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Autor: Esteban Beitze

La sunamita no dejó que otro ocupara el lugar de mediador entre ella y su Dios. De la misma manera, no permitamos que otros ocupen el lugar que debería ocupar Cristo. ¿A dónde acudimos nosotros en nuestra necesidad? Busquemos al Señor, refugiémonos en el Señor, y habremos de experimentar al Señor.


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PE2931 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (28ª parte)



Una actitud esperanzada

En nuestro estudio sobre la vida de Eliseo, nos encontramos analizando la historia de la resurrección del hijo de la sunamita. Esta historia la encontramos en 2ª Reyes 4. Después que el chico muriera, ella lo dejó en el aposento del profeta y lo fue a buscar al monte Carmelo.

Apenas llegó donde esta estaba el profeta, “ella dijo: ¿Pedí yo hijo a mi señor? ¿No dije yo que no te burlases de mí?” (2R.4:28). Antes que el Eliseo empezara a posar en su casa, la sunamita ya había enterrado la expectativa de tener un hijo. Ella había quedado quieta delante de Dios. Pero luego, el profeta le anticipa el nacimiento de un hijo. Ella había recibido una promesa (v.16). Este hijo nació, pero ahora ella se aferró a la promesa de tenerlo. Lo hizo igual que Abraham, y su fe no fue defraudada.

Se dice que en la Biblia hay alrededor de 36000 promesas. Obviamente, hay algunas que se encuentran dadas en un contexto especial a personas o pueblos en forma privada. Pero igual, nos quedan una tremenda cantidad. Y “Todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén” (2Co.1:20). Él siempre va a cumplir lo prometido. ¿Tomamos posesión de ellas?

La sunamita se aferró a la promesa de tener el hijo. Dios hizo el milagro.

Una acción inesperada

Luego de que la sunamita contara la calamidad que les había sobrevenido, Eliseo da una orden muy rara a su siervo: “Entonces dijo él a Giezi: Ciñe tus lomos, y toma mi báculo en tu mano, y vé; si alguno te encontrare, no lo saludes, y si alguno te saludare, no le respondas; y pondrás mi báculo sobre el rostro del niño”. Es muy probable que detrás de esta orden se encontraba una importante lección, no sólo para la sunamita, sino para el pueblo entero que sin lugar a dudas se enteraría de lo que sucedería a continuación. Recordemos que, en líneas generales, Israel andaba lejos de Dios, siguiendo cultos y rituales paganos. En la idolatría de entonces y el espiritismo de hoy, se da mucho valor al hecho que algún objeto consagrado fuera utilizado con ciertos fines beneficiosos. Recordemos que aun la serpiente de bronce que levantó Moisés en el desierto, aunque ordenado por Dios como un símbolo de gracia y reconocimiento de la fe verdadera, luego resultó convertirse en un objeto de adoración idólatra (2R.18:4). Eliseo quería demostrarle a ella y a aquella sociedad que no había poder en una vara, ni siquiera en una persona, sino solamente en Dios. El resultado de la intervención de Giezi resultó en un fracaso total.

Aunque puso la vara sobre el niño, éste “… no tenía voz ni sentido” y luego dio el reporte: “El niño no despierta”.

Como dicen unos comentaristas: “El acto de permitir que Giezi fracasara, fue con el fin de librar a la sunamita y al pueblo de Israel en general, de la creencia supersticiosa de que una virtud milagrosa residía en una persona y en una vara, y que únicamente por la oración y la fe en el poder de Dios y para su gloria, se hacía este milagro y todos los milagros”.

¡Cómo cuesta erradicar el pensamiento tan común que algún objeto o persona tuviera poderes especiales! ¡En Dios y sólo en Él está el poder!

Seguramente también fue una lección para Giezi. Ya vimos su falta de sensibilidad. Más tarde veremos su ambición y orgullo. Como el profeta era un hombre muy espiritual, sin lugar a duda también se daba cuenta de las debilidades de su siervo. Allí había alguien que se podía creer algo estando al lado de un reconocido hombre de Dios que ya se había destacado por sendos milagros. Puede ser que este siervo disfrutaba de la honra que recibían doquier que llegaban. Pero para no enorgullecerse, Eliseo, o Dios por medio del profeta, le deja pasar una tremenda derrota. Nos podemos imaginar cómo iba estos 24 km hasta Sunem. Ya se imaginaría el reconocimiento que podría recibir, si ejecutaba un milagro de resurrección como lo había hecho Elías, el antecesor de Eliseo. Allí ya no importaría de quien fuera el bastón, sino de quién le devolvió la vida al niño. ¡Sería famoso! Pero Dios intervino y le dio un baño de humildad. Es que no encontramos un humilde clamor a Dios de parte del siervo. Se confirma una vez más: “Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes” (1P.5:5). Dios no podía obrar por medio de él. Su acción se transformó en un simple ritual religioso sin contenido y sin efecto.

Si pienso en la cantidad de rituales se llevan a cabo en todo el ambiente llamado cristiano, pero donde Cristo está ausente, encuentro otro paralelo a esta historia. A veces, incluso se observan “palos sagrados”, cetros adornados con mucha riqueza en estos rituales, pero la fe es vacía, y las figuras que aparecen, están muertas como el muchacho de nuestra historia. ¡Qué triste es la religión, los rituales, y la devoción que no se centra en Cristo y Su obra! Ni la religión, las ceremonias, los sacramentos o las iglesias pueden dar vida espiritual a nadie. Sólo salva la fe en Cristo. Recién cuando entra en juego Cristo, entonces hay vida de verdad. Esto es lo que vemos a continuación simbolizado en el profeta.

El resultado esperado

Eliseo mandó a Giezi a poner el bastón sobre el niño. Pero la mujer no estaba conforme con ello. Insistió que el profeta también fuera diciendo: “Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré” (v.30). Aunque en cierta forma ella le debía el hijo a la perspicacia de Giezi, que se lo había recomendado a Eliseo, no era Giezi el “varón de Dios”, el mediador con Dios y vocero de Su voluntad. En aquél entonces hombres ocupaban este lugar. Hoy en día, ya no necesitamos estos mediadores, “pues hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre” (1Ti.2:5). Ya no tenemos que acudir a otros.

La sunamita no dejó que otro ocupara el lugar de mediador entre ella y su Dios. De la misma manera, no permitamos que sean personas ocupen el lugar que debería ocupar Cristo, por más buenos que sean y ayudas no hayan brindado. Suele pasar, que personas que fueron guiadas a Cristo o recibieron alguna ayuda especial por alguna persona, se dejen llevar a la dependencia humana. Quizás le debamos la guía a la conversión a algún hermano. Un libro, un mensaje, un discipulado o acompañamiento en momentos difíciles, nos llena el alma de gratitud hacia alguna persona. Esto está bien, pero que ésta nunca ocupe el lugar que debería ocupar Cristo. Conozco personas que hablan con un fervor, que raya el fanatismo de ciertos predicadores, ministerios o iglesias. ¡Cuidado! Dios es un Dios celoso, y no permitirá que alguien le quite la gloria. Quizás hasta tenga que sacar esta persona de en medio. ¡No quedemos atados a una persona o ministerio, sino solo al Señor!

La frase: “Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré” (v.30) me hizo recordar dos eventos:

Jacob, cuando luchaba con el Ángel del Señor en Peniel. Insistió en no dejarlo a no ser que lo bendijera (Gn.32:26-29).

Quizás la sunamita todavía tenía presente la historia que el mismo Eliseo le habría contado, cuando Elías insistía en que se quedara en alguno de los lugares donde pasaran antes de ser arrebatado (2R.2:2,4,6). Ahí Eliseo se había negado tres veces en abandonarlo. Él no quería perderse este momento sublime y esta bendición, y por su insistencia, la obtuvo.

Acá la sunamita imitó esta actitud. Lo que ella necesitaba era una bendición muy especial de Dios en su vida. Su fe le decía que esto estaba asociado con la presencia del “varón de Dios”.

¿Cuál sería la lección para nosotros? ¿Adónde acudimos nosotros en nuestra necesidad? Busquemos al Señor, refugiémonos en el Señor, y habremos de experimentar al Señor.

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