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Autor: Esteban Beitze

Imita el ejemplo de esta muchacha, o mejor aún, el ejemplo de Cristo. El perdón no tiene que ver con sentimientos, ganas o circunstancias vividas. Es una cuestión de obediencia con la cual demostramos nuestra fe en un Dios de perdón. El perdón libera, el perdón nos devuelve la comunión con Dios, y el perdón libera la bendición de Dios. Apliquémoslo.


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PE2944 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (41ª parte)



Testimonio de la muchacha

En nuestro estudio sobre el ministerio del profeta Eliseo, estamos analizando la historia de una extraordinaria muchacha. Leemos en 2ª Reyes 5:1 “Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso. Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán. Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra. Entrando Naamán a su señor, le relató diciendo: Así y así ha dicho una muchacha que es de la tierra de Israel. Y le dijo el rey de Siria: Anda, vé, y yo enviaré cartas al rey de Israel. Salió, pues, él, llevando consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y diez mudas de vestidos”. El testimonio de esta muchacha es extraordinario. Sólo tenemos registrada una frase dicha por ella la cual es: “Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra”. Pero no es tanto la frase misma la que importa, sino el efecto que tuvo. Ella se lo dijo a su dueña, y ésta se la comentó a Naamán, el cual se puso en campaña para buscar al profeta. La fe de esta muchacha era extraordinaria. ¿De dónde surgió? Como ya vimos, seguramente sus padres le enseñaron la Palabra. Con seguridad escuchó acerca de lo que Dios hacía por medio del profeta. Pero ahora, hay algo llamativo en la convicción de esta chica. Ella pudo haber escuchado de varios milagros hechos por el profeta de Dios, pero nunca escuchó acerca de la sanidad de un leproso. Jesús mismo resalta esta verdad en Lucas 4:27: “muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio”.

Desde que Israel entró a la tierra prometida hasta ese momento, no tenemos sanidad de leprosos en los registros bíblicos. De hecho, pareciera que nunca los hubo hasta el tiempo del ministerio terrenal del Señor Jesús. Esto llegaba al punto que en la tradición de los judíos se llegó a la conclusión, que sólo el Mesías podría hacer tal milagro. En todo el AT se nombran solamente dos curas de leprosos: la de María, la hermana de Moisés que se había levantado contra su autoridad, cuando el pueblo todavía estaba en el desierto (Nm.12), y la de Naamán (2R.5), del cual sabemos que no era del pueblo de Israel. Entonces, ¿cómo es que una jovencita cree que Eliseo podría hacer tal milagro? Ella creía en un Dios todopoderoso. Para la sencilla fe de la pequeña, no había imposible para Dios. Esta fe fue tan genuina y convincente que convence a sus dueños de ello.

Uno se podría preguntar, ¿por qué la señora de Naamán y él le creyeron a un par de palabras dichas por una sencilla esclava extranjera? Acá es más que evidente que con su vida, su servicio esta chica había demostrado su honestidad y había ganado la confianza de sus amos. Ellos habían podido observar en esta jovencita, algo que rara vez se encuentra en personas tratadas injustamente – el perdón. Los esclavos rara vez sentirían aprecio por sus señores, más si ellos estuvieron involucrados en su aprensión, destrucción de sus hogares, maltratos y abusos. El odio, la amargura y deseos de venganza estarían a la orden del día y, por otro lado, serían absolutamente comprensibles desde un punto de visto humano.

¿Qué sentimiento natural tiene una persona que fue abusada o violada respecto al que cometió el hecho? Recuerdo muy bien lo que mi dijo una adolescente de 14 años respecto al que había abusado de ella cuando le pregunté lo que sentía por él. La contestación fue: “Lo odio”.

¿Qué puede sentir alguien respecto al asesino de un familiar? Las reacciones normales, y que a veces hasta acompañamos en el sentimiento, las podemos observar continuamente en los medios frente a este tipo de hechos. Rarísima vez se encuentra una actitud de perdón.

Pero acá estamos frente a una de ellas. No importaba lo que había vivido, lo que había perdido, en qué la habían dañado. Ella conocía a un Dios de perdón y pudo aplicarlo en su contexto.

En lugar de odio, había amor; en lugar de resentimiento, misericordia. Ella se enteró de la calamidad que existía en la casa de sus amos. Podía ver su preocupación, dolor, desesperanza y miedo. En lugar de sentir alegría por ello y desearles la muerte, se dejó llevar por el amor divino y se animó a indicarles el camino que ella conocía, la solución que se encontraba en el Dios en quién ella confiaba. Una pequeña niña puede dar testimonio de un gran Dios. La pobre esclava convence a los ricos dueños. De hecho, la que realmente era rica era ella. Naamán en cambio, era un pobre rico con la condena de muerte en su cuerpo.

No fue por medio de una predicación que la muchacha convenció a sus amos, sino que fue con su vida y sencillas palabras dichas llenas de compasión. ¡Así se tiene que dar el mensaje del evangelio!

En lugar de buscar el mal a sus enemigos buscó su bien como una fiel sierva de Dios. De hecho, el ser sierva de Dios, la llevó a ser una buena sierva para sus amos. Esto nos señala la gran verdad que realizar una tarea que no agrada, en un contexto no grato, sólo se puede hacer con gozo, cuando la hacemos para el Señor.

Resumiendo, a pesar de su corta edad y contexto nefasto, observamos a una jovencita que sigue las enseñanzas bíblicas. Se destaca por su fe en Dios y el poder que tiene para lo humanamente imposible.

Observamos a una chica que aprendió y aplicó la grandeza del perdón, llegando a amar incluso al enemigo. No llegó sólo al punto de perdonar, sino incluso dio un paso más, haciendo el bien a los enemigos de su pueblo.

Cuando miramos las iglesias hoy en día, las familias, las relaciones entre hermanos en Cristo o entre creyentes e inconversos, ¡cuántas veces se puede observar, amargura, resentimiento y toda obra mala por la falta de perdón! Nuestra heroína no conocía los pasajes del NT que nos hablan del perdón, pero conocía a este Dios. ¿Qué hacemos por ejemplo con la orden bíblica de Romanos 12:14,17-21? “Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis… No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”. Podemos citar también Efesios 4:31,32: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. Si ahora el Espíritu Santo te recuerda a alguna persona con la cual tienes un tema sin arreglar, a la cual guardas rencor o resentimiento, imita el ejemplo de esta muchacha, o mejor aún, el ejemplo de Cristo. El perdón no tiene que ver con sentimientos, ganas o circunstancias vividas. Es una cuestión de obediencia con la cual demostramos nuestra fe en un Dios de perdón.

Difícilmente alguien de nosotros haya pasado lo que vivió esta pequeña. Y aun si así fuera, no existe excusa para la falta de perdón. Jesucristo advierte categóricamente: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mt.6:14,15). El perdón libera, el perdón nos devuelve la comunión con Dios, y el perdón libera la bendición de Dios. Apliquémoslo.

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