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Autor: Esteban Beitze

En su desesperación la mujer corrió a buscar ayuda en el hombre de Dios, el profeta Eliseo. ¿A dónde acudimos nosotros cuando nos encontramos en necesidad, en angustia, en desesperación? ¿Acudimos también al hombre de Dios por excelencia, a nuestro Señor Jesucristo? ¿Cuál es tu angustia? ¿Cuál tu necesidad? ¿Cuál tu pérdida? Acude al Señor, Él no te echará.


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PE2918 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (15ª parte)



UNA SEÑAL MILAGROSA

En el capítulo 4 de 2ª Reyes encontramos una serie de señales y milagros hechos por el profeta Eliseo. Vemos como Dios actúa en diferentes circunstancias y confirma la obra del profeta e interviene en situaciones personales de forma especial. Vamos a sacar alguna enseñanza de estas preciosas historias. La primera tiene que ver con la ayuda que Dios le dio a una viuda y sus hijos. A partir de 2ª Reyes 4:1 leemos: “Una mujer, de las mujeres de los hijos de los profetas, clamó a Eliseo, diciendo: Tu siervo mi marido ha muerto; y tú sabes que tu siervo era temeroso de Jehová; y ha venido el acreedor para tomarse dos hijos míos por siervos. Y Eliseo le dijo: ¿Qué te haré yo? Declárame qué tienes en casa. Y ella dijo: Tu sierva ninguna cosa tiene en casa, sino una vasija de aceite. Él le dijo: Vé y pide para ti vasijas prestadas de todos tus vecinos, vasijas vacías, no pocas. Entra luego, y enciérrate tú y tus hijos; y echa en todas las vasijas, y cuando una esté llena, ponla aparte. Y se fue la mujer, y cerró la puerta encerrándose ella y sus hijos; y ellos le traían las vasijas, y ella echaba del aceite. Cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme aún otras vasijas. Y él dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite. Vino ella luego, y lo contó al varón de Dios, el cual dijo: Vé y vende el aceite, y paga a tus acreedores; y tú y tus hijos vivid de lo que quede”.

  1. Una gran necesidad

Aquí tenemos un evento que sucede en la familia de uno de los “hijos de los profetas”. ¿Quiénes eran ellos? “Los hijos de los profetas” aparecen en el tiempo de la monarquía en varias de las historias sobre todo de Samuel, Elías y Eliseo (1S.10:5; 19:10-20.1R.20:35; 2R.2:3,5,7,15; 4:1,38; 5:22; 6:1; 9:1). La palabra “hijos” aquí significa miembro o discípulo. No se refiere a prole, puesto que algunos eran adultos casados como se observa en nuestra historia (2R.4:1). Ellos formaban una especie de sociedad de profetas que se reunían, y por lo que se puede observar, hasta vivían en comunidad (2R.4:38-44), con viviendas comunitarias (2R.6:1,2). Allí aprendían el oficio de profeta, estudiando las Escrituras y sirviendo de aliento mutuo en tiempos de hostigamiento. Algunos lugares que son nombrados asiento de estas escuelas eran Betel, Jericó (2R.2:3,5) y Gilgal (2R.4:38). Algunos ven un paralelo a los institutos bíblicos de la actualidad. Seguramente fue también por medio de ellos que en parte se escribieron o se copiaron los escritos de los profetas, dado que varios de ellos tenían ayudantes (Elías, Eliseo, Jeremías). En el caso de Jeremías, fue Baruc quién escribió sus dichos (Jer.36:4). Isaías tenía que enseñar sus palabras a los discípulos (Is.8:16).

Las palabras de los profetas, al representar un desafío espiritual y moral en medio de un contexto generalmente marcado por la apostasía, seguramente serían leídos, estudiados y trasmitidos entre ellos y aplicados también a otros.

Estos hijos de los profetas podían casarse como también los sacerdotes y levitas. Dado que éstos vivían de su oficio, en un tiempo de apostasía de Israel, su vida no sería fácil. Sabemos que, durante el tiempo de Jezabel, los profetas eran perseguidos a muerte (1R.18). De ahí, que cualquiera que quisiera seguir este oficio estaría expuesto a persecución y graves penurias. Por las historias relatadas sobre todo en 2ª Reyes, observamos en estos grupos, graves carencias hasta de alimento y el uso de herramientas prestadas.

Volviendo a nuestra historia, no sabemos cómo fue que este hombre contrajo tal cantidad de deudas que no las pudo pagar en vida. Quizás justamente tiene que ver con la situación religiosa de Israel.

Según la tradición rabínica, este hombre había sido Abdías, el mayordomo de Acab del cual leemos en 1ª Reyes 18.[1] Si fuera él, seguramente era muy bien conocido por Eliseo, pues había sido parte de la iniciativa del congregar a Israel (1R.18) para luego exponernos al llamado de Elías de que el pueblo vuelva a Dios. Este evento se desarrolló sobre el Monte Carmelo (1R.19). Pero aun si no hubiera sido él, era conocido simplemente por ser miembro de estos “hijos de los profetas”.

Sabemos que este hombre no cayó en deudas por malversación o disipación. La viuda da un precioso testimonio acerca de su forma de actuar: “Tu siervo mi marido ha muerto; y tú sabes que tu siervo era temeroso de Jehová”. Dos veces lo presenta como siervo del mismo profeta Eliseo. En otras palabras, estaba al servicio de este precioso hombre de Dios. Pero más importante es que haya sido “temeroso de Jehová”. Si fuera Abdías como lo dice la tradición judía, entonces es bastante comprensible que perdiera sus bienes e incluso contrajera deudas. Había sido él quién había escondido y alimentado a 100 profetas en la persecución de Jezabel (1R.18:4,13).

Esto nos echa una luz favorable sobre las actividades de este hombre. Era uno de los 7000 que no había doblado sus rodillas frente a Baal y expuso su vida e invirtió sus bienes para salvar la vida de sus compañeros.

Cuando hablamos de deudas, muchas veces las deudas surgen por errores o fallas graves de administración de los bienes, por avaricia, forma disoluta de vivir, dejar llevarse por el materialismo, etc. No en vano Pablo nos advierte: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (2Ti.4:9,10). Demasiados creyentes y sus familias han caído en la ruina por un enfoque equivocado de las finanzas, la avaricia, ambición, vicios, etc.

Pero también puede suceder a cualquiera, aun a los que son fieles al Señor que, por circunstancias de la vida, injusticias, estafas, enfermedad, pérdidas familiares, etc., entren en graves problemas económicos y contraigan deudas. Ni siquiera los piadosos se escapan a estas realidades. El justo Job perdió todo lo que tenía en un día por un ataque satánico. Al hombre de nuestra historia le tocó no sólo morir en pobreza, sino incluso dejando deudas para su familia.

La cuestión es que después de su muerte apareció el acreedor para cobrarse lo que debía esta familia. Al no poder pagar, el acreedor estuvo a punto de hacer valer su derecho, anclado en la ley de Moisés, por la cual podía hacerse dueño de la vida y servicio del deudor como de sus hijos como parte de pago (Éx.21:2-4; Dt.15:12-18). Pero la Ley también contemplaba su libertad. Los hebreos que cayeran en esclavitud por tales razones tenían que ser liberados en el año del jubileo (Lv.25:39-40). Pero la Ley también establecía, que nadie se debía aprovechar de los necesitados (Dt.15:1-18), lo que parece ser la realidad de nuestra historia.

Este relato nos muestra la triste realidad del pueblo de Dios que, al abandonarlo, generalmente también caía con toda la fuerza en la injusticia social y desaparecía prácticamente toda ayuda misericordiosa.

La lección que podemos aprender aquí es que, cuando se deja a Dios de lado, desaparece el amor y la misericordia para los necesitados. Incluso se puede llegar al extremo opuesto como lo vemos ilustrado aquí.

En su desesperación la mujer corrió a buscar ayuda en el hombre de Dios, el profeta Eliseo. ¿A dónde acudimos nosotros cuando nos encontramos en necesidad, en angustia, en desesperación? ¿Acudimos también al hombre de Dios por excelencia, a nuestro Señor Jesucristo? ¿Cuál es tu angustia? ¿Cuál tu necesidad? ¿Cuál tu pérdida? Acude al Señor, Él no te echará.


 

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