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Autor: Eduardo Cartea Millos

El Señor llamó dos veces a Pablo en el camino a Damasco: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dios los baja del caballo en sentido literal y figurado. Dios humilla y levanta.


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PE2884- Estudio Bíblico
Cuando Dios llama dos veces (39ª parte)



De tenerlo todo a perderlo todo

¿Cómo está?  Si me ha acompañado en los últimos encuentros, hemos estado recorriendo juntos la transformación que Dios produjo en la vida de un hombre, a causa de un doble llamado. Ese hombre es Saulo de Tarso.

Pablo, con su nombre cambiado y transformado en apóstol de Jesucristo, escribe a los filipenses y en el capítulo tres les comenta aquello que fue su lema de vida: “perderlo todo para ganarlo todo”. Todos sus privilegios, toda su confianza en sus méritos, en los esfuerzos humanos, en las cosas externas, son puestas por basura. “Lo que Pablo tenía por basura, muchos lo tienen por currículum”.

Nadie tendría más razones que él para confiar en las cosas externas. Pablo le llama “confiar en la carne”. ¿Qué significa esa frase? Carne, es “cualquier cosa fuera de Cristo en la que uno basa su esperanza para salvación”. En este caso, todos sus logros humanos con los que pensaba agradar a Dios y obtener a cambio su redención. Una errónea interpretación judaica y judaizante al mensaje divino expresado en las Escrituras. 

Cuando escribe a los filipenses les detalla sus pergaminos. Por un lado, lo que había heredado de sus padres, por el otro lo que había obtenido por méritos personales. Ambos en un tiempo significaban un auténtico motivo de orgullo. Notar como dice “yo más”, es decir, si hubiera una lista de personas que merecieran la salvación, Pablo sería el primero. ¡Qué cambio se ha producido en él que llega a decir que es el primero de los pecadores!

Notemos como detalla sus credenciales humanas en Filipenses 3.4-6: “Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible”.

Era una verdadera carta de presentación. Su ritual: circuncidado al octavo día; su rango: del linaje de Israel; su raíz: de la tribu de Benjamín; su raza: hebreo de hebreos; su religión: fariseo; su reputación: perseguidor de la iglesia; su rectitud: irreprensible.

Notemos sus credenciales heredadas de sus padres:

Había sido circuncidado al octavo día, como lo mandaba la ley, con lo cual estaba dentro de los vínculos del pacto.

Era “del linaje de Israel”, es decir, de la raza descendiente de Abraham, pero no a través de Ismael, ni de Esaú, sino de Isaac y Jacob. Del puro linaje hebreo, del pueblo del pacto, de la nación escogida por Dios. Tal vez podía hasta justificar el origen de sus antepasados con alguna genealogía especial.

Era de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos. Benjamín era la tribu más aristocrática y distinguida de Israel. Benjamín, junto a José habían sido los hijos más amados de Jacob y de su preferida Raquel. La tribu del primer rey, Saúl, aun cuando el recuerdo de él no fuera demasiado digno de orgullo, y la única que estaba unida noblemente a la principal del reino del sur, la de Judá. La tribu del recordado Mardoqueo, el legendario primo de la reina Ester.

Pero, además agrega aquellas credenciales que son fruto de su esfuerzo personal:

Era fariseo, en cuanto a la ley. Además de ser hijo de fariseo, él mismo pertenecía a esa selecta secta de los que llamaban “los separados”. Se cree que esta secta surgió en el siglo II a. C., durante el periodo intertestamentario, entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. En ese tiempo aparecieron líderes judíos que permanecieron fieles a la ley de Moisés en tiempos en que muchos se sometían al helenismo impuesto sobre Judea por los griegos y los sirios. Los fariseos se consideraban sus herederos, y su propósito era conservar su integridad nacional y la conformidad estricta a la ley de Moisés.

Mezclaban un fervoroso patriotismo con la devoción religiosa. Más tarde se convirtieron en una secta formalista e hipócrita de justicia propia. Representaban el grupo con más autoridad entre el pueblo. Eran influyentes y participaban en la dirección política. Fueron enemigos de las enseñanzas de Jesús, pero algunos se convirtieron al evangelio. Pablo era un “fariseo de pura cepa”. Su aprendizaje en el fariseísmo más estricto había sido nada menos que “a los pies” –tal como se decía de un discípulo– de Gamaliel, el nieto de un famoso rabino llamado Hillel, que se dice fundó la escuela rabínica liberal. Gamaliel era, pues, un rabí, un maestro en Israel de la clase más distinguida y de una gran sensatez.

Pablo mismo asegura que era destacado entre sus colegas: “…en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres –mis antepasados–)”. Por eso en su defensa ante Agripa dice: “…conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión, viví fariseo”. No era solo de tradición, ni de profesión, sino de convicción. Su vida, su respiración, su mente, su conducta eran fariseas.

Sentirse orgulloso de sí mismo era típico de los fariseos. Recordamos al de la parábola que oraba “consigo mismo”, puesto en pie, y decía: “Dios te doy gracias que no soy como los otros hombres”. Indudablemente los fariseos, los “apartados” según ellos mismos, creían en su arrogancia que eran distintos al resto de los hombres, y por ello contaban con privilegios ante Dios.

Por esta misma razón es que Jesús les relata –entre otras– la parábola del hijo pródigo. Ellos son “el hermano mayor”, el que vivía en la casa del padre. De quien eran “todas las cosas”, pero que no solo se ofendió porque su hermano hubiera vuelto arrepentido, como los publicanos y pecadores que, creyendo en Jesús, eran salvos y constituidos hijos de Dios, sino que el realmente el perdido era él, confiado en su propia justicia, no en la justicia que es de Dios por medio de la fe en Jesucristo (Ro. 3.21, 22).

Lo cierto es que el mismo nombre de “fariseo” ha quedado como sinónimo de alguien que finge tener una moral y unos sentimientos que realmente no tiene. Es notable el discurso de Jesús en el capítulo 23 de Mateo poniendo de relieve con asombrosa y valiente claridad, y sin eufemismo alguno, lo que eran ellos desde el punto de vista divino: hipócritas, ciegos, generación de víboras, sepulcros blanqueados. Sin duda, este monumental alegato hacia estos religiosos, no hizo más que desnudar su verdadera personalidad, y como respuesta, aumentar el odio que tuvieron hacia el Señor. 

Finalmente, dice que era perseguidor de la iglesia. La frase de Hechos 9.1 es muy significativa: “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor…”. Constituía el motivo de su vida. Su misma respiración. Respiraba odio y transpiraba furia mortal. Perseguidor era un verdadero título nobiliario que exhibía con absoluta arrogancia.

Era irreprensible en cuanto a la ley. Ortodoxo estricto en el cumplimiento de la Torah y de la tradición de los ancianos o de los padres, que aunque rechazada por los Saduceos y la mayoría de los sacerdotes, era aceptada, enseñada y seguida por los fariseos. Nadie tenía que acusarle de nada. Salvo uno… aquel a quién perseguía y en su ignorancia, deshonraba.

 “El propio apóstol Pablo nos dice en otro lugar que él considera estas cosas como una bendición. Y son bendiciones porque pueden ser de inestimable valor si se hace buen uso de ellas, si se las emplea como preparación a la recepción del evangelio. Pero cuando estos mismos privilegios comienzan a ser considerados como base de la auto glorificación y la autosatisfacción, cuando son considerados como un pasaporte para el cielo, entonces se convierten en todo lo contrario. Todas estas ganancias se convierten en una enorme pérdida. Este es el sereno y ponderado juicio de Pablo”.

En el capítulo 3 de Filipenses, pero en los versículos 7 y 8 leemos, además: Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”.

Hay algunas palabras dignas de considerar estos versículos:

Dice “aun estimo”. Estimar toma el sentido de evaluar, sopesar, calcular con atención. El término habla de conducir, de guiar la mente hacia algo concreto. Pablo no vive por vivir, ni piensa las cosas a la ligera. Pablo ha hecho un balance cuidadoso de su vida, de sus intereses y objetivos. Y su pensamiento le ha llevado a tomar una posición concreta sobre lo que ha dejado atrás y lo que tiene por delante. Es más, le ha llevado a “olvidar ciertamente lo que queda atrás” y extenderse “a lo que está adelante”. No hacerlo sería un ancla que lo mantendría no solo en sus inútiles méritos personales, sino también en sus fracasos y errores. Así que calcula con mente serena y lo que era antes ganancia, ahora, en la contabilidad de su vida es solo pérdida. Y viceversa, lo que antes era considerado como una pérdida, ahora es una inmensa ganancia.

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