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Autor: Esteban Beitze

¿Quién fue la reina de Sabá? ¿Sabemos algo de ella además de su visita al rey Salomón? ¿Qué importancia tiene este pequeño relato dentro de la Biblia? ¿Qué puede enseñarnos a los cristianos del siglo XXI?


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PE2453- Estudio Bíblico
Verdadera búsqueda espiritual (11ª parte)



Amigos, habíamos finalizado el programa anterior preguntándonos cuál fue el motivo por el cual la reina de Sabá decidió hacerle una ofrenda al rey Salomón, a pesar de que él ya poseía riquezas mucho más grandes que cualquier regalo que se pudiera hacer. La respuesta pasa por el hecho de que si Salomón es una figura del Señor Jesús y la reina un símbolo de nosotros, entonces también el hecho de que ella llevara presentes tiene un paralelo con nuestra vida. La enseñanza del Nuevo Testamento nos muestra que el Señor quiere que un día, cuando estemos en Su presencia, no lleguemos con las manos vacías. Este es un tema que muchas veces es pasado por alto por muchos cristianos e incluso en muchas iglesias.

En Juan 15:16 el Señor Jesús dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca…”. Aparte de otorgarnos la salvación, la razón de la muerte del Señor es nuestra entrega a Él y un servicio fructífero. En Efesios 2:10 encontramos el ADN del creyente: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”.

Nuestra razón de ser es cumplir con los pensamientos que Dios tiene para nuestra vida; vivir para el Señor y hacer aquello que Él quería que hiciéramos. Por lo tanto, después de haber conocido al Señor, Su voluntad es que le sirvamos a Él, y esto lo trasformará en oro, en tesoros celestiales. En el Monte de las Bienaventuranzas Jesús dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:19-21). Esta es una clara orden del Señor.

De esto también habla Pablo en 1ª Corintios 3 cuando se trata de sobreedificar sobre el fundamento que es Cristo “oro, plata y piedras preciosas”. En ningún lugar se nos dice que coleccionemos figuritas, estampillas de correo, dinero, joyas, posesiones, viajes, etc. No que estas cosas sean malas, pero si perdemos de vista el juntar tesoros celestiales, todo será vano. Lo que hayamos hecho en la dependencia del Señor, en la obra del Señor y para la gloria del Señor, esto es lo que permanece para siempre y tendrá su recompensa en la eternidad. ¿Cumplimos con ello? ¿Estamos haciendo tesoros en el cielo? En este sentido, Pablo les escribe a los colosenses: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col. 3:1,2).

Ahora amigos, no quisiera que nos confundiéramos: no es que con obras que nos ganamos la entrada al cielo. Esta nos es dada en forma gratuita por medio de la fe en Jesucristo. Pero luego de nuestra decisión de creer, el Señor desea que vivamos para Él, y una vida de adoración se refleja en hechos que Lo glorifiquen. La reina de Sabá le llevó cuatro toneladas de oro al rey Salomón. Así también de nosotros, nuestro Rey, el Señor Jesús, espera que le llevemos regalos. Y la gran cantidad de regalos que llevó ella nos da un indicio de lo que deberían ser nuestros regalos, porque el Señor Jesús se lo merece.

No es que los necesite, dado que Él es el dueño de todo. Pero con ello reflejaremos la gratitud que hay en nuestro corazón por nuestra salvación pagada con un precio tan elevado como fue la muerte de Jesús en la cruz. Con esos regalos glorificaremos al Señor y también estaremos cumpliendo con las órdenes de servirle, demostrando obediencia y consagración.

Escuché una historia: había una niña pequeña que apenas sabía leer, y ahí leyó en su Biblia que todo aquel que diera un vaso de agua a alguien en el nombre de Jesús, le sería recompensado en la eternidad (Mr.9:41). Me gusta la fe genuina de los chicos. ¿Qué hizo? Fue corriendo a la cocina, tomó un vaso de agua y salió a la calle. Allí no encontró a nadie, de manera que siguió caminando por la calle hacia el borde del pueblo donde empezaba un bosque. Allí se cruzó con un hombre. Se acercó y le dijo: “Tome este vaso de agua en el nombre de Jesús”. Este estaba completamente perplejo, pero como tenía sed tomó el vaso de agua. La niña tomó el vaso y contenta por haber cumplido lo que decía la Biblia, se fue a su casa. Pasaron los años. La chica creció y se hizo enfermera.

Un día, en el hospital en donde trabajaba, fue internado un hombre. Cuando acomodó sus cosas, puso una Biblia sobre la mesita. Ella al verla, le preguntó si creía en Jesucristo. Él asintió y le contó cómo había llegado a ello: “Cuando era joven, no veía sentido para mi vida y había tomado la decisión de suicidarme. Busqué una soga e iba con ella al bosque cuando apareció una niña con un vaso de agua y me dijo que tomara este vaso en el nombre de Jesús. Esto me impactó profundamente. ¿Qué era esto de tomar agua en el nombre de Jesús? Volví a casa, busqué una Biblia y empecé a leer en ella. Y como sucede, cuando uno lee la Biblia, uno encuentra a Dios”.

Dios había trasformado agua en fruto para la eternidad. En el casamiento de Caná, Jesús transformó agua en vino; pero ahora trasformó agua en oro. Si quiere que llevemos fruto y Él es glorificado cuando llevamos mucho fruto (Jn. 15:8), entonces debemos juntar tesoros en los cielos, invertir en las cosas de arriba, aquellas que permanecen para siempre e incluso tendrán recompensa del Señor en el Tribunal de Cristo. Todo lo que hagamos para el Señor, será cambiado en oro. Un vaso de agua se puede convertir en oro.

Este es el cambio oficial del cielo. Esto sí que no tiene nada que ver con el cambio de moneda terrenal. Allí lo poco se convierte en mucho, lo pasajero en eterno. Allí nuestro sacrificio pasajero tendrá valor eterno, nuestro tiempo involucrado en lo celestial será tenido en cuenta para siempre, nuestras ofrendas invertidas en abundancia tendrán una recompensa de bendiciones ya ahora y ni hablar de cuando estemos frente al Señor.

El creyente que sirve al Señor, que involucra su tiempo, fuerzas y bienes en Su obra, está demostrando que su vida espiritual está de acorde con el objetivo que tiene Dios para su vida. Pablo había enviado a Tito a Creta para que ordenara la situación en las iglesias. Una de las exhortaciones fue: “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren (pongan todo empeño) ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres” (Tit.3:8).

¿Buscaremos las cosas de arriba? ¿Aprovecharemos más el tiempo sabiendo que son días malos? ¿Por qué no se propone como motivo de oración, que Dios le use para alcanzar una persona para Cristo en este año? No vamos alcanzar el mundo entero, pero oremos específicamente por algún compañero de trabajo o de estudio, algún familiar, vecino o amigo. Aparte de ello, ¿en qué se va a involucrar en tu iglesia y dónde servirá al Señor? O ¿cómo lo está haciendo? Si lo hacemos y para el Señor, Dios lo convertirá en oro.

Gracias al pasaje de 1ª Corintios 3:10-15, y algunos más, sabemos que apenas la Iglesia de Cristo sea llevada por Él a Su presencia, tendrá lugar el Tribunal de Cristo en el Cielo. Allí cada creyente será juzgado da acuerdo a sus obras. Para los que fueron infieles habrá pérdida, pero para los siervos fieles habrá premio, reconocimiento, recompensas, galardones y coronas. ¡Vale la pena invertir en los asuntos del Rey! Cuando estemos en la presencia del Señor quizá hasta quedemos avergonzados al ser puesto en evidencia cuánto invertimos en nosotros en lugar de hacerlo para el Señor.  Que no tengamos que pensar: “¡Ojalá hubiese destinado solo un poco más dinero, más tiempo, más fuerzas en los negocios del Rey y extender el reino del Señor! ¡Ojalá hubiese ganado un alma más o invertido en misioneros u obras para que ello sucediera!

Esto me recuerda cuando el empresario alemán, Oscar Schindler, se dio cuenta de la tremenda atrocidad que estaba realizando el aparato nazi, buscó salvar de la deportación a los campos de exterminio a muchos judíos anotándolos para trabajos en su fábrica que hace mucho había dejado de ser rentable. Al final estaba invirtiendo todo lo que tenía con tal de salvarlos de la muerte segura. Profundamente angustiado, con ojos llorosos y gesto desesperado, mientras a su alrededor se aglomera un grupo de hombres y mujeres necesitados exclama: “El coche. ¿Por qué me quedé el coche? Valía diez personas. Diez personas. Diez personas más… Esta pluma. Dos personas. Es de oro… Dos personas más… Él me hubiera dado dos personas por ella, al menos una. Una persona más. Una persona. Por esto… ¡Pude haber salvado a una persona más y no lo hice! ¡Y… y no lo hice…!”.

Por lo que sé, este hombre no era creyente a pesar de todo lo bueno que hizo. Pero me pregunto, si nosotros actuamos de la misma forma para con los inconversos, para invertir en bienes celestiales. ¿Cuánto estamos dispuestos a sacrificar para que se salve uno más? ¿Cuánto de nuestros bienes, cuánto de nuestras fuerzas, cuánto de nuestro tiempo estamos dispuestos a invertir para ganar aquello que jamás se habrá de perder?

En Lucas 12:37 encontramos la actitud del Señor para con los que le sirven fielmente: “Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles”. Esto me conmueve y va más allá de mi entendimiento. Normalmente, los que tienen siervos se hacen servir por ellos. En cambio, ahora vemos, que cuando los creyentes hayamos pasado a la presencia del Señor, ¡Jesús mismo se pondrá a servir a aquellos que le fueron fieles! Por esto, Jesús dice que estos siervos fieles son “bienaventurados” o sea, muy bendecidos.

Los que fueron fieles aquí, serán reconocidos allá. ¡Seremos Sus invitados por toda la eternidad! Y el Señor quiere que muchos más formen parte de estos invitados. ¿Estarás allí? ¿Y cómo irás? ¿Con qué irás?


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