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Autor: Esteban Beitze

¿Cuáles serían tus acciones si supieras que el Señor llegara mañana? En este programa nos adentramos en el estudio de qué espera Dios de nuestras vidas tanto si creemos en Él, como si no.


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PE2990 – Estudio Bíblico
Bendita esperanza (1ª parte)



Algunas personas se preguntan: “Si supiera que el Señor va a volver mañana, ¿qué haría diferente hoy?”. Pero hacerse esta pregunta no es el tipo de devoción que el Señor quiere: ya sea hoy o dentro de mil años, mi adoración debe ser siempre la misma. Hago algo, no porque crea que el Señor va a venir ahora, sino porque lo amo.

A Juan Wesley le preguntaron: “¿Qué harías hoy si supieras que tu Señor viene esta noche?”. Se dice que su respuesta fue: “Levántate, desayuna, sal como todas las mañanas y evangeliza en la calle, vuelve, almuerza, descansa, toma el té y vuelve a salir a evangelizar”. Así que su conclusión fue: “¡No cambiaría nada! Vivo según la voluntad de Dios”.

En Tito 2:11-15 el apóstol Pablo escribe: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie”.

Pablo empieza por donde todos deberíamos empezar: con la gracia, la gracia de Dios. La gracia de Dios es el favor inmerecido hacia los pecadores impíos e indignos a los que libra de la condenación y la muerte. Pero la gracia de Dios es más que un atributo divino; es una persona divina: Jesucristo, Dios encarnado, es la gracia encarnada. Jesús personifica y expresa la gracia de Dios. – …la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres”.

La gracia nos ha llegado por medio de Dios encarnado: “…quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Ti. 1:9-10).

El propósito mismo de la gracia salvadora de Dios, por medio de Jesucristo, es salvar al hombre de la corrupción y la destrucción causadas por el pecado. Porque el pecado debilita y destruye la vida humana, separa al pecador del Dios santo y sigue existiendo en la humanidad no redimida como una enfermedad incurable y mortal.

En Tito 2:11-14 Pablo resume el plan eterno de Dios en Cristo. Enumera cuatro aspectos o realidades de la gracia salvadora de Dios: 1. Salvación del castigo (v. 11); 2. Salvación del poder del pecado (v. 12); 3. Salvación de la presencia del pecado (v. 13) y 4. Salvación del dominio del pecado (v. 14).

Salvación del castigo

La gracia de Dios es salvadora para todas las personas. La palabra “salvación” describe el deseo de Dios, demostrado en su obra redentora, de redimir, salvar y liberar a las personas del pecado. Esta salvación es solo por gracia y solo a través de Jesucristo. Sin ella, el hombre está eternamente perdido, condenado al infierno (véase Marcos 9:43-44; Isaías 66:24). Sin embargo, Cristo obra la salvación eterna para aquellos que ponen su confianza en Él, el Hijo de Dios, Jesucristo.

Pablo habla de la gracia salvadora “para todos los hombres”. ¿Salvará Dios a todos los hombres al final? Él ofrece su gracia y sus dones, de manera absolutamente gratuita, a toda la humanidad caída: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres(Tit. 3:4). Pero, aunque la oferta de salvación se hace a todos los hombres, solo es efectiva para los que creen: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn. 3:16-18; cf. Jn. 14:6).

Salvación del poder del pecado

La gracia salvadora, escribe Pablo, se ha manifestado “enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”

Enseñar significa instruir y educar. La gracia soberana de Dios no solo es salvadora, sino también maestra, educadora, pedagoga, consejera. Cuando fuimos salvados, quedamos inmediatamente bajo la guía e instrucción de Dios a través de Su Espíritu Santo y Su Palabra.

Pablo lo explica en otros lugares de la siguiente manera: “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Co. 2:12-13). Y: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2:1-6).

Cuando una persona se salva de verdad, se convierte de verdad y recibe una nueva vida en Jesucristo, no solo cambia su naturaleza, sino que cambia también su vida. Es visible. No es posible ser salvado de la pena del pecado y no ser salvado también del poder de su dominio: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20).

Sin embargo, la Palabra de Dios no nos enseña que la perfección sin pecado sea posible en la vida terrenal. Pero Pablo dice: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:12-14).

Y en otro lugar Pablo dice: “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó(Col. 3:9.10).

Nuestra vida terrenal actual es un tiempo de santificación, un proceso bidireccional en el que nuestro viejo y pecaminoso “yo” disminuye cada vez más y nuestro nuevo hombre, Cristo en nosotros, crece cada vez más. Y en este proceso, el Señor nos instruye a renunciar a la impiedad y los deseos mundanos.

O para expresarlo con las palabras de Romanos 6:12: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”.

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