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Autor: William MacDonald

Un enfoque claro sobre algunas de las principales enseñanzas de la Biblia: ley y gracia, venidas de Cristo, Israel y la Iglesia, expiación, dos naturalezas, y más.


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PE2429- Estudio Bíblico
¿Cuál es la diferencia? (14ª parte)


 


¿Qué tal amigo? En el programa de hoy quisiera conversar un poco sobre los principales pactos que podemos encontrar en la Biblia. En varios momentos de la historia humana Dios hizo acuerdos con la humanidad. Algunos de ellos, como la Ley, fueron condicionales: Dios guardaría Su parte del pacto si ellos guardaban la suya. Los pactos condicionales eran débiles “por la carne” (como señala Romanos 8:3), y el hombre invariablemente fracasaba e incumplía las condiciones. Afortunadamente, la mayoría de los pactos divinos fueron incondicionales. En ellos, todo dependía del Señor, y esto garantizaba su cumplimiento. La mayoría de los pactos fueron hechos con Abraham y sus descendientes. Ninguno fue hecho directamente con la Iglesia, aunque ella está implicada en algunos, como veremos en unos instantes.

El primer pacto que mencionaré, es el que tuvo lugar en el Edén, y que quedó registrado en el libro de Génesis. Este acuerdo hizo al hombre, en su inocencia, responsable de multiplicarse, poblar la tierra y sojuzgarla. Se le dio autoridad sobre toda vida animal. Debía cultivar el huerto y comer de todo lo que producía, excepto el fruto del árbol del conocimiento del bien y el mal. La desobediencia a este último mandamiento traería la muerte. Por lo tanto, fue un pacto condicional.

El siguiente pacto se produce después de la caída del hombre, cuando Dios maldijo a la serpiente y puso enemistad entre la serpiente y la mujer, y entre Satanás y Cristo. Satanás heriría a Cristo, pero Cristo destruiría a Satanás. La mujer experimentaría dolores en los partos y estaría bajo la autoridad de su marido. La tierra fue maldita; al cultivarla el hombre tendría que contender con espinos y abrojos. Esto incluiría sudor y cansancio, y su cuerpo al final volvería al polvo de donde vino.

Posteriormente, tras el diluvio que se relata en Génesis 7, Dios prometió a Noé que no maldeciría la tierra otra vez ni la destruiría con otro diluvio, y dio como señal el arco iris. Este pacto decreta la pena de muerte por el crimen de homicidio, y esto, por supuesto, implica que tiene que haber un gobierno para juzgar el caso y ejecutar la pena. Así que este pacto con Noé establecía el gobierno humano. Además, Dios garantizó la regularidad de los tiempos y las sazones, dirigió al hombre a volver a poblar la tierra, y reafirmó su dominio sobre los animales. Ahora el hombre podía añadir carne a su dieta, previamente vegetariana. Respecto a los descendientes de Noé, Dios maldijo a Canaán el hijo de Cam, haciéndole siervo de Sem y Jafet. Dio a Sem el lugar de honor, el cual ahora sabemos que incluye estar en el linaje del Mesías. Jafet gozaría de gran expansión, y moraría en las tiendas de Sem. El pacto con Noé fue incondicional y nunca ha sido revocado; fue “por siglos perpetuos”.

Luego llega el pacto con Abraham que incluye varias promesas incondicionales para él y sus descendientes: Una gran nación que sería Israel; bendición personal para Abraham; renombre y fuente de bendición a otros. El favor divino estaría sobre sus amigos y una maldición sobre sus enemigos; y traería bendición a todas las naciones, lo que efectivamente se cumplió en Cristo. Le prometió posesión eterna de la tierra conocida entonces como Canaán y luego como Israel y “Palestina”. También le prometió abundante prosperidad tanto natural como espiritual, le dijo que sería padre de muchas naciones y reyes, y le prometió una relación especial con Dios.

Más tarde llega la Ley, que se conoce más bien como Pacto Mosaico, y quedó registrado en el libro de Éxodo. En su sentido más amplio, la Ley de Moisés incluye los Diez Mandamientos que describen los deberes ante Dios y ante el prójimo, numerosas reglamentos acerca de la vida social de Israel; y ordenanzas detalladas sobre la vida religiosa. Fue dada a la nación de Israel, no a los gentiles, y fue un pacto condicional que requería la obediencia del hombre, y por lo tanto fue “débil por la carne”, según Romanos 8:3. El Decálogo nunca tuvo el propósito de proveer salvación, sino de producir convicción de pecado y fracaso. Nueve de los diez mandamientos son repetidos en el Nuevo Testamento (todos excepto el día de reposo), y figuran no como ley acompañada de castigo, sino como comportamiento que corresponde a los que son salvos por la gracia. El creyente está bajo la gracia, no la ley, pero está bajo la ley de Cristo, que es un estándar más alto.

También figura en la Biblia, en le libro de Deuteronimo, el pacto en relación con Palestina. Este pacto se halla en forma embrionaria en Génesis 15:18, donde Dios prometió a Abraham la tierra “desde el río de Egipto (el arroyo de Egipto, no el Nilo) hasta el río grande, el río Éufrates”. Prevé la dispersión de Israel entre las naciones por su desobediencia e infidelidad, su retorno al Señor en Su Segunda Venida, su arrepentimiento y conversión, el castigo de sus enemigos y su morada segura en la tierra bajo el reino del Mesías. Israel nunca ha ocupado completamente la tierra. Durante el reino de Salomón, los países en la parte oriental pagaron tributo, pero esto no debe ser contado como posesión ni ocupación. El cumplimiento del pacto Palestino es todavía futuro.

Por otra parte, también está el pacto que Dios hizo con David, que podemos leer en el Segundo libro de Samuel. En este caso Dios le prometió a David que su reino duraría para siempre, y que también habría uno de sus descendientes sentado sobre el trono. Fue un pacto incondicional, que no dependía en manera alguna de la obediencia de David ni de su justicia. Cristo es justamente el heredero legal al trono de David, como vemos en la genealogía de José en Mateo 1. José adoptó a Jesús como su hijo. Al mismo tiempo, Cristo es un descendiente lineal de David por medio de Natán, como vemos en la genealogía de María en Lucas 3. Porque Él vive para siempre, no puede haber otro pretendiente al trono. Su reino es eterno.

El pacto de Dios con Salomón fue incondicional en cuanto al reino eterno, pero condicional en cuanto a si sus descendientes se sentarían sobre el trono. A uno de los descendientes de Salomón, Conías (también llamado Jeconías y Joaquin), le fue negado el tener descendiente sobre el trono de David (Jer. 22:30). Jesucristo no es descendiente de Salomón, como hemos indicado. De otro modo habría caído bajo la maldición de Conías.

En último lugar, también podemos leer sobre el “pacto nuevo” que está claramente prometido a la casa de Israel y la casa de Judá, en Jeremías 31:31, y desplaza el viejo pacto mosaico. Tiene un mejor sacerdocio, mejor Sumo Sacerdote, mejor sacrificio, mejor altar, y se fundamenta sobre mejores promesas. Todavía era futuro cuando Jeremías escribió su libro. No es un pacto condicional, como la ley de Moisés, que Israel rompió. En este pacto Dios incondicionalmente promete: la futura regeneración de Israel, la venida del Espíritu Santo en ellos, un corazón favorablemente dispuesto a hacer la voluntad de Dios, conocimiento universal de la ley en Israel, el perdón y el olvido de los pecados, y la continuación de la nación para siempre. Como nación, Israel todavía no ha recibido los beneficios del nuevo pacto, pero los recibirá en la segunda venida del Señor. Mientras tanto, los verdaderos creyentes disfrutamos algunas de las bendiciones de este pacto. Por ejemplo, el perdón y el olvido de nuestros pecados, y la posibilidad de cumplir la justicia que la ley demanda. El hecho de que la Iglesia tiene relación con el pacto nuevo se ve cuando celebramos la Cena del Señor donde, basándonos en la Biblia, la copa representa el pacto y la sangre por la cual fue ratificado. También Pablo, en 2 Corintios 3:6, hizo referencia a sí mismo y a otros apóstoles como “ministros competentes de un nuevo pacto”, con lo cual se estaba refiriendo al evangelio de la gracia de Dios.

Ahora, amigo, la pregunta que quiero hacerle es: ¿usted ya está gozando de los privilegios de este nuevo pacto? ¿Qué espera para abrir su corazón a la gracia y el perdón de Dios? Este nuevo pacto es para todos por igual sin ninguna distinción. Póngase de acuerdo con Dios hoy, y reestablezca su comunión con Él a través del Señor Jesucristo.


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