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Autor: Samuel Rindlisbacher

Este es el comienzo de un estudio detallado, de varios programas, sobre el Tabernáculo y sus paralelismos con el Plan de Salvación y con la persona de Jesucristo.


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PE2886- Estudio Bíblico
Profecía en el Tabernáculo (1ª parte)



Estimados oyentes, cada persona busca la felicidad.

Hemos perdido el paraíso y nos gustaría recuperarlo. A su vez, Dios ve nuestro deseo y quiere satisfacerlo. Como señal de ello, hace miles de años dio a Su pueblo la orden de levantar un santuario en el desierto, estamos hablando del tabernáculo.

Podríamos decir que este tabernáculo fue una imagen del misterioso jardín del Edén, donde el hombre supo gozar de una plena comunión con Dios.

Era «figura y sombra de las cosas celestiales», hecho a la manera de Dios, como se le ordenó a Moisés levantarlo, esto lo encontramos en Éxodo 25:40 que dice «Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte»

El hombre anhela y espera alcanzar, en lo profundo de su ser, lo celestial y lo eterno. Fuimos hechos para estar en comunión con nuestro Creador, pero el pecado destruyó nuestro acceso al paraíso original.

Sin embargo, Dios prometió a la humanidad caída que enviaría a un Redentor.

Por otra parte, se dirigió también al diablo, aquel que seduce a los hombres para que hagan lo malo, en Génesis 3:15 expresa “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. 

La simiente victoriosa de la mujer es Jesucristo, el Redentor. Para dar luz acerca del propósito de Su venida, Dios dotó de entendimiento al ser humano antes de que este hecho aconteciera.

Brindó una imagen celestial que le mostró el camino de regreso a la presencia de Dios, una vuelta a la comunión con Él, a la fuente capaz de satisfacer todos los anhelos del corazón. Podemos asegurar que el tabernáculo, fue un lugar de encuentro en el desierto, una imagen visible, palpable y comprensible de esta plena comunión con el creador.

Fue allí donde, por primera vez, Dios reveló al pueblo de Israel Su plan de redención, si desea leerlo lo puede encontrar en Éxodo, iniciando en el capítulo 25 hasta el 31.

En este estudio pretendemos escudriñar paso a paso el significado de esta representación divina a través de una oración sincera por hallar la verdad, la cual nos conduce a los conceptos más profundos de la redención, leemos en Romanos 15:4 que dice «Porque todo lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza».

Queridos amigos, continuemos con lo que tiene que ver con la construcción del Tabernáculo. En primer lugar, veremos la importancia de la «cortina» que cercaba toda el área que ocupaba el tabernáculo, podríamos decir que era un especie de muro perimetral.

Éxodo 27, del verso 9 al 16 muestra esta parte de las instrucciones, dice así:

“Asimismo, harás el atrio del tabernáculo. Al lado meridional, al sur, tendrá el atrio cortinas de lino torcido, de cien codos de longitud para un lado. Sus veinte columnas y sus veinte basas serán de bronce; los capiteles de las columnas y sus molduras, de plata.

De la misma manera al lado del norte habrá a lo largo cortinas de cien codos de longitud, y sus veinte columnas con sus veinte basas de bronce; los capiteles de sus columnas y sus molduras, de plata. El ancho del atrio, del lado occidental, tendrá cortinas de cincuenta codos; sus columnas diez, con sus diez basas. Y en el ancho del atrio por el lado del oriente, al este, habrá cincuenta codos. Las cortinas a un lado de la entrada serán de quince codos; sus columnas tres, con sus tres basas. Y al otro lado, quince codos de cortinas; sus columnas tres, con sus tres basas. Y para la puerta del atrio habrá una cortina de veinte codos, de azul, púrpura y carmesí, y lino torcido, de obra de recamador; sus columnas cuatro, con sus cuatro basas.”

Mil cuatrocientos años antes de Cristo, Israel peregrinaba por el desierto.

Quiero que veamos un hipotético caso de esa comunidad para que visualicen la importancia del tabernáculo para los israelitas:

Un joven agotado se esforzaba por llegar pronto al tabernáculo. Su conciencia lo perturbaba. Había traicionado a su esposa y estafado a su empleador. La inmundicia de su acto le llegaba hasta el cuello y lo asfixiaba. Ya no sabía qué hacer. Intentó en vano mantener las cosas bajo control, pero todo se agravó aún más. Ahora sus pecados lo presionaban tanto que no halló otra salida que acudir al tabernáculo. Un amigo le había asegurado que este era el único lugar donde podía calmar su conciencia.

Así que este joven se dirigió decididamente hacia allí. Aquí aparece otro elemento del tabernáculo, el «cercado blanco de la santidad»

Resulta que este joven, que aún estaba lejos, divisó una nube blanca por encima de una edificación rectangular y baja. Sin embargo, cuanto más se acercaba, más incómodo se sentía.

Apartó la vista: el cercado blanco del tabernáculo reflejaba la luz del sol, encandilándolo. Sus inmaculadas telas reflejaban como espejos una luz deslumbrante, como si dijeran: «Mírate a ti mismo. Contempla tu ruina, lo sucio que estás. ¿Así pretendes acercarte a Dios?»

Este blanco brillante representaba la santidad y pureza de Dios. Era imposible que un hombre pecador no temiera al encuentro con un Dios santo, que un hombre lleno de culpa no temblara ante un Dios puro.

Delante de Dios solo podemos confesar como lo hizo Esdras en el capítulo 9, verso 6, allí encontramos estas palabras “Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo”.

El cercado blanco del tabernáculo nos insta a sincerarnos y a compararnos con Jesucristo.

Allí está la pureza y aquí mi pecado.

Allí la persona santa de Dios y aquí la perdición.

En Isaías 64:6 habla respecto a nuestro estado, lo leeré en la versión de La Biblia de las Américas, dice así “Todos nosotros somos como el inmundo, y como trapo de inmundicia todas nuestras obras justas; todos nos marchitamos como una hoja, y nuestras iniquidades, como el viento, nos arrastran”.

La santidad de Dios es un azote a nuestra conciencia, produciéndonos aflicción a causa de nuestros pecados. Como dijo David en el Salmo 139:7 “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?”

Sin embargo, aquel que se encuentre abatido, deprimido o decepcionado de sí mismo, puede hallar esperanza en las palabras de Jesucristo que encontramos –  por ejemplo – en Mateo 5:4: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación».

Hay cuatro colores en el retrato bíblico, que se conocen como «Los cuatro colores del Redentor».

Dios quiere que dirijamos nuestra mirada hacia la entrada del tabernáculo, la cual representa al Señor Jesucristo, quien nos dice en Mateo 11:28: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados».

Precisamente, los colores de la cortina en la entrada nos invitan a detenernos y entrar.

El primer color es el Azul, el color del cielo. Jesucristo lo dejó por ti. A través de este color, el Señor comunica Su amor y Su anhelo por la humanidad.

La cortina rojo púrpura señala Su realeza. Jesucristo no es alguien más, sino el Rey Eterno, el Señor de los señores, el Creador y Sustentador del universo, ¡quien se interesa personalmente por ti!

Por otra parte, el rojo carmesí representa su sangre, una sangre que emana directamente del corazón. Jesucristo dio Su sangre, es decir, su vida por ti.

¡Fue humillado por tu causa!

El colorante carmesí se obtenía de un insecto, que tienen aspecto de cochinilla del género Kermes – que cuando se reproduce – sus crías se parecen a “gusanitos” y tienen un color rojo intenso.

David – con gran exactitud profética – se refiera a Jesucristo y su estado en la cruz diciendo en el Salmo 22:6 “Mas yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo».

El último color es el blanco brillante, que rodea el azul del cielo, el rojo real y del rojo carmesí, el color de la sangre que señala el perdón divino.

Isaías 1:18 dice «Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana».

Tu pecado puede volverse blanco como la nieve al ser lavado por la sangre del Cordero de Dios, por la sangre Jesucristo.

Por eso, no pases de largo. ¡Ven a Cristo! ¡Él te está esperando!

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