Evangelio ¿Salvación o Transformación?

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Hace poco, a unos amigos les ofrecieron alojamiento en un hotel de cinco estrellas. Era un hotel de lujo, de esos con los que los simples mortales sólo podemos soñar. No sólo obtuvieron el alojamiento, sino también todas las comidas y pudieron disfrutar de todas las instalaciones del hotel. Como éste no es su nivel económico, me dijeron que lo que consumieron del minibar lo volvieron a comprar en un mercado para reponerlo, así no tenían que pagarlo a precios siderales. Así que cuando llegó la hora de irse, mis amigos preguntaron si habían comprobado el minibar y estaba todo en orden. El personal de recepción les dijo «No se preocupe, su alojamiento está cubierto al 100%, incluido el consumo de la habitación». En resumen, les preocupaba sustituir algo que ya se había pagado.

El ejemplo me lleva a pensar en nuestra relación con el Evangelio. Para todo cristiano, el Evangelio «es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Romanos 1.16). Ciertamente, el Evangelio significa que todos nuestros pecados han sido pagados por la obra de Jesús en la cruz (Colosenses 2:13-15). Sin embargo, si el Evangelio es la base de nuestra salvación, ¿cuál es la base de nuestra transformación?

La Palabra es muy clara al decir que somos salvados para ser transformados a la imagen de Cristo (Romanos 8.29-30 y 2 Corintios 3.18). Sin embargo, la realidad es que no siempre nos transformamos y a menudo experimentamos periodos de «estancamiento espiritual». A menudo, la respuesta es que somos salvados por la gracia, pero somos transformados por nuestros esfuerzos. Y, si es así, ¿es culpa mía si no hay transformación?

Esta postura simplista acaba generando en el cristiano dos reacciones igualmente erróneas.

Por un lado, genera una culpa paralizante que acaba en apatía espiritual. He hablado personalmente con cristianos que simplemente habían renunciado a cambiar. Me decían «Yo soy así, no hay manera». Habían intentado cambiar por sus propias fuerzas y habían fracasado estrepitosamente. Al final, abandonaron cualquier esfuerzo por cambiar y se resignaron a una mediocre vida espiritual.

Otra reacción errónea es la hipocresía. Esta es quizás la reacción más común. Como el cristiano sabe que deberíamos estar en permanente transformación, y, como en su experiencia esto no está ocurriendo, empieza a fingir que sí. El caso más conocido bíblicamente es el de Ananías y Safira (Hechos 5.1-11). Al observar el desprendimiento de los hermanos que eran movidos por Dios a dar todo lo que tenían, fingieron ser movidos por el Espíritu Santo para que pareciera que ellos también habían sufrido una transformación.

Es evidente que existe nuestra participación en el proceso de transformación. Tomemos, por ejemplo, el texto de Pablo en 1 Corintios 9.24-27:

“¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero solo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado.».

Jesús confirma también nuestra participación al afirmar que » Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc 9:23). Para convertirse en discípulo, para seguir a Jesús, es esencial que una persona abandone primero sus propios caminos. Es esencial que renuncie a mis ideas anteriores, a los pensamientos y convicciones que me alejaba de Dios. A esto lo llamamos «arrepentimiento».

Nuestra transformación, sin embargo, es obra de Dios, pues es imposible que nos transformemos a nosotros mismos. Mi papel es rendirme, ¡y eso no es poco!

El apóstol Pablo, una vez más, se inspira en Dios para explicar esta operación en Colosenses 1:29: «Por esto mismo yo trabajo, esforzándome según su potencia que obra poderosamente en mí».

Hay unos cuantos verbos en este versículo, y es crucial que entendamos el sujeto de cada uno. El primero es «trabajo», que tiene un significado muy directo: significa trabajar o luchar para hacer alguna tarea. El que se trabaja´ es el apóstol Pablo. Es él quien se dedica intencionadamente a estetrabajo´. El segundo verbo es esforzarse (que procede de la misma raíz que agonizar). Este verbo describe la intensidad de ese esfuerzo. De nuevo, el sujeto, o el agente, es Pablo. Él, mientras se esfuerza, lucha intensamente, pero fíjate que esta lucha es según la fuerza de Dios. Es decir: es la fuerza de Dios la que actúa y le permite luchar “según su potencia que obra poderosamente en mí”.

En otras palabras, es a través del Evangelio (véase Romanos 1.16) que somos transformados. Mi transformación en la imagen de Cristo tiene lugar cuando hago morir mi naturaleza terrenal y me apropio del poder de Dios.

Mi oración es que tú y yo nos comprometamos con este proceso en el tiempo que el Señor aún nos conceda.


Artículo publicado primeramente en Chamada.com.br

2 Comments

  1. Wilson Salazar dice:

    El evangelio definitivamente es el paso hacia la transformación en la vida de las personas, el discipulado debemos promover en las iglesias intencionalmente para una transformación genuina.

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