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Autor: Wim Malgo

En la última parte de esta serie vemos el sentido que tienen la prueba y el sufrimiento de quienes siguen a Jesucristo y cómo la verdadera vida y gozo están ligados a reflejar su imagen.


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PE2670- Estudio Bíblico
El camino para vencer (3ª parte)



Amigos oyentes, en el último libro del Antiguo Testamento hay una palabra muy reveladora, hablando del obrar del Señor, Malaquías 3:3 dice así: “Y se sentará para afinar y limpiar la plata”. Un crisol es el vaso en el cual el orfebre, quien trabaja los metales preciosos, coloca por ejemplo la plata en el fuego. Permanece allí hasta que la última escoria haya sido consumida y aparezca la llamada “mirada de plata” como un brillo claro sobre la plata en el crisol. Me dijeron que un orfebre limpia la plata hasta que él se pueda reflejar en ella. Recién entonces ha llegado el momento de sacar el metal precioso del fuego. Si el fundidor lo dejara un solo momento más en el fuego, se quemaría. Por eso mismo, el maestro se inclina sobre el crisol, para no perder de ninguna manera el buen momento. También Dios mira así a Sus hijos en el crisol de tribulación. El oye tu clamor y tus gritos, pero espera la “mirada de plata”, el brillo claro, hasta que Él vea en ti brillar Su imagen. Cuando esto acontece, no te deja ningún momento más en el horno de prueba. El Señor no quiere dejarte como eres, sino que quiere, como dice Isaías 48:10, “hacerte escogido en horno de aflicción”.

En I Juan 3:2 dice: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. Al respecto, pensamos demasiado poco en que este “seremos semejantes a él” solamente puede realizarse en el crisol de los sufrimientos. Pero muchos hijos de Dios se hacen la pregunta: ¿Por qué debo yo sufrir esto, y aquel hermano o aquella hermana no? Esta comparación con el camino del prójimo no es sana, ya la vemos con Pedro en Juan 21:19-22. Cuando el Señor Jesús le invitó: “Sígueme”, leemos: “Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús… Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste? Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú”. Y sí también tú justamente preguntas por qué debes sufrir esto y el otro no, quisiera responderte con Romanos 9:20: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?

¿Puedes medir en toda su extensión la medida de los sufrimientos de Jesucristo? ¿Puedes hacerlo? No, y menos aún podríamos llevar el sobreabundante sufrimiento de Jesucristo. En cuanto a esto, muchos tienen un concepto exagerado de sí mismos, como Pedro en aquel episodio relatado en Juan 13:36-38 entonces: “Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después. Le dijo Pedro: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti. Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces”.

Por eso, el Señor mismo determina la medida del sufrimiento para cada uno de Sus hijos, y esto según la estructura personal y capacidad de carga de cada uno. Él lo hace con gran prudencia y sabiduría. No nos toca saber qué tiene en cuenta para cada caso, pero como Pablo dijo al respecto en 1 Corintios 10:13: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”. Oh, mi hermano, mi hermana que estás en el crisol del sufrimiento: Dios es fiel, Él no permite que seas tentado más de lo que puedes resistir. El conoce exactamente la medida que puedes soportar y “dará también juntamente con la tentación la salida, para que puedas soportar”. Así, Él nos purifica – hasta que tenga la “mirada de plata”, hasta que Él Se reconozca a Sí mismo en ti. ¿A quién miró Dios, cuando hizo al hombre a Su imagen? ¡A Sí mismo! ¡Qué maravillosa meta del vencer: a través del sufrimiento de Cristo y pasar a la gloria! Que estas palabras puedan ser de consuelo para tu vida.

Hemos hablado del vencer en los sufrimientos por causa de Cristo. Pero ¿cómo puedes vencer si los sufrimientos que aguantas en tu matrimonio, en tu familia y hasta en tu cuerpo, obviamente son un resultado directo de tu desobediencia, de tu pecado? La respuesta es: Vuélvete enseguida, en una consciente decisión de tu voluntad, y arrepiéntete en la presencia de Dios, confesándole tu desobediencia, tu pecado; ¡entonces se hará eficaz la fuerza de la sangre de Jesús, que purifica y borra! Pero ¿habrán entonces sido completamente quitados tus sufrimientos? Oh no, pero habrán sido santificados. En virtud de su muerte en la cruz, Jesús hará de ellos – como en un intercambio – Sus propios sufrimientos y te los devolverá como Sus sufrimientos. Así, El transformará la maldición de tu vida en bendición.

Cuando somos jóvenes, todos nosotros tenemos innumerables ideales e imágenes del futuro; pero tarde o temprano vemos que no tenemos el poder para realizarlos a todos. No podemos hacer las cosas que anhelábamos, y tendemos a acabar con muchos de nuestros sueños e ideales, como si estuviéramos muertos. Muchas veces, he experimentado en mi vida que los consejos, las iniciativas e ideas humanas no me ayudaron de ninguna manera. Frecuentemente incluso tendía a pensar, al escuchar la verborragia de un interlocutor que quería levantarme: Por favor, déjame en paz; solamente aumentas mi cansancio y ansiedad. Para no resultar maleducado, lo escuchaba, pero no me ayudaba a salir de mi situación confusa y de mis tinieblas. La situación recién se ponía clara cuando el Señor, en Su misericordia y en Su poder, me hablaba a través de Su Palabra. Recién entonces volvía a salir del pozo y podía vencer y revivir por la sangre del Cordero. ¿Ya has experimentado esto tú también?

Es característico de la iniciativa obrada por el Espíritu Santo, que recibimos vida por ella recién cuando nos hemos levantado. Dios no te da vida vencedora, sino que te da vida cuando tú vences. Si has dado espacio al engaño del enemigo, si has caído en pecado y ahora estás postrado en el suelo, pero ahora viene a tu encuentro la Palabra inspirada de Dios y Él te dice, como Efesios 5:14: “Levántate de los muertos”, entonces tienes que levantarte; Dios no te levantará. Al hombre con la mano seca, ¿le dijo el Señor: “¿Eres sano?” No, sino que leemos en Mateo 12:13: “Extiende tu mano”. Tan pronto como el hombre hizo esto, su mano quedó sana: “Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra”. ¡El mismo tuvo que tomar la iniciativa! Tan pronto como te levantas, verás que serás inspirado por Dios; pues entonces, Él te dará enseguida vida. Recordemos, lo que nos da vida no es nuestra acción, sino aceptar el sacrificio de Jesús que quita el pecado.

¿Quién de entre los oyentes toma ahora la iniciativa? ¿Quién extiende ahora su mano hacia el Señor? ¿Quién quiere a partir de ahora andar por el camino de un vencedor? ¿Lo quieres tú? Entonces levántate ahora de la derrota, despiértate de tu sueño de pecado, “levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”. Y si a partir de ahora realmente quieres llevar una vida de vencedor, experimentarás Su poderosa ayuda, irás de victoria en victoria y dirás con júbilo, como Pablo en I Corintios 15:57: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.” ¡Alabado sea Su maravilloso nombre!

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