Amor: Lo que nos falta todavía para el Arrebatamiento (8ª parte)

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Autor: Norbert Lieth

Así como está lejos el oriente del occidente el Señor hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones, señala el Salmo 103 e Isaías 43:25 dice que Señor no se acuerda de nuestros pecados. Sin embargo, ¿cómo somos nosotros a la hora de reflejar el amor, perdón y Gracia que caracterizan a nuestro amado Señor?


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PE2518- Estudio Bíblico
Amor: Lo que nos falta todavía para el Arrebatamiento (8ª parte)


 


El amor por encima de todo

El amor de Dios trajo hacia nosotros toda Su gracia y misericordia. Dios no nos factura nuestros pecados, sino que nos perdona a través del sacrifico de amor de Jesús. Dios es amoroso, compasivo y benévolo. Se podría pensar, por consecuencia, que los cristianos que experimentaron en sus propias vidas este amor y esta misericordia, ahora lo expresen a través de todo su ser, amando a sus hermanos en Cristo y a sus prójimos. Un reconocido teólogo dijo una vez: “Deja que la visión compasiva de todas las cosas sea la vocación de tu vida”.

Pero muchas veces, los cristianos que quieren ser los más piadosos, en lugar de eso rebosan de justicia propia. Y de esta manera, lamentablemente, sus vidas no trasmiten mucha gracia. En lugar de ser misericordiosos, solamente son ásperos e insisten en leyes y mandamientos. Están dominados por un espíritu crítico, que refleja una cosa totalmente diferente al amor del Espíritu de Dios. Tales cristianos detectan cualquier error, son excelentes exhortadores y sabihondos y se creen particularmente santos por todo esto. Sin embargo, su falta de amor es la prueba de que ellos mismos tienen muy poco de un verdadero cristiano.

La revista cristiana idea Spektrum publicó una entrevista con el pastor Reinhard Holmer. Su padre, Uwe Holmer, juntamente con su esposa, acogió en su casa al anterior Jefe de Estado de Alemania Oriental, y a su esposa, después del derrumbamiento de la República Democrática Alemana. Fue un acto ejemplar de amor al enemigo, pues bajo el régimen ateo, la familia Holmer había sufrido mucha discriminación por ser cristiana. Reinhard Holmer enfatiza que, por esta buena acción, fueron precisamente los cristianos quienes hicieron los comentarios más críticos. «Por ejemplo, había un anciano en nuestra iglesia quien me preguntó cómo la Iglesia cristiana podía hacer algo así. Le contesté con otra pregunta: ¿cómo podrá la Iglesia volver a predicar sobre el buen samaritano si decimos que la lección se aplica a cualquiera, salvo a quienes nos persiguieron?».

Fue interesante ver que los no cristianos no tuvieron tantos problemas para aceptar la actitud de Uwe Holmer. Un buen conocido—ateo— me dijo: “Reinhard, lo que tu padre ha hecho, lo puedo comprender. Si ustedes se habían propuesto no solamente hablar, sino también vivir conforme a sus palabras, no podían actuar de otra manera”. Reinhard Holmer sigue explicando en la entrevista: «Si tenemos un Dios de amor, no podemos tratar sin amor a los que nos atacan». En el siguiente número de la misma revista apareció, efectivamente, una carta al editor dando razón a aquel anciano de la iglesia y criticando la acción de Holmers. Se puede ver, una vez más, lo poco que muchos cristianos han comprendido la misericordia de Dios llena de amor. ¿No está permitido que tratemos con amor y misericordia a los enemigos de la fe cristiana, con la esperanza de que, a través de esto, ellos conozcan la gracia de Dios, sus corazones se ablanden y puedan recibir la misericordia en Jesucristo también para ellos?

La gracia de Dios ya obra en las vidas de los pecadores antes de que se arrepientan como leemos en Romanos 5:8 : “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. ¿No son precisamente esta misericordia y bondad, las que llevan al arrepentimiento? Se tiene muy poco en cuenta que el amor es el sumo propósito de toda enseñanza. No se trata de juzgar, marginar, golpear, destruir, perseguir, insultar y criticar, sino de enseñar, levantar, apoyar, guiar y reprender con amor. ¡Cuántos hijos de familias cristianas se han alejado por relacionar la fe cristiana solamente con dura disciplina, pero no con amor! Y esto, a pesar de que el Nuevo Testamento dice claramente en Efesios 6:4: Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Y en la carta a los Colosenses capítulo 3 verso 21, Pablo lo dice así: “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten” .

Cuando hay iglesias que se dividen, en realidad, no es por diferencias doctrinales, sino a causa de la falta de amor. Dogmáticamente parece que todo anda bien, y para cada crítica se encuentra un adecuado versículo bíblico, pero no se toma en cuenta que el amor es la dogmática sublime: “La suma principal de toda enseñanza es el amor”. Me puedo imaginar que al terminar nuestra vida aquí, la carencia de amor en nuestras acciones sea lo que más nos entristezca, y que lo que más cuente delante del tribunal de Cristo, sea el amor que tuvimos en nuestra vida terrenal. Como hemos observado, es sorprendente cuán a menudo el amor está mencionado en relación al regreso de Jesús.

En 1944, un diplomático y jurista, fue sentenciado a muerte por el Tribunal Popular de Berlín. Un par de horas más tarde fue ejecutado. Este hombre, de 38 años, pertenecía a la Iglesia Confesante en el Tercer Reich. Poco después de recibir su sentencia de muerte, escribió a su esposa una última carta, la cual hace ver lo que realmente determinaba su vida: «¡Mi amada, amadísima esposa, mi buena Bárbara! Probablemente en unas pocas horas voy a caer en las manos de Dios. De modo que quiero despedirme de ti y de los niños. (…) Deja que los niños memoricen muchos textos bíblicos y canciones, para que los lleven en sus corazones en tiempos de angustia. Vienen tiempos de duda y de alejamiento, pero la vida los hará volver al fundamento firme si este ha sido puesto en su niñez. Jesucristo es el camino, la verdad y la vida. Como inscripción en mi lápida, me gustaría que coloquen nuestro versículo de casamiento: “Dios es amor”.

Bárbara, en estas semanas en la prisión me he sometido al juicio de Dios, he reconocido mi culpa y la he confesado delante de Él. El guardar los mandamientos de Dios, el practicar el amor y el vivir humildemente delante de mi Dios, es la regla contra la cual he transgredido.

Amadísima esposa, muero con la certeza del perdón divino. Tengo la confianza de que Dios, como un Padre les dirigirá de la mano por su camino en esta tierra, y finalmente los traerá a Su presencia. Nuestro compasivo Dios aliviará poco a poco tu dolor y calmará tu sufrimiento (…) Mi buena Bárbara, te agradezco desde lo más profundo de mi corazón por todo el amor y todas las bendiciones que tú me regalaste en los 14 años de matrimonio. Por favor, perdóname toda falta de amor. Te amé mucho más de lo que te demostré. Pero tenemos una eternidad delante de nosotros, para demostrarnos mutuamente nuestro amor. Que este pensamiento sea un consuelo en la aflicción durante tus años de viudez. Estoy persuadido de que nosotros dos, con todos nuestros queridos, nos reuniremos en la indescriptible paz de Dios (…) También en la Tierra, ya perteneces al cuerpo de Cristo, el cual une a todos los suyos de una manera maravillosa, ya sea antes o después de la transformación. Oren en mi recuerdo el Salmo 126; fue el tema de mi última predicación, el día de mi detención.

Mi último pensamiento, amadísima esposa, será el de encomendarles a la gracia de nuestro Salvador y de encomendar mi espíritu en Sus manos. Así moriré reconfortado en el Señor (…) Así que les saludo, mis amados amadísimos, con el antiguo saludo: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús

Sí el amor tiene un significado tan grande al final de la vida, entonces debería ganar, ya hoy y en todas nuestras circunstancias, más lugar en nosotros y determinar nuestras acciones. Para lograr cambios de bendición alrededor de nosotros, tal vez debemos ser transformados primero nosotros mismos. Para poder amar verdaderamente, debemos dar lugar al Señor en nosotros y dejar que Él muestre Su amor a través de nosotros.


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