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Autor: Eduardo Cartea Millos

Luego de ver el llamado a la obediencia y el llamado a conocer a Dios, vemos en la Vida de Moisés el llamado al servicio. El había sido preparado como líder en la cúspide del poder, pero tuvo que aprender en la escuela de Dios a servir.


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PE2858- Estudio Bíblico
Cuando Dios llama dos veces (13ª parte)



Un llamado al servicio

Hola amigos. Volvemos a encontrarnos para seguir tratando un tema muy interesante: los dobles llamados de Dios en la Biblia. Ya hemos considerado a dos hombres a los cuales Dios llamó con doble llamado: Abraham y Jacob.

Eltercer llamado doble de Dios en la Biblia es a: Moisés. Un hombre evidentemente utilizado por el Señor para sus grandes propósitos. Un hombre que fue llamado al servicio de Dios.

“Salvado de las aguas”, fue el significado del nombre egipcio que le puso su madre adoptiva, nada menos que la hija del Faraón de Egipto Tutmosis I, probablemente la princesa Hat shep sut –que luego llegó a ser reina– quien, cuando apenas era un bebé de tres meses, pudiendo -y hasta “debiendo”- matarlo, en obediencia al decreto real le rescató milagrosamente de las aguas del río, como si fuese un regalo del Nilo, al que consideraban como un dios, una emanación del dios Osiris. La princesa es una de las valientes mujeres que Dios usa en esta historia; otras son las madres sufrientes de Israel; las parteras sabias; Jocabed, la piadosa madre de Moisés; Miriam –o María–, su diligente hermana, y la hija del rey de Egipto.  

Así llegó a ser nieto del mismo Faraón que quiso matarlo, como al resto de los niños varones hebreos, miembro de la familia real, y heredero de la corona. Alguien dijo: ¡Dios vence al diablo con sus mismas armas! Alguien escribió:

“Dios ha hecho salir de la salvaje casa real una princesa con un corazón tierno. De una casa real que no tuvo escrúpulo en decretar que todo hijo que naciera fuera echado al río, sale una hija que se conmueve al oír llorar a un bebé. Y nos encontramos ante el hecho que la casa real no puede destruir esta criatura. Como resultado del sorprendente oportunismo de parte de Miriam es devuelto a sus padres; y allí, entre el mismo pueblo egipcio que recibió instrucciones de su rey que echen todos los niños al río, crece un niño sujeto al edicto de destrucción, ¡y no lo pueden tocar!… Un niño al cual no pueden ni se atreven a tocar”.

Como si recordara este hecho, escribe Salomón en Proverbios 16.7: “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él”. 

Pero realmente no fue la hija del Faraón, ni su madre, ni su hermana, las que obraron en la conservación de su vida. Fue Dios mismo. En Hechos cap. 7, Esteban, el proto-mártir cristiano haciendo un resumen de la historia de Israel dice: “En aquel mismo tiempo nació Moisés, y fue agradable a Dios”. Era Dios el que soberana y silenciosamente estaba tejiendo los hilos de la historia.

Moisés crece y es criado en la corte del más grande imperio de aquel tiempo, estudia en las escuelas doctas de los egipcios donde aprende la escritura en jeroglíficos, las ciencias, las artes, la teología, la filosofía, el arte de la guerra y las leyes del imperio, llegando a ser “poderoso en palabras y obras”. Sin duda, Dios, en su infinita providencia, le estaba preparando para una tarea ímproba y que necesitaba alguien súper instruido.

 Pero, ya crecido, aquel hombre erudito, poderoso, que tenía cuarenta años, por la instrucción que había recibido de su piadosa madre Jocabed cuando niño, se vio frente al cruce de dos caminos, ante una enorme decisión: escoger “antes ser maltratado con el pueblo de Dios”, o bien “gozar de los deleites temporales del pecado”; “tener por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios”. Pero Moisés era uno de los héroes de la fe de la historia de Israel, y entonces, “teniendo puesta la mirada en el premio”, eso hizo que supiera y sintiera que era hebreo, y como parte del pueblo elegido, depositario de las promesas fieles de Dios, aunque en aquel tiempo de pesada servidumbre, sonaran apenas a algo posible en el futuro, y que solo una “fe no fingida” podía alcanzar. Dice la Biblia: “Le vino al corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel”.

 “El placer es dulce; las riquezas son deseables; el honor es grato; pero si el carácter de estos es malo, transitorio, y la última recompensa es mala, un hombre sabio no debe andar en ese camino». 

¡La importancia de las decisiones en cualquier momento de la vida, y particularmente en la vida cristiana! Decisiones como las de Lot, Esaú, Samsón, el “joven rico”, Judas, Demas, y tantos otros, tendrán un final triste, perdiendo las bendiciones de Dios, o aun perdiendo la vida en las tinieblas de la eternidad. Moisés es uno de aquellos que en la Biblia vemos tomando decisiones trascendentes. Costosas, sí, pero benditas en sus resultados.

¿Cuál será la nuestra, en las grandes encrucijadas de la vida cristiana? Jeremías nos dice: “Paraos en los caminos y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma”.

Un día Moisés, que no era “un niño mimado y delicado de palacio”, sino un hombre de acción lleno de coraje, “salió a ver a sus hermanos, y los vio en sus duras tareas”. Pero, además, vio como uno de los capataces golpeaba duramente a un esclavo hebreo en la dura tarea de hacer ladrillos. Su corazón se estrechó y ¡ese fue el punto de inflexión en su vida! La sangre hebrea fluyó con fuerza por sus venas, el sentimiento de patriotismo llenó su mente e impulsó su corazón conmovido por el dolor ajeno, aunque… desmedidamente y a destiempo. Así, sintiéndose el libertador de su pueblo y queriendo defender a uno de sus hermanos de raza, mató a su agresor egipcio.

¿No fue un acto de nobleza, de santa indignación? ¿No fue una clara identificación con sus hermanos maltratados, una reacción si no loable, al menos, razonable ante la injusticia?

Es que debemos distinguir entre la pasión y la razón. Entre la voluntad de Dios y los impulsos de nuestra naturaleza. Entre el orgullo humano y la humilde dependencia del poder divino. Y Moisés se equivocó. Se adelantó nada menos que cuarenta años al majestuoso plan que Dios ya había diseñado. Salteó cuarenta años de un aprendizaje que él no sospechaba en una escuela diametralmente opuesta a los claustros y la corte de Egipto: la escuela de Dios.

Moisés “miró a todas partes” y parecía que nadie había visto su crimen. Enterró al egipcio y se fue con su conciencia algo confundida, pero tranquila. Aquel que un día enseñaría la ley de Dios que decía en uno de sus mandamientos: No matarás, había cometido un asesinato, pero “en nombre de la justicia”. Había vengado a un hermano de raza. Al fin de cuentas, pudo pensar que ¡era Moisés!, y que tenía derecho a hacerlo, ejerciendo un derecho despótico sobre los demás. 

Pero si su conciencia no le acusó, sí lo hicieron aquellos dos hebreos que, al día siguiente, peleaban a golpes y le hicieron ver que su crimen no había quedado desapercibido. El ser descubierto produjo en él un enorme temor. Lo peor no era eso, sino que había quedado en evidencia su falta de reputación como caudillo.

Supuso que lo iban a reconocer, pero tuvo que oír lo que nunca hubiera pensado: “¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros?”. En otras palabras, ¿quién te crees que eres? ¿quién te llamó a defendernos? Una vez más oímos a Esteban, el protomártir en su discurso ante el Sanedrín judío, poco antes de ser apedreado: “Pero él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya, mas ellos no lo habían entendido así”. ¡Al fin de cuentas Moisés era un hombre violento, y, si había matado a un egipcio, bien podía hacer lo mismo con ellos!

Todo su orgullo se esfumó como neblina. Y, además, la corte se enteró del hecho. Hasta el mismo Faraón, que intentó matarle. Sin duda, Satanás estaba detrás, tratando de frustrar el propósito de Dios. Pero Dios es el soberano y sus planes no se alterarán. Están escritos desde la eternidad.  

Así que, al frustrado líder, después de esta acción tan desafortunada, debió huir al desierto, a Madián. A aprender en la soledad, trabajando como pastor de ovejas a conocer el proyecto de Dios para él y para su pueblo.   Muchas veces hacemos como Moisés. Nos parece que debemos “ayudar a Dios” a que ocurran ciertos eventos. Y entonces nuestro razonamiento humano entra en acción. Sin orar, sin buscar la guía del Espíritu Santo, actuamos. Y la mayoría de las veces los resultados no son los deseables. Entonces la frustración, el desaliento nos embarga. Entonces levantamos la mirada hacia el cielo y comprendemos. Habíamos actuado con buenas intenciones, pero en nuestra carne. Y la carne no puede agradar a Dios. Entonces aprendemos la lección: No debemos adelantarnos a los propósitos de Dios. El los cumplirá a su tiempo. Más bien, debemos estar dispuestos cada día a obedecer su voluntad y esperar que él indique qué hacer. Eso será lo mejor para nuestra vida y la de los demás. En nuestro próximo encuentro seguiremos viendo en la vida de Moisés el doble llamado de Dios.

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