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Autor: Eduardo Cartea Millos

Para Moisés la educación en la corte fue útil, pero la que recibió al estar en el desierto fue indispensable. Nada puede reemplazar la escuela de Dios, estar con Él y escucharle a Él en silencio.


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PE2860- Estudio Bíblico
Cuando Dios llama dos veces (15ª parte)



Requisitos para un líder espiritual

Hola, espero que esté bien. Yo feliz de estar nuevamente en contacto con usted para observar juntos en la Biblia los dobles llamados de Dios.

En este caso es a Moisés. En nuestro último encuentro lo vimos en el desierto, ante una imponente visión: la zarza ardiente, y en medio de ella el llamado de Dios -Moisés, Moisés- a involucrarse en su proyecto de liberación de su pueblo Israel. Pero Moisés debía cubrir varias necesidades. ¿Cuáles? Veamos:

  1. La primera necesidad: estar en la escuela de Dios.

Pensemos en Moisés: ¿Cómo está en ese lugar desierto el hombre instruido, formado en las artes y ciencias del gran imperio? ¿Cómo está viviendo en una tienda de pieles de cabras o tejones el heredero de la corona? ¿Cómo ese hombre distinguido está haciendo una tarea que era abominable para un egipcio como cuidar ovejas, ¡ni siquiera suyas!, habiendo sido educado en la cultura y la elevada educación de la corte imperial?

El cambio fue traumático. Del imperio al desierto. Del confort del palacio a una rústica tienda beduina. Del bullicio de la corte, al silencio de la soledad. De un séquito de sirvientes, a convivir en el hogar solo con Séfora y sus pequeños hijos. De un futuro promisorio en la casa real, a pastorear ovejas.

Y esto, no por un tiempo. ¡Por cuarenta largos años! Cuarenta años es mucho tiempo. Piensa en las cosas que hace comúnmente una persona en cuarenta años: crece, juega, estudia, se gradúa, trabaja, se casa, tiene hijos ya adolescentes. Dios le detuvo durante cuarenta años. Le puso freno a la exagerada velocidad de su vida.

Es que Moisés, en los grandes planes de Dios, necesitaba pasar por el desierto la misma cantidad de cuarenta años que pasó en la corte egipcia. El tiempo pasado en la corte fue necesario. El del desierto era imprescindible.  Necesitaba pasar por el aula divina para que su orgullo fuera humillado a fin de ser capaz de hacer la magna obra a la cual Dios le llamó. Lo que se llamó acertadamente: “La Universidad Divina del Desierto”.

El célebre C. H. Mackintosh, en su comentario al libro del Éxodo dice:

“El tiempo pasado en la corte podía serle útil, pero la estancia en el desierto le era indispensable. Nada puede reemplazar la comunión secreta con Dios, ni la educación que se recibe en su escuela y bajo su disciplina”… “Habría podido tomar sus títulos en la escuela de los hombres, sin haber aprendido aun el ABC en la escuela de Dios. Porque la sabiduría y la ciencia humanas, por mucho valor que tengan, no pueden hacer de un hombre un siervo de Dios, ni dar la aptitud necesaria para cumplir un deber cualquiera en el servicio divino. Los conocimientos humanos pueden hacer capaz al hombre no regenerado para llenar un papel importante delante del mundo; pero es necesario que aquel que Dios quiere emplear en su servicio, esté dotado de cualidades bien diferentes, que sólo se adquieren en el santo retiro de la presencia de Dios”.  

En Egipto había obtenido su título de licenciado en conocimientos humanos. En el desierto hizo un posgrado para llegar a la maestría en la ciencia del cielo.

La sabiduría en las cosas del mundo nunca capacita a un creyente para realizar el servicio para Dios. No le transforma en siervo del Señor. Para ello deberá aprender “en el desierto”, en la soledad de la presencia de Dios las grandes lecciones espirituales.

¿Queremos servir al Señor? El método de Dios no ha cambiado. Es bueno lo que aprendimos en las escuelas, universidades o cursos del mundo. Dios puede utilizarlo para sus santos propósitos. Pero nos hace falta un “posgrado”. Nos hace falta entrar en el aula del Eterno, en la escuela de Dios.

“Sin la experiencia del desierto, nosotros, igual que Moisés nunca seremos más que unos teóricos estériles y superficiales”.

En la escuela de Dios se aprende la humildad, la obediencia, la dependencia; se moldea el carácter, se ajusta la conducta. Se aprende a ver las cosas desde la óptica divina que considera la gloria del hombre, su orgullo y vanidad, como la flor del campo o la neblina de la mañana.

Necesitamos, como dijo Jesús, ser enseñados por Dios, si queremos que Él nos use en su servicio.

Tenemos un Maestro insuperable, el Espíritu Santo, aquel del cual dijo Jesús: Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”» Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir”.

Tenemos un modelo a imitar, el Señor Jesús. Dijo él mismo: “Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”. Y Pablo agrega: “Haya, pues, en vosotros este mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús”.

Los grandes hombres de Dios en la Biblia y en la historia necesitaron pasar por la escuela de Dios. Aún Jesús, el hombre más grande y consagrado de entre todos, siendo él el omnisciente Hijo de Dios, pasó treinta años en esa escuela, para ejercer “solo” tres años de ministerio. Su ministerio duró el diez por ciento de su aprendizaje. Asombroso.

El valor del estudio, de la preparación espiritual es insustituible. Recuerdo una hermana, que en un tiempo era un modelo de cristiana, me dijo una vez: “Ya lo sé todo”. ¿Sabes dónde está ahora? Te imaginas bien. Ahora, tristemente, está apartada de los caminos del Señor.  

Dios aún prepara siervos para su obra. Pero, ¿cuáles son los requisitos para cursar en la escuela del Maestro, en la escuela de Dios?

Estar con él. Cuando Jesús llamó a sus discípulos, los llamó “para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar”. ¿Qué es estar con él? No solo es conocerle como Salvador, sino compartir la comunión a través de la Palabra y la oración cada día. Pasar tiempo con el Señor, sentado a sus pies, como María, aprendiendo las lecciones que Él quiere enseñarnos.

Para esto es necesario estar a solas con Jesús, en la soledad de su presencia. Es necesaria la soledad.

“Moisés debió ir al desierto porque toda la sabiduría humana no puede hacer de un hombre –por más culto que sea– un siervo de Dios. Así fue con Elías, en el arroyo de Querit; con Ezequiel, junto al río Quebar; con Pablo, en Arabia; con Juan, en Patmos; con Jesús, en Nazaret”.

Y la soledad exige pagar un precio. Hay que salir por un tiempo del campamento de nuestro hogar, de nuestras relaciones, de nuestras ocupaciones, para estar a solas con el Señor, si queremos que él nos use como sus siervos.

J. M. Martínez dice que el siervo de Dios debe pagar un precio:

“En no pocos casos, tiene que aceptarse la soledad como parte de la carga que el ministerio impone, carga que resultará tanto más pesada cuanto mayor sea la responsabilidad en la obra de Dios. La soledad es el precio que han de pagar las altas cumbres por su elevación”.

  Oírle. El apóstol Santiago dice: “Hermanos, no os hagáis maestros….”. Y por eso también dice: “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar…”.

Apartamos un tiempo, entramos en Su presencia en oración diciéndole: “Habla, que tu siervo oye”, “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley”, y con el alma dispuesta y la mente ajustada, comenzamos a oír Su voz hablándonos.

Pero el siervo del Señor está siempre atento a Sus palabras a veces en experiencias personales o de otros, en el consejo adecuado y espiritual, en las pruebas, en fin, en toda ocasión.

Leemos acerca del Siervo de Jehová, proféticamente apuntando al Señor Jesucristo: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios”. Mañana tras mañana, el Padre como un maestro, llama temprano a su discípulo para comenzar la clase del día. Y “despierta su oído”, es decir, le hace estar atento para que escuche sus enseñanzas, como buen discípulo. Así, el Siervo es sabio para hablar, porque es sabio para escuchar.

“Mañana tras mañana”, es decir, cada mañana. Significa una verdadera disciplina en la vida del Siervo. Nos habla de esa cita que mantenía con Su Padre cada día, todos los días. Los evangelios citan varias veces que Jesús se retiraba solo para orar “muy de mañana”. Era el tiempo propicio para estar a solas con Dios, para oír su voz, para tener comunión perfecta con Él. Para recibir Su palabra, para conocer sus propósitos y su plan para ese día.

Por eso dijo a sus discípulos: “Os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios”. Por eso, también dijo: “Nada hago por mí mismo, sino según me enseñó el Padre, así hablo”.

Hoy, nos queda esta la reflexión: ¿Estamos dispuestos a entrar en la escuela de Dios y cursar estas materias indispensables para que Dios nos use, a usted, a mí?

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