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Autor: William MacDonald

No hay forma de medir o calcular la grandeza de Dios, es inconcebible! Él está sobre todo, y puede hacer lo que quiera sin pedir permiso, sin dar explicaciones y sin disculparse. Él es soberano!!


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PE2253 – Estudio Bíblico
Infinito y Soberano (1ª parte)



Bienvenidos a un nuevo encuentro con la Palabra de Dios, amigos! ¿Cómo están ustedes? Es una gran verdad que Dios está: Más Allá de Toda Medida.

1 Reyes 8:27 nos dice: Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos,
no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?

Dios es infinito. No hay forma de medir o calcular Su grandeza. No está atado a nada y es ilimitado. Ninguna inteligencia creada puede comprenderlo. Su grandeza
es inconcebible.

En Jeremías 23:24, el Señor mismo, pregunta retóricamente: “¿No lleno yo… el cielo y la tierra?”

Lawrence escribió:
Adorar a Dios en verdad es reconocer… que Dios es lo que es, infinitamente perfecto, infinitamente digno de ser adorado, infinitamente apartado del mal, y así con cada uno de los atributos divinos. Así que el hombre, por más limitado que sea su razonamiento, ¿cómo no volcará toda su fuerza para rendir reverencia y adoración a tan gran Dios?

Quizás esto parezca una contradicción, pero mientras que Dios es infinito en todos Sus atributos, hay límites para algunos de ellos. Ya he mencionado que, aunque es omnipotente, no puede hacer nada malo. En otras palabras, Su poder está cercado por Su santidad. Debería notarse también que Su misericordia no es inagotable. Su Espíritu no contenderá para siempre con los pecadores (dice Gn. 6:3). Así que nadie debe abusar del Señor.

Cuando pensamos en la infinitud del Señor, es bueno que recordemos cuán finitos somos nosotros. Las Escrituras nos comparan a cosas tan transitorias como el vapor, la hierba, las flores, el viento, la lanzadera del tejedor… Un día estamos fuertes y tenemos salud. Después invade nuestro sistema un virus microscópico y pronto estamos tan débiles que no valemos ni un céntimo. ¡Qué maravilloso que el Infinito nos mirase con tan gran compasión, recordando que hemos venido del polvo! Él es digno de todo lo que somos y tenemos.

Finalmente, aunque podamos reconocer que Dios es infinito, desgraciadamente es posible que asignemos límites a Su habilidad. Esto es lo que hizo Israel en el desierto: “Y volvían, y tentaban a Dios, y provocaban al Santo de Israel” (dice Sal. 78:41; y en algunas versiones provocaban se traduce limitaban). A pesar de todos los milagros que Él había llevado a cabo con ellos, pronto olvidaron y dudaron de Su sabiduría, amor y poder. Estas dudas son siempre un insulto a Su infinitud. Lucy Bennett sólo tenía una alabanza para la infinitud de Dios:
¡Oh infinito Redentor!
No pongo más excusas,
Es porque Tú me invitas,
Que me presento a Ti.
Y pues que Tú me aceptas,
Amo y adoro yo;
Así me constriñe Tu amor,
¡Te alabaré por la eternidad!

La Autoridad de Dios es Soberana

En Daniel 4:34 y 35 dice: Su dominio es sempiterno,
y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?

Esta cita es apropiada especialmente por causa de quién lo dijo y cuándo se dijo. El autor fue Nabucodonosor, el monarca absoluto del Imperio Babilónico. Fue al final del tiempo en el que Dios lo humilló por causa de su orgullo arrogante. Aun este rey gentil comprendió que el Señor es supremo en el cielo y en la tierra, y no puede ser impedido ni tiene que dar cuentas a nadie.

Sí, nuestro Dios es soberano; Él es el Gobernador Supremo del universo. Y como quien está en completa responsabilidad, puede hacer lo que Le plazca; y lo que Le place es siempre bueno, aceptable y perfecto. Para ponerlo muy sencillamente, la doctrina de la soberanía de Dios Le permite a Dios ser Dios, y rechaza con vigor el intentar reducirlo a nuestro nivel. Él está sobre todo, y puede hacer lo que quiera sin dar explicaciones, sin pedir permiso y sin disculparse.

Leemos de Su soberanía en Efesios 1:11: “En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. Esta última oración es crucial– “el que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. Dice que Dios hace lo que Le place.

Isaías 46:10 presenta al Señor así:
Que anuncio lo por venir desde el principio,
y desde la antigüedad lo que aún no era hecho;
que digo: Mi consejo permanecerá,
y haré todo lo que quiero.

Aquí Dios no está más que demandando la autoridad suprema.

La soberanía absoluta no estaría a salvo en las manos de nadie, excepto de Dios. Mientras sea Él quien la ejercite, no hay peligro de tiranía o despotismo.

Para los creyentes, es maravilloso saber que Dios está sobre todo. Es una fuente de gran consuelo el saber que no somos víctimas de fuerzas cósmicas, a merced del azar, sino que estamos bajo Su control. Si el Gobernador Supremo está de nuestra parte, nadie puede oponerse a nosotros con éxito (así nos dice Ro. 8:31).

El sensible poeta inglés, William Cowper, nos enseña a recobrar confianza en la verdad de la supremacía de Dios, cuando dice:
En sendas misteriosas,
Dios se mueve y Su poder
Se muestra en la oscuridad
Do brilla Su saber.
Medrosos santos, recobrad
Confianza y valor;
Las nubes que tanto teméis
Traerán bendición.

La soberanía de Dios es un tema apropiado de adoración. A nosotros no nos queda más que postrarnos ante Él, en homenaje, alabanza y acción de gracias por este atributo maravilloso. Sidlow Baxter, pastor y teólogo, nos deja una meditación llena de adoración acerca de la soberanía del Hijo de Dios:
La maravilla que asombró a Isaías fue que el despreciado, desechado, humillado, golpeado, herido, molido, que no se resistía, manso, humilde y sufriente, que él vio que cargaba con los pecados, y fue “llevado como cordero al matadero”, ¡era el mismísimo que hacía poco había visto rodeado de un celestial e irresistible resplandor, sentado en el relampagueante trono de gloria, reinando en toda soberanía sobre todas las naciones y siglos! Su soberanía omnipotente que podría aplastar un millón de estrellas alfa bajo Sus pies sin ni siquiera sentirlo. Esa soberanía que con Su ardor de santidad consume el pecado, y que podría quemar a toda la raza de pecadores humanos extinguiéndolos instantáneamente; esa soberanía eterna que gobierna todos los mundos y todos los seres; ¡esa soberanía se encarna en la persona de Jesús, quien desciende de aquel trono inefable de gloria, y cuelga de aquella sangrienta cruz de criminales, como el Cordero que quita el pecado del mundo!

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