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Autor: William MacDonald

El concepto de la eternidad de Dios es demasiado grande para nuestra comprensión. Dios no tiene principio ni fin. Siempre ha existido y siempre existirá. Nunca tuvo comienzo y nunca tendrá fin. ¡Él trasciende el tiempo!


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PE2252 – Estudio Bíblico – El Rey Eterno



¿Cómo están amigos? El tema de hoy es: El Rey Eterno. En el Salmo 90, vs. 1 y 2, dice así:

Señor, tú nos has sido refugio
De generación en generación.
Antes que naciesen los montes
Y formases la tierra y el mundo,
Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios.

Dios no tiene principio (en el Sal. 93:2 dice: “Tú eres eternamente”), y no tiene fin (en Dt. 32:40 leemos “… vivo yo para siempre”; y en el Sal. 102:27: “… tus años no se acabarán”). Él siempre ha existido, y siempre existirá (así se nos dice en Ap. 4:9 y 10: “… al que vive por los siglos de los siglos”). Por tanto, es correcto decir que la eternidad es el tiempo de la vida de Dios.

Nuestras mentes tienen que esforzarse para concebir la idea de un Ser que no haya sido creado. Quisiéramos preguntarnos: ¿Quién creó a Dios? Pero el concepto de la eternidad de Dios es demasiado grande para nuestra comprensión. Nunca tuvo un comienzo, y nunca tendrá fin. Él trasciende el tiempo.

La eternidad de Dios es “duración sin comienzo o fin; existencia sin vínculos ni dimensiones; presente sin pasado o futuro. La eternidad de Dios es juventud sin infancia o vejez; vida sin nacimiento ni muerte; hoy sin ayer o mañana”.

Él es Rey eterno (así leemos en Sal. 10:16; y 1 Ti. 1:17), que reina para siempre (Sal. 66:7; y 146:10), en un reino eterno (Dn. 4:3 y 34), desde un trono eterno (Lm. 5:19).

Abraham fue el primero en describirlo como “el Dios Eterno” (en Gn. 21:33).

Moisés habló de la eternidad de Dios en Dt. 33:27: “El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos”.

Eliú añadió su alabanza en Job 36:26:
He aquí, Dios es grande,
y nosotros no le conocemos,
Ni se puede seguir
la huella de sus años.

Y David dijo de Él, en el Sal. 9:7: “Jehová permanecerá para siempre”.

Isaías habló del Señor como “Padre Eterno” (en Is. 9:6), y Daniel lo llamó “el Anciano de días” (Dn. 7:9, 13, y 22).

Quejumbrosamente, Habacuc Le preguntó a Dios: “¿No eres tú desde el principio?” (Hab. 1:12).

Pablo mencionó a “el Dios eterno” (en Ro. 16:26).

El escritor de la epístola a los Hebreos, en el cap. 1:11 y 12, citó lo que Dios el Padre le dijo al Hijo; “Tú permaneces … y tus años no acabarán”.

Dios no vive en la esfera del tiempo, pero usa el lenguaje del tiempo para acomodarse a nuestro entendimiento. Salmos 90:4 dice: “Mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche”. Y Pedro nos recuerda en 2 P. 3:8 que “para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”. El Señor no cuenta el tiempo como nosotros lo hacemos. Un escritor observa: A Dios le importan más los eventos que el tiempo en el que éstos tienen lugar. En Su Palabra, por ejemplo, Dios ignora más o menos 400 años que separaron la carga profética de Malaquías con el nacimiento de Jesús. Pero ha dedicado más de 25 capítulos a los eventos de la semana en la que nuestro Señor murió. Dios no ve ni cuenta el tiempo de la misma manera que nosotros. Y mucho menos es gobernado o limitado por el tiempo como lo somos nosotros.

El pensar en la eternidad de Dios debería llevarnos a inclinarnos en adoración. Al hacer retroceder nuestra mente al comienzo sin principio y arrojar nuestros pensamientos hacia Su existencia sin fin, quedamos maravillados y adoramos. Cuando nos damos cuenta que antes de que ningún otro existiese, la Trinidad ya estaba allí –Padre, Hijo y Espíritu Santo– quedamos absortos en amor y alabanza.
La contemplación de la eternidad de Dios nos enseña, por contraste, cuán corta es nuestra vida aquí en la tierra, y nos mueve a orar: Salmos 90:12 dice: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”. Hay cosas que podemos hacer para Dios aquí en la tierra, las cuales no podremos hacer en el cielo. Deberíamos estar haciendo las obras del que nos ha enviado mientras dura el día, pues como dice Jn. 9:4: “la noche viene, cuando nadie puede trabajar”.

No es de extrañar que David orase:
Hazme saber, Jehová, mi fin,
Y cuánta sea la medida de mis días;
Sepa yo cuán frágil soy.
He aquí, diste a mis días término corto,
Y mi edad es como nada delante de ti;
Ciertamente es completa vanidad
todo hombre que vive (así leemos en Sal. 39:4 y 5).

Isaac Watts declaró:
Antes que fuesen los collados,
Y la tierra en marco colocada,
Desde siempre Tú eres Dios,
El mismo por la edad eterna.

Dios no Puede Morir

En 1 Timoteo 1:17dice: Por tanto, al Rey de los siglos,
inmortal, invisible, al único y sabio Dios,
sea honor y gloria por los siglos de los siglos.
Amén.

Dios no sólo es eterno, sino que también es inmortal. En general, estas dos palabras se usan intercambiablemente pero, en realidad, tienen un significado distinto. Como hemos visto, Dios es eterno porque no tiene principio ni fin de vida. Pero es inmortal porque no está sujeto a la muerte.

El Señor Jesús es inmortal. Pablo, en 1 Ti. 6:16, habla de Él como “el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible”. Fue Él, según 2 Ti. 1:10, quien “quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio”. Las tres personas de la Trinidad son inmortales. Son la fuente de la inmortalidad. Poseen esta cualidad de forma inherente, pero pueden ofrecerla y darla a otros.

También la palabra incorruptible se usa para el Señor. No es exactamente lo mismo que inmortal, pero están muy relacionadas. Significa que “no está sujeto a podredumbre o corrupción”. Pablo describe, en Ro. 1:23, a los hombres paganos, que cambian “la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible”. Esto es, cambiando la adoración del Dios vivo y eterno por un ídolo sin vida, que se pudre.

He afirmado que Dios no puede morir. Y el Señor Jesucristo, que es Dios, murió. Hebreos 2:9 dice: “Fue hecho un poco menor que los ángeles,…a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos”. Sería fácil eludir la dificultad diciendo que Él murió en lo que concernía a Su naturaleza humana, pero que como Dios no podía morir. Esta respuesta no es satisfactoria. No debemos intentar explicar la paradoja, separando la naturaleza divina de la humana del Señor. Las dos naturalezas son inseparables. Es mejor dejar, sencillamente, la paradoja tal como está. Dios no puede morir; Jesús es Dios; y aun así Jesús murió.

Los cuerpos de los creyentes, al igual que los de los demás en el tiempo presente, son mortales y corruptibles. El espíritu y alma de los creyentes son inmortales. Cuando Cristo venga, los creyentes recibirán cuerpos glorificados, que serán inmortales e incorruptibles (como se menciona en 1 Co. 15:50 al 54). Entonces la mortalidad será “absorbida por la vida” (como dice 2 Co. 5:4). El teólogo y escritor William Vine señala que esta última expresión muestra que inmortal “significa más que inmortalidad, sugiere la calidad de vida disfrutada”. Y el ministro de la Iglesia Libre de Escocia, y poeta, Walter Chalmers Smith escribió:
Inmortal, invisible,
Único y sabio Dios,
En luz inaccesible
Lejos de nuestros ojos,
El Bendito, Glorioso,
Anciano de Días,
Omnipotente e invicto,
Tu gran nombre alabo.

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