Abraham y el alto precio de la desobediencia

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Una de las historias tristes que leí sobre la guerra de Vietnam (que, en su conjunto, todo es muy triste) fue la de dos patrullas estadounidenses que avanzaban por rutas diferentes contra una posición enemiga. El ataque era nocturno y tenían que mantener silencio de radio, es decir, no podían comunicarse después de salir. Una de las patrullas estaba comandada por un capitán muy cuidadoso, que comprobaba la brújula y la dirección cada diez minutos. La otra patrulla tenía un capitán más práctico y atrevido. Comprobaba su brújula sólo una vez cada media hora. Desgraciadamente, este «descuido» le hizo desviarse de su rumbo y, tras dos horas de marcha, al notar movimiento delante, comprendieron que se trataba de una tropa enemiga y atacaron a la otra patrulla estadounidense. Por no estar tan atentos a sus órdenes y a la ruta, el resultado fue una docena de soldados americanos muertos a manos de sus propios compañeros.

Desgraciadamente, todos nosotros, aunque hayamos caminado con Jesús durante años, cometemos errores una y otra vez. Con la madurez, estos errores ya no son catastróficos (aunque para algunos todavía ocurren). Aún así, en nuestra mente humana, a veces dejamos pasar por alto un pequeño error que puede tener consecuencias muy grandes.

Dios ordenó a Abraham abandonar Harán solo, sin su “parentela”, pero su obediencia fue parcial porque se llevó a su sobrino con él. Hoy quiero reflexionar sobre un claro error de Abraham, relatado en Génesis 12:10-20. En el versículo 10 leemos:

«Y hubo hambre en la tierra; y Abram descendió a Egipto para pasar allí un tiempo, porque el hambre era severa en la tierra”.

Dios le mandó ir a Canaán, no le mandó bajar a Egipto. Dios ciertamente era capaz de sostenerlo a él y a los suyos, incluso durante una hambruna severa. Sin embargo, la tentación de trasladarse a la nación más rica e influyente de la época fue demasiado grande para Abraham. Tal vez pensó: «¡Dios me trajo aquí para que pudiera encontrar ayuda en Egipto!». O, «¿Quizás Egipto sea la liberación de Dios para nosotros?».

Dios puede colocarnos en situaciones en que, Él mismo, provee la solución de donde menos lo esperamos. Sin embargo, tenemos que escuchar a Dios con mucha atención y evaluar nuestra motivación. La motivación de Abraham no era la confianza en Dios, en los versículos 11 a 13 leemos:

«Y sucedió que cuando se acercaba a Egipto, dijo a Sarai su mujer: Mira, sé que eres una mujer de hermoso parecer; y sucederá que cuando te vean los egipcios, dirán: «Esta es su mujer»; y me matarán, pero a ti te dejarán vivir. Di, por favor, que eres mi hermana, para que me vaya bien por causa tuya, y para que yo viva gracias a ti.».

En otras palabras «Dios me ha proporcionado una salida a mi problema, pero mentiré para protegerme, aunque eso exponga a mi esposa». No es de extrañar que un error («Me voy a Egipto») provoque otro error («Mentiré»).

En nuestra vida cristiana, no es raro que cuando tomamos una decisión sin esperar la dirección de Dios, pasemos a depender de nosotros mismos y a conducirnos como a “mí” me parece. Así, el camino de Egipto se convierte, para nosotros, en un camino de alejamiento de la dependencia de Dios. Una vez que empiezo a caminar en esa dirección, mis siguientes decisiones serán a menudo igualmente equivocadas.

En el caso de Abraham, su plan de engaño funcionó en el sentido de que el faraón lo trató bien. En el versículo 16 leemos:

Y este trató bien a Abram por causa de ella; y le dio ovejas, vacas, asnos, siervos, siervas, asnas y camellos”.

No podemos asegurarlo, pero es muy probable que en ese momento se añadiera una sierva a la tribu de Abraham, una egipcia llamada Agar. Sabemos bien cuál fue la consecuencia de la presencia de Agar entre las siervas de Abraham. Como resultado de una decisión equivocada («Me voy a Egipto») y otra más («Mentiré»), los descendientes de Abraham, es decir Israel, sufren las consecuencias a través de los descendientes de Ismael (árabes) hasta el día de hoy.

Mi oración es que en el momento en que surja alguna necesidad importante en tu vida o en la mía, en lugar de correr hacia la solución más fácil (huir a Egipto o mentir para protegerme) podamos ejercitar la fe, escuchar a Dios y caminar hacia él.

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