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Autor: Wim Malgo

Wim Malgo nos lleva a la historia de Moisés que es escondido por Dios en una hendidura de una peña, desde la cual puede ver la gloria de Dios. Esa hendidura habla de Cristo nuestro lugar seguro, en quién tenemos liberación de miedo, salvación eterna y una vida que glorifica a Dios.


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PE2612 – Estudio Bíblico
Estar a salvo en Jesucristo



La búsqueda de seguridad domina al hombre, desde que ha llegado a ser errante y sin patria. El Señor mismo lo expulsó de su patria, el Paraíso. Génesis 3:23-24 dice: «Y el SEÑOR Dios lo echó del Edén, para que labrara la tierra de la cual fue tomado. Expulsó, pues, al hombre; y al oriente del huerto del Edén puso querubines, y una espada encendida que giraba en todas direcciones, para guardar el camino del árbol de vida«. Esta fue la estremecedora consecuencia del pecado original. Y Caín, el primer hijo de Adán y Eva, después de asesinar a su hermano Abel, incluso fue echado del campo que labraba. El Señor le dijo en Génesis 4:12-14: «…errante y extranjero serás en la tierra. Y dijo Caín a Jehová: Grande es mi castigo para ser soportado. He aquí me echas hoy de la tierra, y de tu presencia me esconderé, y seré‚ errante y extranjero en la tierra…«.

En la narración de la expulsión del Paraíso, dos veces se subraya: «…el SEÑOR Dios lo echó…» y: «Expulsó, pues, al hombre…» Y dos veces se dice de Caín – una vez lo hace el Señor y una vez Caín mismo – «que seré errante y extranjero«. Desde aquel entonces, el hombre es un ser acosado y estresado. El haber sido expulsado provoca las formas fundamentales del miedo y de la soledad en el corazón humano. Por eso, por ejemplo, un niño tiene el más íntimo apego a su madre. En la guerra, los soldados jóvenes en angustias mortales gritaron por sus madres. Pues nuestro corazón ha tenido experiencias previas que nos determinan. Una experiencia previa esencial remonta al encuentro con la persona que nos dio los primeros auxilios, nuestra madre. La madre tiene un papel muy decisivo en la formación de la predisposición para el miedo y de la base de confianza del adolescente. El amor maternal es el fundamento de nuestra capacidad de tener confianza. Y la confianza es necesaria para superar el miedo.

En la relación con la madre, hemos experimentado calor, abrigo y la satisfacción de nuestras necesidades. La madre era la protección de nuestra vida. En el abrigo de la madre, el miedo no podía surgir. ¿Es, pues, de asombrar que estas experiencias fundamentales nos determinen todavía como adultos? Pero ¿Cuál es la causa fundamental de nuestro miedo? Nosotros los hombres tenemos un anhelo fundamental de seguridad. Pero creo que este anhelo fundamental, a lo largo no puede ser satisfecho por la madre; esto ya por el solo hecho de que la madre no vive eternamente.

Pero la madre con su abrigo y su amor es un reflejo y un presentimiento del Dios amoroso, quien dijo en Isaías 43:1b: «Te puse nombre, mío eres tú«. Nuestro anhelo fundamental de la seguridad, a partir de la cual podemos vencer al miedo, señala, pues, más lejos de nuestra madre, al Dios vivo. Agustín de Hipona, uno de los principales pensadores del cristianismo durante el primer milenio, lo dijo así: «Nuestro corazón está inquieto, hasta que encuentre la calma en Ti, oh Dios.» Y David habla en el Salmo 27:1 de la promesa consoladora: «Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?» Cuando el rey David oró así, sus enemigos atentaban contra su vida; él estaba en agudo peligro de muerte.

La muerte es la causa fundamental de nuestro miedo. El que quiere salir victorioso de lo más profundo del miedo, debe, pues, tener una respuesta a la muerte. El que no la tiene, solamente podrá superar el miedo de manera preliminar; esquiva el momento de la muerte, no quiere pensar en ella. Pero la Palabra de Dios nos da la única respuesta en Hebreos 2:14-15, diciendo que Jesucristo se hizo hombre, «para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre«. Y el Señor Jesús mismo dice en San Juan 5:24: «El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna…ha pasado de muerte a vida«.

Cuando ha pasado el tiempo de la seguridad al lado de la madre, el Señor mismo tiene preparada una nueva y maravillosa patria y seguridad para todos los que quieren regresar a Él. Dice a través del profeta Isaías en el capítulo 49:15 y 16: «¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros«. Y a todos los que creen en Jesucristo y confían en Él, Él les habla de esta maravillosa seguridad en la patria eterna, diciendo en Juan 14:1-3: «No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis«.

Pero existe una meta aún más alta del resguardo en Cristo. En Colosenses 3:3 leemos: «Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.» Es una declaración de enorme contenido. En las cartas de Pablo se manifiesta la clara y todopoderosa seguridad de todo lo que tiene el testimonio del Espíritu de Dios. Es el mismo Espíritu que profetizó en los profetas del Antiguo Testamento, señalando a Jesucristo. Sí, Dios mismo habló a Moisés proféticamente de Jesucristo, la Roca de la eternidad, cuando le dijo en Éxodo 33:21 y 22: «He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré‚ en una hendidura de la peña, y te cubriré‚ con mi mano hasta que haya pasado«. I Corintios 10:4 nos dice: «…bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo«. Fue, pues, Cristo en quien Moisés se puso a salvo. Sí, el mismo Dios eterno puso a salvo a Su siervo Moisés en esta roca, ante Su santidad y gloria que todo lo consume.

¡El que no se pone a salvo en Jesucristo, no puede sostenerse en pie ante Dios! Pero si El mismo te cubre con Su mano, mientras te pones a salvo en Jesucristo, entonces eres acepto, sí hermoso a Sus ojos, pues leemos en Efesios 1:6: «…para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado«. El que se ha puesto a salvo en Jesucristo, es acepto a los ojos del Dios santo. Esta verdad maravillosa también se encuentra en Romanos 8:1 a: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús«.

En la hendidura de la peña, Moisés no estaba separado de su Dios, sino que por la mano protectora que lo cubría, figuradamente hablando estaba escondido en Dios juntamente con la peña. En la oración que encontramos en Juan, capítulo 17, el Señor Jesús habló de esta maravillosa seguridad. Leemos en el versículo 21: «…para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste«. Pero aquí, el Señor dice al mismo tiempo que el estar resguardado con Cristo en el Padre no tiene su finalidad en sí mismo, sino que es para que el mundo crea que tú me enviaste. En el versículo 23, el Señor lo recalca una vez más: «Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado«.

Cierto, se trata de que tú estés escondido con Cristo en Dios para tu propia salvación. Pero la meta de Dios con esto es aún más alta. Él quiere que todos los que han buscado y hallado su seguridad en Jesucristo, sean para alabanza de la gloria de su gracia, para alabanza de su gloria. Si estás escondido con Cristo en Dios, haces creíble el Evangelio a tu alrededor, de manera que también otros buscan y encuentran su seguridad en Jesús.

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