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Autor: Esteban Beitze

¿Quién fue la reina de Sabá? ¿Sabemos algo de ella además de su visita al rey Salomón? ¿Qué importancia tiene este pequeño relato dentro de la Biblia? ¿Qué puede enseñarnos a los cristianos del siglo XXI?


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PE2449- Estudio Bíblico
Verdadera búsqueda espiritual (7ª parte)


 


Amigos, al continuar leyendo el relato de 2º Crónicas 9, nos encontramos también con que la reina de Sabá reconoció la bendición de ser sierva del rey. Ella quedó impresionada y fascinada por lo que veían y escuchaban los que estaban en la presencia de Salomón: “Bienaventurados tus hombres, y dichosos estos siervos tuyos que están siempre delante de ti, y oyen tu sabiduría”. Vemos entonces en primer lugar, que ella reconoció la bendición de estar en la presencia del rey. Observó y reconoció la gran bendición que era para los siervos de Salomón, el hecho de poder observar y escuchar continuamente sus acciones y sabiduría.

Si voy a lo personal, también a mí me hubiera encantado conocer a Salomón. Aunque la riqueza y gloria que lo rodeaban eran atractivas, no había nada que se pudiera comparar con el hecho de escuchar su sabiduría, aprender de su experiencia y observar sus acciones marcadas por la justicia y sabiduría. Debió haber sido un deleite escuchar los 3000 proverbios y sus canciones de primera mano. ¡Su enseñanza de vida debió ser increíble! Los siervos de Salomón eran reconocidos y dichosos, no por sus propios méritos sino por estar expuestos a la presencia de su rey.

Ahora, si esto debió ser maravilloso imagínese, amigo, estar con el Señor Jesús, quien aseguró que Él era más que Salomón (Mt.12:42; Lc.11:31). ¡Qué privilegio debe ser entonces, estar en Su presencia! De hecho, lo que verdaderamente destaca a un siervo de Cristo, es que él esté constantemente en Su presencia. Si no lo busca continuamente, no podrá tener este título. El que no busca continuamente la presencia del Señor, no resaltará a Su Señor, sino que él mismo se creerá señor. Todo será hecho en función de él y para su bien, comodidad y reconocimiento. En cambio, el siervo de Cristo se destaca por estar con Cristo y buscar su comunión continuamente.

Cuando escogió a los suyos, Jesús los eligió con el propósito de que le sirvieran llevando el evangelio. Pero este solo era uno de los propósitos. Él también quería que estuvieran con Él (Mr.3:13,14). Entonces si buscamos estar en la presencia del Señor por medio de la meditación diaria de Su Palabra y la oración, también nosotros quedaremos asombrados de Su sabiduría y tomaremos de ella para nosotros. Si pensamos en el Sermón del Monte con sus extraordinarias lecciones, una y otra vez leemos “bienaventurados los…”. O sea, ¡muy dichosos, muy bendecidos son los que leen y oyen las enseñanzas de Cristo e imitan Su actuar! ¡Qué bendición poder ir a los cultos para aprender más de Su excelsa Persona, de Su actuar y de percibir un sinfín de bendiciones! Si Jesucristo es más que Salomón, ¡cómo no acudir a Él! ¡Cómo no aprender más de Él!

Muchas veces simplemente no tenemos, no recibimos y no somos bendecidos porque no buscamos estar en Su presencia. Esto también lo dice Santiago en el capítulo 4: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Sgo.4:2). Pero Jesús prometió en Mateo 7: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mt.7:7,8). Por esta razón hay que venir, hay que buscar y hay que pedir.

En segundo lugar, la reina de Sabá reconoce la bendición de servir al rey Salomón. Llaman la atención las palabras pronunciadas por la reina: “dichosos estos siervos tuyos”. Los siervos eran los esclavos o los de última categoría, aquellos que tenían que hacer las labores cotidianas muchas veces no tan agradables. Su voluntad estaba absolutamente sujeta a su amo. Uno podría suponer que los generales o gobernadores de Salomón deberían ser los dichosos, porque seguramente tendrían un nivel de vida elevado y vivirían en casas suntuosas o hasta palacios. Pero no es a ellos a los que la reina ve como dichosos, sino “estos siervos tuyos”. La clave está en el hecho, de que, aunque hicieran tareas sencillas y no tan reconocidas, estaban continuamente en la presencia de Salomón.

Quisiera trazar otro paralelo con la vida cristiana. Hoy en día existen muchos que se llaman cristianos, pero solo son realmente bienaventurados los que tienen una relación personal con Cristo, los que realmente son “siervos suyos”. No alcanza serlo de nombre. No se es cristiano por haber nacido en un hogar cristiano o concurrir a una iglesia cristiana. Una bicicleta no se vuelve auto por estar guardada en un garaje. Para ser cristiano se requiere haber creído en Cristo y haberlo recibido como Salvador. Recién entonces eres un verdadero cristiano. Así lo confirma la Biblia en Juan 1:12: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

Asimismo podemos hablar de los que ya son creyentes y ver entre ellos algunas diferencias. Están aquellos que son creyentes, pero viven para sí, buscando sus propios intereses y bienestar. Estos no se pueden llamar “siervos de Cristo”, porque el siervo no puede arrogarse el derecho de decir “no” al Señor. Pero también están aquellos cuya prioridad es el Señor y que, en gratitud a todo lo que Él es y ha hecho por ellos, viven una vida consagrada a Él, lo cual también se manifiesta en un servicio gozoso.

El siervo se caracterizaba por tener su voluntad completamente sujeta al amo en humildad. Por lo tanto, como son del Señor y sirven al Señor, todo fruto que se produzca, todo reconocimiento que reciban, corresponde al Señor. Se cuenta que en cierta oportunidad el Hudson Taylor, el misionero que tanto hizo en China, fue presentado en forma muy elocuente en una iglesia en Australia adonde había sido invitado para unas conferencias. Cuando Taylor subió al púlpito dijo: “Queridos hermanos, soy solo el servidor humilde de un Maestro ilustre”. Esto también vale en la actualidad para aquellos que realmente quieren ser siervos de Cristo.

Si nuestra motivación al servir al Señor es otra distinta a la de dar la gloria a Dios, nuestro servicio se vuelve simplemente una actitud religiosa. A más tardar, cuando estemos en la presencia del Señor en el Tribunal de Cristo, estas obras se quemarán como hojas secas sin quedar nada de valor, como enseña 1ª Corintios (1Co. 3:15). En cambio, los verdaderos siervos, aunque muchas veces desconocidos o hasta despreciados por la sociedad, son aquellos que han escogido la mejor parte.

El apóstol Pablo dejó de lado sus títulos y honores recibidos de la sociedad, para identificarse plenamente con el hecho de ser “siervo de Jesucristo” (Ro. 1:1; Tit. 1:1). Y lejos de avergonzarse de ello o tenerlo como algo inferior, era su mayor gozo y no hay duda de que este estilo de vida se convirtió en su mayor bendición personal. Esto a su vez, redundó en bendición para millones de personas. Pero este no solo fue el sentir de Pablo, sino que lo mismo lo encontramos en Santiago, en Pedro, en Judas y también en el apóstol Juan.

Estos extraordinarios hombres de Dios, ¿de quién tomaron ejemplo? ¿Por quién fueron inspirados? La respuesta es obvia: por el ejemplo de Jesucristo mismo. Como nos explica Filipenses 2, Jesús “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil.2:6-8).

Hay dos cosas que Jesús dijo e hizo y luego pidió a Sus discípulos que lo imitaran en ello. En Mateo 11 dijo: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt.11:29). Y llegando a las últimas horas de Su vida, en Juan 13, Jesús les lavó los pies a sus discípulos y declaró: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: el siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Jn.13:15-17).

Por último, amigo, lo importante no eran los siervos, ni sus capacidades o sus trabajos, sino el rey Salomón. Todo lo que eran y hacían tenía valor por estar en la presencia de Salomón. Lo mismo vale con mucha más razón para los que pretenden ser siervos de Cristo. En la aurora del surgimiento de la iglesia, la gente no podía comprender el valor, la autoridad y el impacto que ocasionaban estos hombres sencillos, muchos de ellos, simples pescadores.

Así vemos en Hechos 4 la reacción de la gente: “Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban y les reconocían que habían estado con Jesús” (Hch. 4:13). ¿Seremos tan solo seguidores o verdaderos siervos de Cristo? Dios solo es glorificado cuando las personas ven al Señor Jesús y no al siervo. Jesús lo dice en Mateo 5:16: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

Cada uno de nosotros tiene que decidir si quiere ser el centro de atención, recibir el reconocimiento o la fama o que el Señor sea glorificado. ¡Si somos siervos de Cristo, seremos sumamente dichosos, de hecho, mucho más aun que los de Salomón, porque Jesús es más que él!


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