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Autor: Esteban Beitze

Eliseo oró a Jehová. ¿A quién más podría acudir con este asunto, sino a Dios? ¿Quién más es omnipotente y tiene el dominio sobre la vida y la muerte? ¿A quién acudimos con nuestras necesidades? ¿Quién sólo tiene poder absoluto?


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PE2932 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (29ª parte)



Nos encontramos estudiando la historia de la resurrección del hijo de la sunamita. Después de que este muriera, ella lo puso sobre la cama del profeta y lo fue a buscar. En 2ª Reyes 4:31-37 leemos: “El entonces se levantó y la siguió. Y Giezi había ido delante de ellos, y había puesto el báculo sobre el rostro del niño; pero no tenía voz ni sentido, y así se había vuelto para encontrar a Eliseo, y se lo declaró, diciendo: El niño no despierta.  Y venido Eliseo a la casa, he aquí que el niño estaba muerto tendido sobre su cama. Entrando él entonces, cerró la puerta tras ambos, y oró a Jehová. Después subió y se tendió sobre el niño, poniendo su boca sobre la boca de él, y sus ojos sobre sus ojos, y sus manos sobre las manos suyas; así se tendió sobre él, y el cuerpo del niño entró en calor. Volviéndose luego, se paseó por la casa a una y otra parte, y después subió, y se tendió sobre él nuevamente, y el niño estornudó siete veces, y abrió sus ojos. Entonces llamó él a Giezi, y le dijo: Llama a esta sunamita. Y él la llamó. Y entrando ella, él le dijo: Toma tu hijo. Y así que ella entró, se echó a sus pies, y se inclinó a tierra; y después tomó a su hijo, y salió

Entonces Eliseo acompañó a la mujer hasta la casa. En el camino se encuentran con el siervo cuyo ritual resultó ser inservible. Eliseo actuó de una forma muy diferente a él.

Entrando a su aposento, cerró la puerta y empezó a orar. El hecho de encerrarse en el aposento para orar nos recuerda la actitud señalada por el Señor: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mt.6:6). Eliseo se anticipa a esta orden del Señor y obtiene un resultado extraordinario. Lo orado en secreto, Dios lo recompensó en público.

¡No existe límite para el obrar de Dios originado en estas luchas espirituales en el aposento de oración con la puerta cerrada!

La puerta cerrada es un símbolo de evitar la interrupción de la audiencia que tenemos con el Rey de reyes. Muchas veces hay puertas abiertas que nos quitan la concentración, nos distraen de lo verdaderamente importante. Pueden ser pensamientos, el celular, la computadora, otras personas, etc. Muchas veces no recibimos porque no pedimos (Stg.4:2) o porque no luchamos en la oración de fe (Stg.1:6,7).

Eliseo oró “a Jehová”. ¿A quién más podría acudir con un asunto absolutamente perdido desde el punto de vista humano, sino a Dios? ¿Quién más es omnipotente y tiene el dominio sobre la vida y la muerte? Sólo Dios.  Y ¿a quién acudimos con nuestras necesidades? ¿Quién sólo tiene poder absoluto? ¡Obviamente nuestro gran Dios!

Al tenderse sobre el niño, hace lo mismo que había hecho su maestro Elías (1R.17:17-24). Había tenido un gran ejemplo, por lo que lo imitaba en todo lo que podía. ¡qué bien hacemos en reconocer e imitar los buenos ejemplos y la fe de nuestros maestros o predecesores! A esto nos invita Hebreos 13:7: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe”.

Pero también debemos tener en cuenta que, al tenderse sobre el niño, el profeta estaba incurriendo en impureza ceremonial. El israelita, al tener contacto con un muerto, se tenía que lavar y quedar impuro siete días (Nm.19:16). Aunque sería una limitación para su ministerio por unos días, Eliseo no escatima esfuerzos ni sacrificios por el bien de otras personas. Vemos aquí otro rasgo de un líder que realmente es pastor de su gente. Como decía alguien: “Es un pastor con olor a oveja”.

Luego sucede el milagro tan esperado. Evidentemente la sunamita lo estaba esperando. Todo lo hecho demuestra su inmensa fe. Seguramente se inspiró en la historia de la resurrección del niño de la viuda de Sarepta por parte del profeta Elías (1R.17:17-24). Indudablemente había sido una de las historias comentadas en los reiterados almuerzos en el hogar de Sunem. Su fe en este Dios fue creciendo y ahora esperaba uno de los milagros más difíciles desde el punto de vista humano, y de los cuales solo encontramos algunos en toda la Biblia. Así se convirtió en una de las heroínas de la fe de Hebreos 11. La fe aparece triunfante, coronado de la gracia divina.

Es muy llamativo lo paulatino de este milagro. Después de la primera intervención del profeta el cuerpo se calentó. Luego de la segunda, el joven estornudó 7 veces y recién allí abrió los ojos.

Generalmente los milagros bíblicos sucedían inmediatamente. Pero en este caso fue paulatino. Tenemos uno similar hecho por el Señor sanando al ciego de Betsaida (Mr.8:22-26). Acá aprendemos acerca de la soberanía de Dios. El Señor tiene todo el poder de hacer las cosas cómo y cuándo quiere. Él es soberano. A veces estamos absolutamente disconformes con lo que nos sucede, la forma como sucede y el tiempo en que pasa. Pero nosotros no somos los que le ponemos las reglas al actuar de Dios. No es nuestra voluntad, sino la de Dios la que se ha de cumplir. Sería bueno tener en cuenta lo que dice Romanos 9:20: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?

Podemos aprender de esto que el obrar del Señor no siempre es inmediato. Muchas veces esperamos una respuesta o intervención inmediata y total del Señor, pero no sucede. Si esto pasa, ¿seguiremos confiando en Él? ¿Seguiremos esperando Su actuar?

Una reacción no tan esperada

En el versículo 37 vemos en pocas palabras la reacción adecuada frente a este milagro: “Y así que ella entró, se echó a sus pies, y se inclinó a tierra; y después tomó a su hijo, y salió”. Seguramente hemos visto videos o incluso hemos presenciado salvatajes de niños pequeños. Niños ahogados son resucitados, perdidos son encontrados, atrapados en incendios o secuestrados son rescatados, operados encuentran la salud, etc.

¿Cuáles es la primera reacción de una madre cuando se reencuentra con su hijo vivo y sano? Obviamente corre hacia él, lo abraza, quebrada en llanto. Estas escenas nos emocionan, nos conmueven a veces hasta las lágrimas. Sin lugar a duda, es maravilloso. Pero muchas veces los salvadores están al lado, y no reciben el agradecimiento por su labor, o recién mucho más tarde. Por un lado, esto es absolutamente comprensible. Probablemente, todos actuaríamos así.

Al hablar con mi esposa sobre este pasaje me señaló la parte humana, el instinto de madre. Una madre, aunque le digan que su hijo está bien, tiene verlo y sentirlo por su cuenta. Hemos pasado alguna situación similar con nuestros hijos, y lo primero que se hace es abrazar al hijo. Al comentar acerca de la actitud de la heroína de nuestra historia, llegamos a la conclusión que esto sólo tiene explicación en su fe. Ella estaba tan convencida que Dios le iba a devolver el hijo, que incluso este abrazo, podía esperar para dar primero la gloria a Dios, representado por el profeta.

Por otro lado, ella demuestra la virtud de la gratitud como se puede observar solo en contados casos. Nos recordamos de los diez leprosos que sanó el Señor. Nueve de ellos, después de confirmada su sanidad, fueron corriendo a reencontrarse con sus familias. Pero sólo uno, solamente uno, volvió glorificando a Dios y a darle las gracias a Jesús. Y para colmo, éste era uno de los despreciados por los judíos, un samaritano. El Señor dice con profunda tristeza: “¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? 18 ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?” (Lc.17:17,18).

¿Cuántos bienes hemos recibido y recibimos a diario del Señor? Ya solo si pensamos en nuestra salvación, nuestro corazón debería desbordar de gratitud y alabanza. Si a esto le sumamos todas las bendiciones diarias que recibimos, y como si faltara algo, la gloria que nos espera, deberíamos ser personas que no paran de agradecer. Pero quizás el Señor tenga que buscar entristecido a los agradecidos preguntando, “¿dónde están?”.

El milagro que esperamos

Así llegamos al final de esta historia. Empezó en forma trágica, pero terminó siendo una de las acciones más impactantes que encontramos en la Biblia.

Obviamente, como en este caso, la muerte de alguien cercano siempre produce un gran dolor. Esto es normal, pero también puede convertirse en una gran bendición quizás no comprendida inmediatamente. En este caso, la muerte y resurrección del pequeño, resultó ser un hecho que glorificaría a Dios.

En una situación similar, el Señor Jesús dijo que la enfermedad y muerte de su amigo Lázaro sería para la gloria de Dios (Jn.11:4). Y todavía hoy estas historias nos llenan de ánimo y ¡nos llevan a adorar a nuestro gran Dios!

Pero aun si no experimentamos la resurrección de un ser querido a quién Dios decidió llevar consigo, pensemos en el gran evento, en la venida de Cristo a buscar a los que han creído en Él. Para los hijos de Dios siempre habrá una resurrección, siempre hay una esperanza, y llegará el momento que como la sunamita ¡entraremos a la presencia del Señor, el varón de Dios por excelencia, nos echaremos a sus pies y le adoraremos (v.37)! ¡Qué expectativa, qué esperanza! Vivamos en función de esta preciosa realidad. Quizás sea hoy el momento de la venida del Señor. Amén.

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