Estar a salvo en Jesucristo (2ª parte)
27 noviembre, 2020
Estar a salvo en Jesucristo (4ª parte)
27 noviembre, 2020
Estar a salvo en Jesucristo (2ª parte)
27 noviembre, 2020
Estar a salvo en Jesucristo (4ª parte)
27 noviembre, 2020

Autor: Wim Malgo

Wim Malgo, basado en Colosenses 3:3, nos lleva a la historia de Moisés que es escondido por Dios en una hendidura de una peña, desde la cual puede ver la gloria de Dios. Esa hendidura habla de Cristo nuestro lugar seguro, en quién tenemos liberación de miedo, salvación eterna y una vida que glorifica a Dios.


DESCARGARLO AQUÍ
PE2614 – Estudio Bíblico
Estar a salvo en Jesucristo (3ª parte)



En nuestro encuentro anterior veíamos que las aflicciones por las cuales tenemos que pasar, o nos hacen más mansos, mejores y más nobles, si nos escondemos más profundamente con Cristo en Dios, o nos hacen más malos y venenosos y nos llevan a obstinarnos cada vez más en nuestro camino, cuando no estamos escondidos en Él. Las cosas que enfrentamos, o nos hacen enemigos o nos hacen santos; esto depende completamente de nuestra relación con Dios, de nuestro estar escondido con Cristo en Él. Cuando encaras a cosas agobiadoras y dices: «Sí, Padre, no se cumpla mi voluntad, sino la tuya«, entonces recibes el consuelo de Juan 17, el consuelo de saber que tu Padre actúa según Su propia sabiduría y lleva todo a un glorioso fin.

Venimos hablando de los efectos de estar a salvo en Jesucristo y el efecto interno que tiene. El lado exterior de este maravilloso estar escondido con Cristo en Dios, es una gran autoridad espiritual para testificar. Cuanto más lo primero llega a ser realidad en tu vida, tanto más grande es tu autoridad espiritual. Pero cuanto más huyes de este estar escondido con Cristo en Dios, siendo que no le confías completamente, tanto menos tendrás poder en tu oración y en tu testimonio. El Señor habla de esto en la declaración de Juan 17:21-23: «…para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado«. Cuatro veces en estos versículos, el Señor destaca que este estar escondido con Él en el Padre exige el ser absolutamente uno con Él, pero también el ser uno los unos con los otros. Además, dice que esta unidad es de la misma sustancia que la unidad del Hijo con el Padre.

Tenemos autoridad espiritual conforme a la medida de nuestra unión orgánica con Él. Si esta unión con el Señor es solamente débil, entonces también tu testimonio espiritual es débil. Entonces tu testimonio como cristiano es de poco crédito, tanto en tu hablar y en tus miradas como también en tu actuar. En tu vida diaria tienes contacto con las personas del mundo, allí donde vives, en camino a tu trabajo y en tu lugar de trabajo. Como hijo de Dios te importa mucho ser en todo lugar un testimonio de Jesús. Muchas veces uno piensa que es un testigo dando un folleto o diciendo algo piadoso. Pero esto recién viene en segundo lugar. Lo primordial es la unión interior con Cristo en Dios, que le da crédito a tu testimonio a favor de Jesús por medio de tu comportamiento y actuar y por compartir la Palabra en forma oral y también impresa.

El practicar la unión con Cristo en Dios se expresa por la oración a solas o en común. Como leemos en Hechos 2:1-4, el día de Pentecostés, los discípulos: «estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo«. Por ser uno con la voluntad del Padre y por la completa unanimidad entre ellos, llegaron a ser llenos del Espíritu Santo. El Señor Jesús oró: «Como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros«. El avivamiento por el cual se ora en muchos lugares, en realidad, está en nuestra mano. Dios quiere dar un avivamiento, si solamente cuidamos de que nosotros mismos no impidamos, a través de rebelión y resistencia, la respuesta a esta oración de Jesús.

La oración a solas y en común no es un medio para obtener algo de Dios. Esta es una idea de principiantes. La oración es lo que nos hace entrar en comunión completa con Dios. El estar escondido en El y la autoridad espiritual que resulta de ello, se accionan por la oración. Sé que Él ya sabe todo antes que yo se lo diga, pues Isaías 65:24 a dice: «Y antes que clamen, responder‚ yo«. ¿Por qué, pues, tengo que presentarle aún los asuntos de oración? Se los digo para aprender a ver como Él ve. El Señor Jesús nos exhorta muchas veces a orar, no porque esto nos calma, sino porque tenemos un Padre. Por eso, dale el tiempo para que te responda.

Dios no está aquí para responder a nuestras oraciones según nuestra idea. Pero por nuestras oraciones, llegamos a conocer los pensamientos de Dios. Esto es expresado en Juan 17, cuando el Señor ora: «…para que sean uno, así como nosotros somos uno«. Por la continua comunión en oración, Jesús conocía los pensamientos de Su Padre. ¿Realmente estás tan cerca del Señor Jesús? Dios no te dejará tranquilo hasta que sea así. Existe una oración a la cual Dios tiene que responder. Es la oración de Jesucristo. No importa lo imperfecto o poco maduro que sea un discípulo de Jesús. Si acepta este ofrecimiento del estar a salvo con Cristo en Dios: «Pues habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios«, entonces su oración es atendida. Lo que consideramos muy poco es que, en este abrigo, en Jesús, tenemos una maravillosa relación recíproca entre el Espíritu divino y el espíritu humano. Esta conexión de lo divino y de lo humano en cada etapa de nuestra vida de fe, o sea, de oración, está representada de manera impresionante en Romanos 8:26. Allí leemos: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué‚ hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles«.

El mejor ejemplo de la obra del Espíritu Santo en un espíritu humano, lo encontramos en nuestro Señor Jesucristo en los días de Su vida terrenal. Vemos que nuestro Señor Jesús percibía la diferencia entre Su propio Espíritu y el Espíritu de Dios, y que Sus pensamientos y Su voluntad siempre se sometían a los pensamientos y a la voluntad de Dios. Él dijo en Juan 4:34: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra«, y en Juan 5:19: «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente«. Así, el Señor Jesús accionó la ilimitada autoridad espiritual que recibió por el ser uno con el Padre, por la oración. ¡Oraba durante noches enteras!

Estimados oyentes, ¿cuándo vamos a comenzar a practicar por la oración la autoridad espiritual que hemos recibido por el estar escondidos con Cristo en Dios? ¡El estar escondido con Jesucristo en Dios, no es nada pasivo, sino algo sumamente activo y dinámico! Esto hace que el tiempo con el Señor ya no sea una obligación, una carga o incluso un auxilio momentáneo, sino una necesidad vital. Así comprendemos que el ser uno con Cristo en Dios, no solamente es un abrigo seguro, sino suprema actividad de fe por la oración.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Elija su moneda
UYU Peso uruguayo