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Autor: William MacDonald

Un enfoque claro sobre algunas de las principales enseñanzas de la Biblia: ley y gracia, venidas de Cristo, Israel y la Iglesia, expiación, dos naturalezas, y más.


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PE2431- Estudio Bíblico
¿Cuál es la diferencia? (16ª parte)



Amigo, ¿cómo le va? Hoy estaremos mirando la enseñanza en relación con el Espíritu Santo, y al hacerlo, nos encontraremos con varias distinciones importantes que deben tenerse en cuenta. Existen tres obras fundamentales del Espíritu: nos bautiza, mora en nosotros y nos llena. También hay que puntualizar que el bautismo del Espíritu no es lo mismo que ser bautizado con fuego, y debemos aprender a discernir entre el hecho soberano de llenarnos el Espíritu, y nuestra responsabilidad de ser llenos.

Cuando decimos que el Espíritu Santo “mora en nosotros”, nos referimos al hecho de que cuando nacemos de nuevo, es decir cuando entregamos nuestra vida a Cristo, el Espíritu Santo de Dios entra y hace su morada en el cuerpo del creyente. Esto lo deja bien claro 1 Corintios 6:19: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”. Leyendo Romanos 8:9 podemos comprender que la persona que no tiene al Espíritu no es realmente un creyente, y Juan 14:16 nos deja en claro que una vez que el Espíritu Santo entra en alguien, nunca se marcha. ¿Cómo puede hacer para saber que el Espíritu mora en usted, amigo? Bueno, lo sabe inmediatamente porque la Palabra de Dios lo dice. Pero con el pasar del tiempo puede notarlo por los cambios que Él produce en nuestra vida. Aunque puede afectar las emociones, ser morada del Espíritu no es fundamentalmente cosa de los sentimientos. Nunca se nos dice que oremos pidiendo que Él more en nosotros ni hay que aguardar Su venida. Le recibimos el momento que creemos en el Señor Jesucristo.

Al hablar de que el Espíritu Santo “nos bautiza”, el texto clave es 1 Corintios 12:13: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. De este texto podemos aprender que el bautismo es el ministerio del Espíritu por el cual Él coloca al creyente en el Cuerpo de Cristo, esto es, la Iglesia. El bautismo inicial tomó lugar el día de Pentecostés cuando la Iglesia fue formada. Desde entonces, cuando una persona se convierte, es añadida a la Iglesia por el bautismo del Espíritu. En otras palabras, todos los creyentes han recibido este bautismo, no importa su raza o cultura. Es algo simultáneo al nuevo nacimiento, no posterior, y nunca necesita repetirse en la vida del creyente. Nunca se le manda a nadie a ser bautizado con o en el Espíritu. Es algo que sucede automáticamente cuando el pecador recibe al Salvador. No es una experiencia emocional; la única manera en que sabemos que sucede es porque la Biblia lo dice.

Por otro lado, amigo, ¿ha escuchado hablar del “bautismo con fuego”? Bueno, este bautismo no es lo mismo que el bautismo del Espíritu. Es un bautismo de juicio, no de bendición ni privilegio. En Mateo 3:11, cuando Juan el Bautista hablaba a una multitud mixta, compuesta de creyentes e incrédulos, dijo: “Él (es decir Cristo) os bautizará en Espíritu Santo y fuego”. Entonces Juan procedió a explicar que el bautismo en fuego es un acto de juicio divino: “Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará”. El contexto aclara que el fuego es juicio. ¡No es un éxtasis ni un arrebato de entusiasmo! Pero cuando no hay mención de incrédulos entre los oyentes, Juan dijo: “Él os bautizará con Espíritu Santo”. Ni siquiera menciona el fuego. Por lo tanto, se puede entender que el bautismo con el Espíritu es un acontecimiento pasado para los creyentes; pero el bautismo en fuego es un suceso futuro para los incrédulos.

Y ahora nos preguntaremos: ¿cómo es esto de que el Espíritu Santo nos llena? Bien, existen dos maneras en que lo hace. Sin diferenciar entre una y otra podemos confundirnos bastante intentando reconciliar las Escrituras que tratan el asunto. Primeramente está lo que podríamos llamar la manera “soberana” de llenar. Por ejemplo, leemos en Lucas 1:15 que Juan el Bautista fue “lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre”. ¡Obviamente el bebé Juan no tuvo que cumplir ciertas condiciones para ser lleno así! Dios lo hizo soberanamente para prepararle al Bautista para su ministerio único como precursor del Mesías. Hay instancias semejantes en el libro de Hechos cuando el Espíritu llenó soberanamente a las personas. Nombramos dos a continuación: Pedro fue lleno del Espíritu para ser apto para dirigirse con denuedo al Sanedrín, en Hechos capítulo 4. Y en Hechos 3 leemos cómo gracias a que el Señor llenó a Pablo con el Espíritu, el apóstol pudo denunciar severamente a Elimas el mago.

La otra forma de ser lleno del Espíritu es diferente. Es un mandamiento a cada creyente; no es asunto fuera de su control. El texto principal en este caso es Efesios 5:18: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. La frase “sed llenos” sugiere una obligación continua, no una sola experiencia del Espíritu Santo. Además, se contrasta con la disipación de embriagarse con vino. Observa los detalles del contraste:

Quien se embriaga con vino habla incoherentemente, pero quien se llena del Espíritu habla con pureza, exaltando. En el primer caso se anda tambaleando y erráticamente, pero con el Espíritu se anda con propósito y santidad. Quien se embriaga queda bajo control de alcohol, pierde el dominio propio y tiene baja resistencia al pecado. Quien se llena del Espíritu no pierde el dominio propio y tiene más resistencia al pecado. Como consecuencia, quien se embriaga anda en desgracia y vergüenza, pero el que está lleno del Espíritu desarrolla un carácter noble y ejemplar.
¿Cómo ser lleno del Espíritu Santo, entonces? Mencionamos antes que hay algunas condiciones para ser lleno del Espíritu. De la lectura de varios versículos bíblicos podemos extraer los siguientes consejos para lograrlo:

  • Confesando y apartándose del pecado sin demora
  • Continuamente presentando su cuerpo a Cristo como sacrificio vivo
  • Llenándose con la Palabra de Dios
  • Pasando mucho tiempo en adoración y oración
  • Manteniéndose cerca a la comunión cristiana
  • Haciéndolo todo para la gloria de Dios

Alguien lleno del Espíritu no lo anuncia a los demás. Es modesto, y exalta a Cristo. Cuanto más anda con el Espíritu, más consciente es de su pequeñez e indignidad. Bueno es recordar que ser lleno del Espíritu no es emoción, sino santidad. Es verdad que pueden verse afectadas las emociones, como en muchas otras áreas de la vida cristiana, pero ellas no son lo principal. Nuestros sentimientos humanos son simplemente uno de los resultados de ser lleno.

Espero, querido oyente, que lo escuchado le haya aclaro dudas o errados en relación con el Espíritu Santo y su vínculo con nosotros. Deseo también que se lleve el desafío de ser cada día más lleno del Espíritu, según los métodos que hemos mencionado.


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