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Autor: Esteban Beitze

Cuando leemos estas historias somos animados a depositar nuestra fe en el mismo Dios. También a nosotros nos puede pasar que estemos en situaciones que parecen imposibles de solucionar. Pero hay un Dios en los cielos, Jehová de los ejércitos, el Proveedor, al cual podemos acudir con nuestras necesidades.


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PE2919 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (16ª parte)



2. UNA GRAN ACCIÓN DE FE

Estamos meditando en como por medio del profeta Eliseo se pudo dar una ayuda milagrosa a una viuda necesitada. A partir de 2ª Reyes 4:1 leemos: “Una mujer, de las mujeres de los hijos de los profetas, clamó a Eliseo, diciendo: Tu siervo mi marido ha muerto; y tú sabes que tu siervo era temeroso de Jehová; y ha venido el acreedor para tomarse dos hijos míos por siervos. Y Eliseo le dijo: ¿Qué te haré yo? Declárame qué tienes en casa. Y ella dijo: Tu sierva ninguna cosa tiene en casa, sino una vasija de aceite. El le dijo: Vé y pide para ti vasijas prestadas de todos tus vecinos, vasijas vacías, no pocas. Entra luego, y enciérrate tú y tus hijos; y echa en todas las vasijas, y cuando una esté llena, ponla aparte. Y se fue la mujer, y cerró la puerta encerrándose ella y sus hijos; y ellos le traían las vasijas, y ella echaba del aceite. Cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme aún otras vasijas. Y él dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite. Vino ella luego, y lo contó al varón de Dios, el cual dijo: Vé y vende el aceite, y paga a tus acreedores; y tú y tus hijos vivid de lo que quede”.

La pobre mujer estaba por perder, al menos por unos años, a sus hijos, los cuales estarían expuestos a todas las vicisitudes de lo que significaba la esclavitud. Además, esto significaba que ella perdía a los que deberían ser su sostén en la viudez. La situación era desesperante.

Pero ella demuestra fe. Esto nos lo insinúan diferentes aspectos:

En primer lugar, ella confió en la acción de un Dios que prometió cuidar especialmente de las viudas y los huérfanos. Seguramente tenía conocimiento de pasajes tales como el Salmo 68:5 donde dice de Dios que es: “Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en su santa morada”. Ella confiaba en que Dios cuidaría de ella en forma especial.

¡Qué preciosa es esta realidad también para nosotros! Quizás también te encuentres en una situación difícil, incomprensible y de necesidad. Dios conoce nuestra angustia y miseria. Es Él quién “En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad”, como dice en Isaías 63:9. Y respecto a nuestro Señor Jesucristo leemos: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades…” (Hb.4:15). Y luego sigue la invitación: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hb.4:16). Lo único que espera es que nosotros nos acerquemos con la confianza que un niño se acerca a su padre amoroso. Junto a Él siempre encontraremos un oído atento y un corazón sensible.

En segundo lugar, la viuda no buscó ayuda en cualquier lugar ni en cualquier persona, sino que acudió al varón de Dios. Ella se acercó por ayuda a uno que estaba en íntima cercanía con Dios como él mismo lo testifica: “Vive Jehová de los ejércitos, en cuya presencia estoy” (2R.3:14). ¡Qué mejor persona que ésta para recibir un buen consejo!

Esta es otra lección para nosotros. ¡Cuántas veces acudimos por ayuda a la gente del mundo en lugar de buscarla en la familia de Dios! En el mundo podemos encontrar personas muy sabias, buenas e incluso profesionales en el área de consejería. Pero por muy buenos y útiles que puedan ser, nada se puede comparar con la sabiduría espiritual de un creyente guiado por el Espíritu Santo. Por lo tanto, cuando necesitamos un consejo, una palabra de ánimo o de corrección, ¡busquemos también aquellos hermanos y hermanas que confían en “Jehová de los ejércitos” y en cuyas vidas se nota el vivir en la presencia de Dios!

La respuesta de Eliseo frente a la fe de la viuda fue decir: “… ¿Qué te haré yo? Declárame qué tienes en casa…” (v.2).

En primer lugar, vemos la empatía que demostró el profeta. Otras versiones ponen: “¿Y qué puedo hacer por ti?” (LBLA, NVI, BDA). Allí no se encontraba un “gran ministro” inaccesible para las personas, y sin empatía. Justamente la grandeza y espiritualidad de un líder se demuestra en su humildad y cercanía con la gente. Un precioso ejemplo de ello lo encontramos en el apóstol Pedro. A pesar de ser apóstol y la persona que el Señor utilizó para inaugurar la iglesia, él se pone a la misma altura que los ancianos de la iglesia a la cual escribe y, junto a éstos, no por encima, sino dentro de la iglesia: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1P.5:1-3).

Volviendo a nuestra historia, observamos que Eliseo sabía que en él no estaba el poder para solucionar el problema de la mujer. Pero sí había poder en el Dios al que servía. Pero luego pregunta acerca de lo que le quedaba a la viuda. ¿No será que se acordaría de una escena casi idéntica que tuvo que pasar su antecesor, el profeta Elías, con la viuda de Sarepta? También allí era una viuda con un hijo que estaban muy necesitados (1R.17:8-24). Allí también se notaba la tremenda carencia. Sólo le quedaban un puñado de harina y unas gotas de aceite. Pero también observamos la fe de una mujer que obedece a las palabras prácticamente irracionales del profeta. Notamos fe en Dios y Su promesa. En este momento Dios utilizó lo poco que tenía la viuda, y en nuestro caso, lo vuelve a hacer.

Dios es especialista en utilizar para Su gloria lo poco que somos y tenemos. Esta es una constante del actuar de Dios. Se sirve de lo poco o nada que somos y tenemos para hacer cosas grandes. Moisés sólo tenía una vara en su mano, pero ésta se convirtió en la vara de Dios (Ex.4:20) con la cual se hicieron impresionantes señales y se lograron victorias maravillosas. David sólo tenía 5 piedras y una honda, pero con ellas pudo vencer al gigante. Gedeón se quedó sólo con 300 hombres con vasijas y teas encendidas, pero logró una victoria completa sobre 135000 tropas enemigas. Jesús alimentó un par de veces a multitudes con sólo un par de panes. Y así podríamos nombrar varios ejemplos más. Pablo expone este principio espiritual: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1Co.1:26-29).

La mujer tuvo que reconocer lo poco que tenía: “…Tu sierva ninguna cosa tiene en casa, sino una vasija de aceite” (v.2b). Con profunda humildad reconoció su necesidad al siervo de Dios.

Luego del reconocimiento de su necesidad, Eliseo le ordena pedir prestados a sus vecinas muchos recipientes y luego llenarlos. Con la venta de este aceite podría cubrir sus deudas y vivir con sus hijos. La mujer obedeció. Con ello demostró una fe sencilla y profunda. Esta fe no se dejó mover cuando recibió preguntas curiosas de sus vecinas acerca del objeto del préstamo de vasijas. La fe de la mujer se basó en las palabras del profeta, que obviamente eran palabras con aval divino. Pero quizás había algún recuerdo más que fortalecía su fe. Al ser la esposa de uno de los hijos de los profetas, con seguridad conocían la historia de Elías y el mantenimiento milagroso de la viuda de Sarepta. Muy probablemente hasta había conocido al profeta en forma personal. Elías recorría los diferentes grupos de hijos de profetas como se observa en el capítulo 2, por lo que seguramente lo llegó a conocer antes. Además, como Eliseo había recibido una doble parte del Espíritu de Elías, ¿por qué no podría ser ella, otra viuda con sus hijos necesitados, la que también pudiera vivir una historia similar?

Cuando leemos estas historias, que muchas veces rayan lo imposible, somos animados a depositar nuestra fe en el mismo Dios. También a nosotros nos puede pasar que estemos en situaciones, humanamente hablando, imposibles de solucionar. Pero hay un Dios en los cielos, Jehová de los ejércitos o el Proveedor, al cual podemos acudir con nuestras necesidades. Como dice Nahúm 1:7. “Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían”. Amén.

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