Cuando Dios llama dos veces: El doble llamado del Señor (17ª parte)

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Autor: Eduardo Cartea Millos

Moisés oyó el doble llamado de Dios: “Moisés, Moisés”. Dios te llama también a ti, llama a todos a estar en Su escuela, a conocer Sus propósitos, a Obedecerle. Moisés tenía sus excusas ¿tú también?


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PE2862- Estudio Bíblico
Cuando Dios llama dos veces (17ª parte)



El doble llamado del Señor

¿Cómo está? En nuestro último encuentro encontramos a Moisés frente a la zarza ardiente, para recibir el doble llamado de Dios a una vida de servicio. Veamos juntos:

En primer lugar: El llamado de Dios. ¡Moisés, Moisés!”, tronó la voz del Omnipotente en la soledad del desierto. Ese era el hombre elegido. Aquel a través del cual Dios iba a cumplir sus portentos, sus maravillas, sus eternos propósitos. Un hombre imperfecto, con errores, con pecados, con limitaciones. Pero el instrumento escogido para hacer la obra. 

Fue un llamado inesperado. En un sentido, Moisés se había

olvidado de la corte. Estaba en el desierto, como pastor, cumpliendo sus obligaciones, gozando de la tranquila abulia de aquella vida campesina, con su esposa, criando a sus hijos, viendo pasar la vida.

Pero Dios tenía planes insospechados para él. Iba a dar un golpe de timón en su derrotero. ¡Y esto, a los ochenta años!   No hay edad para servir a Dios. No hay edad para recibir su llamado y poner manos a la obra. Entonces le dice: “Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel”.

Juan Wesley aún anciano tenía una personalidad sorprendente. Alguien escribió de él diciendo: “Por donde iba, manifestaba una felicidad tal que en él la vejez parecía algo delicioso, como si fuera una tarde despejada. Verlo era pensar: “Señor, que mis últimos años sean como los suyos”.

Hace un tiempo veía en un programa evangélico por televisión una entrevista que hacían a la Srta. Theda Krieger, la que fuera por muchos años la directora de L.A.P.E.N. en Argentina. Estaba por cumplir cien años, y con una mente absolutamente lúcida comenzó a contar los proyectos que aún tenía en mente para realizar en la voluntad de Dios. Sin duda, porque partió a la presencia del Señor dos años después, muchos de ellos quedaron sin cumplir. Pero ¡el deseo estaba!, y era inspirador oír con cuanto entusiasmo lo decía.

J. O. Sanders escribe en su libro “En busca de la madurez” lo que un historiador británico, Arnold Toybbee dijo a sus ochenta años: “Nuestra mente, siempre que se mantenga aguda, no está impedida por limitaciones físicas: puede recorrer el tiempo y el espacio hasta la infinidad”.

Siempre pido al Señor que Él conserve con toda su frescura nuestro “cuenco de oro”. Así que, no hay edad para el llamamiento de Dios.

Cuando Dios te prepara para hacer su obra, luego te llama. Es un llamado ineludible. Dios llama siempre. Recuerdo hace muchos años un predicador en nuestra iglesia, en el marco de una conferencia misionera, dijo una frase que no olvidé nunca: “Dios siempre llama. Llama a cada uno de los suyos. Y los llama a salir o a quedarse”. A algunos los llama a salir al campo de labor, a llevar el evangelio, plantar iglesias, edificar a sus iglesias. Es el llamado misionero. Y muchas veces se piensa que solo ellos son los llamados. Pero realmente no es así. Aquellos que permanecemos en nuestras iglesias cumpliendo el ministerio, sea en el pastorado o de servicio en cualquiera de las áreas, también somos llamados. Somos llamados a ejercer esa tarea, como Dios lo ha dispuesto. Cuando es así, el ministerio cobra valor, porque sabemos que Dios nos ha llamado, nos ha dado el o los dones necesarios y nos va a usar conforme a Sus propósitos.

El salir o el quedarse tienen el mismo valor en la obra del Señor. En 1 Samuel capítulo 30, David está en guerra con los amalecitas. Dios le ordena perseguirles y le promete un triunfo. David tenía un ejército de seiscientos hombres. Sale a luchar con cuatrocientos y quedan doscientos cuidando el bagaje. La batalla termina en victoria, como Dios había prometido, y cuando vuelven al campamento y encuentran a los que habían quedado, algunos “malos y perversos” de entre los guerreros dicen “porque no fueron con nosotros, no les daremos del botín”. David se opone, les habla y dice: “Conforme a la parte del que desciende a la batalla, así ha de ser la parte del que queda con el bagaje; les tocará parte igual”. Y desde ese día esa fue una ley para Israel. Sí, todos son iguales. Los que salen y los que quedan. Los que están en la vanguardia y los que en la retaguardia. Los que llevan el mensaje y los que oran, ofrendan, cuidan los frutos.

  ¿Sentiste alguna vez el llamado de Dios? Dios te va a llamar a salir o a quedarte. Pero debes oír la voz de Dios, el llamado de Dios para estar convencido de la tarea que tienes que hacer.

¿Sentiste dentro de ti la voz del Espíritu Santo que te impulsa a hacer una determinada labor? Alguien dijo que para servir al Señor es necesario: “Un llamado de arriba, una necesidad de abajo y un impulso de adentro”.

Lo importante es que cuando Dios nos llame, digamos como Moisés: “Heme aquí”. “Aquí estoy”.

En segundo lugar: El secreto de Dios. Dios le confió en secreto su plan a Moisés: lo que iba a hacer. Le dice: “bien he visto la aflicción de mi pueblo… y he oído su clamor… y he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos…”. No era suficiente con verles, oírles, conocer su necesidad. Dios iba a actuar. Esa expresión “He descendido” significa que iba a redimirles y sacarles “con mano fuerte y brazo extendido”. Siglos después su gracia descendería en la Persona de Jesucristo. “Llegado el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo”; “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”; “Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros, se hizo pobre, siendo rico”.

Ese secreto lo confió a su siervo elegido. Al que había llamado. Leemos en la Biblia: “No hará nada el Señor sin que revele su secreto a sus siervos”. Pero, miremos cómo el Señor revela sus planes: dice Jeremías: “¿Quién estuvo en el secreto del Señor y vio y oyó su palabra? ¿Quién estuvo atento a su palabra, y la oyó?”.  Es estando atentos a Su palabra como conocemos sus planes para nuestra vida.

Permítame preguntarle: ¿Cuál es el plan de Dios para su vida? ¿Qué cosas tiene Dios para usted, hermano, hermana? ¿Conoce su voluntad? ¿Está haciéndola? No hay nada que traiga mayor paz al alma que saber que estamos dentro de la voluntad de Dios. Que las cosas que hacemos, nuestro estudio, nuestro noviazgo o matrimonio, nuestro trabajo secular, nuestro servicio para el Señor, el desarrollo del don o los dones que el Espíritu Santo nos ha dado, responden a la voluntad de Dios para nuestra vida. ¡Qué bendición para aquel que lo conoce!

Si no es así, necesitamos un encuentro personal con el Señor. Estar con él, de rodillas, oír su voz, conocer su secreto. Es posible. Es maravillosamente posible. A cualquier edad.

Hemos visto hasta ahora 2 necesidades que Moisés debía cumplir para recibirse en la escuela de Dios y cumplir su proyecto:

La primera necesidad: estar en la escuela de Dios. La segunda necesidad: conocer los propósitos de Dios.

  1. La tercera necesidad: estar dispuestos a hacer la voluntad de Dios-

Dios captó su atención, lo llamó y lo envió. El llamado de Dios fue un poderoso impacto en la vida de Moisés. Horeb fue el punto de partida.

Pensaríamos: ¡Qué honor para Moisés! ¿No era acaso lo que quería? ¿No lo había intentado de otra forma hacía cuarenta años atrás? Así que, pensamos que iba a decir: “Señor, aquí estoy. Si Tú me llamas, me siento capaz de hacerlo. ¿Quién sino yo conoce bien cómo piensa Egipto y sus gobernantes? ¿Quién, sino yo conoce a Israel, por lo que mi madre y hermana me enseñaron? ¡Estaba esperando que me llamaras! Una cosa es ser pastor de ovejas y otra líder de un pueblo. ¡Salgo corriendo para allá!”

Pero no fue así. Nada menos que cinco objeciones puso Moisés al llamado de Dios.

Primera objeción: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón y saque de Egipto a los hijos de Israel? 

Era cierto. ¿Un pastor con solo un cayado en su mano enfrentarse a un imperio para libertar a un pueblo esclavo? En el pensamiento humano suena a ridículo. Tal vez, cuarenta años antes, con la mente llena de la educación egipcia y en la plenitud de su vida, con todo el vigor de su joven madurez, era lógico. Pero ¿a los ochenta, y después de haber pasado media vida en el desierto?  Ah, pero Dios se especializa en asombrarnos con su poder. Ya lo había hecho varias veces. ¿O acaso no suena a ridículo que Noé haya construido una nave en medio del desierto? ¿O que un hombre de cien años y una mujer de noventa tuvieran un hijo? ¿Y que de uno solo iba a surgir un pueblo tan incontable como las estrellas o la arena del mar? ¿O que solo con trescientos guerreros venciera a un ejército completo? ¿O con una honda y una piedra derribara al coloso filisteo? Y así podríamos seguir agregando ejemplos “ridículos” para la mente humana. ¡Pero posibles para el Dios Omnipotente!

En el próximo encuentro veremos las siguientes objeciones de Moisés a Dios. Mientras, que el Señor le bendiga ricamente.

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