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Autor: Norbert Lieth

¿Hemos entendido y aprendido en profundidad, en qué consiste la Salvación? En estos tiempos oímos la divulgación de mensajes de salvación que prometen y hasta exigen. Pero, ¿tenemos claro a qué nos estamos aferrando cuando hablamos de seguridad de la Salvación?


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PE2988 – Estudio Bíblico
¿Puedo tener seguridad de Salvación?



Amigo oyente, gracias por acompañarnos hoy.

Hay mucha polémica alrededor de la pregunta de si el creyente puede o no tener seguridad de salvación, pero existen tres aspectos que consolidan su certeza y demuestran el poderoso estímulo que significa este conocimiento para el creyente renacido.

En primer lugar, la seguridad de salvación no está fundamentada en el hombre ni en su manera de vivir. Pensando de manera contraria se crea una pseudo seguridad, al creer que somos salvos por nuestra buena conducta, según el lema: “Dios debe estar contento conmigo”.

Aunque una persona dedique cada hora de su vida, durante cien años, a entregarse completamente al Señor, este esfuerzo no le salva ni le asegura el perdón de sus pecados. Nuestra perdición es demasiado grande. Esta es la razón por la que Pablo enfatiza en Efesios 2:8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.

Hace algunos años, una mujer me contó de su difunta madre, que en su lecho de muerte se vio atormentada por las dudas acerca de su salvación. Me entristecí mucho al escuchar cómo la hija había intentado consolarla: le recordó su fiel asistencia y servicio en la iglesia. Le dijo además que nunca había asistido a los bailes y que siempre había huido de todas las prácticas pecaminosas, terminando su razonamiento de manera casi sugestiva: “¡Si alguien se debe salvar, eres tú!”.

Seguir a Cristo con nuestras propias fuerzas y esforzarnos por conducirnos de manera piadosa, no puede darnos la seguridad de ser salvos, pues esta seguridad no está condicionada por nuestra manera de vivir o rendimiento personal. Romanos 3:24 nos dice justo lo contrario: siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que el en Cristo Jesús”.

En segundo lugar, la seguridad de salvación se obtiene tan solo a partir de la convicción de nuestra perdición. La Epístola a los romanos responde de manera magistral la pregunta de por qué la salvación es solamente por fe y por gracia.

En el primer capítulo de Romanos, a partir del versículo 18, abre nuestros ojos a la justa ira de Dios y su juicio sobre la incredulidad. En su rebelión contra el Creador, el hombre se ha enredado en el pecado y la impiedad, por lo que ha caído bajo el justo juicio divino.

Luego, Pablo se dirige al hombre moral y religioso, quien de seguro se encuentra horrorizado ante la impiedad de las naciones, mencionada un capítulo antes. Pero el apóstol demuestra, en el capítulo 2 de Romanos, que este hombre religioso y moralista también está bajo el juicio de Dios. No importa lo ejemplar que pueda aparentar su vida a los demás. Si no se arrepiente, si niega el juicio divino que recae sobre su vida, reafirma su pecado y orgullo, y permanece bajo condenación.

En la segunda parte de este capítulo 2 de Romanos, el apóstol aclara que incluso el judío, que pertenece al pueblo elegido de Dios, no se salvará por su conocimiento de la ley ni por su esfuerzo en practicarla.

A partir del versículo 9 del capítulo 3, Pablo, sabiendo que a pesar de todo lo dicho, aún corremos el peligro de considerarnos bastante buenos, vuelve a demostrarnos nuestra perdición total. Todos los hombres, gentiles o judíos, que se revuelcan en el lodo del pecado o se esfuerzan en alcanzar un estatus moral, sean cristianos o de otra religión, están bajo el juicio de Dios Romanos 3:10 dice: “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”.

Reconocer nuestra perdición, el hecho de que no hay nada que podamos presentar que agrade en lo más mínimo a Dios, es la base fundamental sobre la que se genera la verdadera seguridad de la salvación. Hay una gran diferencia entre aceptar de manera intelectual y dejar que la luz de la Biblia penetre todo mi ser y me permita verme como Dios me ve. Romanos 7:18:

“yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien;

 porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo”.

Es asombroso el nivel de “humanismo cristiano” que se predica incluso entre cristianos con buenos fundamentos bíblicos. En teoría, concordamos con que el hombre es pecador y está perdido, pero al mismo tiempo nos esforzamos por ganarnos el favor de Dios y contribuir en algo con la salvación.

La Epístola a los romanos nos deja ver que solo a través del reconocimiento de nuestra propia perdición podremos llegar a tener la certeza de la salvación.

En tercer lugar, esta seguridad solo se fundamenta en Cristo y su obra. Como hemos visto, la Biblia afirma que no hay nada en nosotros que pueda generarla. La certeza de ser salvos y de haber sido perdonados está garantizada tan solo en Cristo y su obra perfecta. Un viejo himno lo expresa con estas palabras:

He hallado el fundamento que para siempre sujetará mi ancla:

¿dónde, si no en las heridas de Jesús?

Allí estaba, ya antes de que existiera el mundo,

el fundamento que permanecerá inamovible aun cuando pasen cielo y tierra.

La Epístola a los hebreos nos muestra de manera singular la exclusiva importancia del Señor Jesús y de su obra perfecta en nuestra salvación. El capítulo 6 nos habla del ancla del alma, referente a nuestra esperanza y salvación. También allí podemos ver que el fundamento donde está anclada se encuentra fuera de nosotros: en Cristo. Hebreos 6:18-19 dice: “que hemos huido para refugiarnos, echando mano de la esperanza puesta delante de nosotros, la cual tenemos como ancla del alma, una esperanza segura y firme, y que penetra hasta detrás del velo”.

El hecho de que el ancla de nuestra salvación esté fijada fuera de nosotros, nos asegura un agarre firme y permanente que no depende de nuestra percepción. Esto mismo fue lo que llevó al apóstol Pablo a comenzar la Carta a los efesios, capítulo 1 versículos 3 al 8 con una suprema alabanza a Dios, agradeciéndole por todas las bendiciones espirituales con las cuales ya nos ha bendecido en el cielo. Él decía:

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia.”

Durante los tres años de discipulado con Jesús, Pedro vivió convencido de su propia capacidad y entrega personal. Estaba seguro de que amaba al Señor un poco más que los otros discípulos, que era un poco más fiel que los demás. Sin embargo, la noche en que Jesús fue arrestado lo negó tres veces, no quedó nada de este alto concepto de sí mismo. Pedro aprendió que el Señor no dependía de su amor y fidelidad, sino que era él quien necesitaba por completo de la fidelidad y el amor de su Señor.

El apóstol entendió que el fundamento de su salvación no se hallaba en él mismo, sino en Cristo.

De esto nos habla también Hebreos 10:19-23 que nos dice:

“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos firme sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.

Se dice que fue Charles Spurgeon quien expresó: “Cuando se acerca la muerte, toda mi teología se reduce a cuatro palabras: Jesús murió por mí”.

La fe bíblica está basada de forma exclusiva en la obra de Cristo: ¡el creyente es salvo sólo por Jesucristo!

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