el momento de disfrutar de una merecida jubilación”. Pero, en cambio, volvió a trabajar a tiempo completo, apoyando las iglesias y escribiendo algunos libros más. Poco después, fue arrestado de nuevo. Este fue su encarcelamiento final, el que le llevó a la muerte como mártir de Cristo.

Pensaríamos que el gran apóstol Pablo, a través del cual tantos habían conocido el Evangelio, que había llevado a cabo un ministerio tan bendecido, podía contar entonces con muchos hermanos que le cuidarían amorosamente en la cárcel. Seguramente muchos le visitarían, le llevarían lo que necesitaba y le consolarían en la difícil situación en la que se encontraba, pero desgraciadamente, no fue así, sino todo lo contrario. En el libro de Hechos y en las epístolas Paulinas leemos algunos ejemplos: Demas le había dejado por amar más este mundo. Parece que un tal Alejandro, en lugar de hablar en su favor, le causó mucho daño. El grande y bendito hombre de Dios estaba solo. Sus mejores amigos y compañeros de trabajo estaban lejos o enfermos, como Trófimo. El único que estaba con él era Lucas. Tal vez las acciones del apóstol fueron cuestionadas. Tal vez este repetido encarcelamiento fue considerado un juicio de Dios.

Su abandono llegó a tal punto que ni siquiera podía protegerse adecuadamente del frío. Tuvo que pedirle a su amigo Timoteo que le trajera su abrigo. ¿No había nadie en Roma que pudiera prestarle al menos una manta o una capa? Parece que no. En estas circunstancias escribió su segunda carta a Timoteo, que luego se convirtió también en su última y en su legado. Este hombre de Dios presentía que el final estaba cerca y escribió en 2 Timoteo 4:6: “Porque ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano”. Sabía que moriría por la causa de Cristo.

Cuando tuvo su primera audiencia, tristemente, no se encontró ningún hermano que le acompañara o hablara bien de él. En 2 Timoteo 4:16 cuenta que nadie le ayudó en el juicio. Tuvo que enfrentarse a Nerón solo. Y finalmente murió como mártir por causa de Jesús.

Si volvemos al ejemplo del maratonista sin piernas, del que hablamos al principio, podríamos decir de Pablo, en sentido figurado, que no solo le faltaban las piernas. ¿Cómo pudo aguantar y seguir?, ¿cuál era el secreto de su resistencia y valor?

Veamos tres de las posibles razones:

La primera: su seguridad en lo que expresa Hechos 20:24

(…) el ministerio que recibí del Señor Jesús.

Sabía que Dios lo había llamado y colocado en este lugar. No importaban las circunstancias a las que se enfrentara, él podría seguir adelante.

En este sentido, tenemos que preguntarnos si estamos en el lugar donde Dios quiere que estemos. Si estás en el lugar que el Señor te ha mostrado, también puedes estar seguro de que Él se encargará de todo lo demás. Pablo fue obediente al llamado de Dios. Él sabía con toda seguridad: este es el lugar donde Dios me quiere, y allí me encargaré de cumplir mi misión.

Otra razón probable es la seguridad de la presencia y ayuda de Dios.

Pablo tuvo la promesa de Dios que leemos en 2 Corintios 12:9: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”.

Se apoyó en esta promesa hasta el final de su vida, cuando escribió a Timoteo: “Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen”.

Si esta fue la seguridad del apóstol Pablo, también puede ser la nuestra. Puede que te sientas abatido, impotente, derrotado e inclinado a dejarlo todo; entonces mira al Señor, el autor y consumador de nuestra fe, y no solo continuarás, sino que incluso te elevarás por encima de los obstáculos como un águila, como lo expresa tan bellamente Isaías.

Por último, una y otra vez encontramos en las cartas del apóstol Pablo la certeza de la pronta venida del Señor. Cuando habló a los tesalonicenses sobre la venida de Cristo para buscar a su Iglesia escribió: “Consolaos, pues, unos a otros con estas palabras” Sabía que todo su trabajo y dolor terminarían pronto y que entraría en la Eternidad, ese era su consuelo. Y cuando enseñó en acerca del Arrebatamiento en 1 Corintios 15:58 leemos: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”.

Sabía que pronto estaría con el Señor, esto le hizo estar confiado, pero también lleno de afán por la causa del Señor. Quedaba poco tiempo y todavía había mucho que hacer, mucha gente a la que llegar con el Evangelio.

Amigo, esta es también nuestra certeza. Por eso queremos seguir el camino que Dios nos ha marcado.

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